Libro segundo
Capítulo I
Cómo los nuevamente
convertidos sintieron siempre mal de la fe. Trata de los nombres de moro y
mudéjar
Apaciguadas
las alteraciones del reino de Granada, y convertidos los moros a nuestra santa
fe católica de la manera que hemos dicho, los Católicos Reyes los fueron
regalando con nuevas mercedes y favores, gobernándolos con amor, y haciéndoles
todo buen tratamiento, y mandando a sus ministros de justicia y guerra que los
favoreciesen y animasen. Mas luego se entendió lo poco que aprovechaban estas
buenas obras para hacerles que dejasen de ser moros; porque si decían que eran
cristianos, veíase que tenían más atención a los ritos y cerimonias de la seta
de Mahoma que a los preceptos de la Iglesia Católica , y que cerraban de industria las
orejas a cuanto los prelados, curas y religiosos les predicaban; y siendo ricos
y más señores de sus haciendas de lo que eran en tiempo de los reyes moros,
jamás se tuvieron por contentos, sospirando siempre con la memoria de su
antigua era; y confiados en unas ficciones vanas, llamadas jofores o
pronósticos, sólo en ellas ponían su esperanza, porque les decían que habían de
volver a ser moros y a su primer estado. Esto duró al principio, mientras
duraron los viejos con alguna manera de libertad por su barbarismo; y después,
aunque con el trato comenzaron a sosegarse los que les sucedieron, sintiendo
menos regalo y mayores opresiones de las justicias, como hombres que entendían
ya cualquier cosa con la prática que tenían, empezaron a congojarse demasiadamente
y a enfurecerse con su mala inclinación; de donde les crecía cada hora más la
enemistad y el aborrecimiento del nombre de cristiano; y si con fingida
humildad usaban de algunas buenas costumbres morales en sus tratos,
comunicaciones y trajes, en lo interior aborrecían el yugo de la religión
cristiana, y de secreto se doctrinaban y enseñaban unos a otros en los ritos y
cerimonias de la seta de Mahoma. Esta mancha fue general en la gente común, y
en particular hubo algunos nobles de buen entendimiento que se dieron a las
cosas de la fe, y se honraron de ser y parecer cristianos, y destos tales no
trata nuestra historia. Los demás, aunque no eran moros declarados, eran
herejes secretos, faltando en ellos la fe y sobrando el baptismo; y cuanto
mostraban ser agudos y resabidos en su maldad, se hacían rudos e ignorantes en
la virtud y doctrina. Si iban a oír misa los domingos y días de fiesta, era por
cumplimiento y porque los curas y beneficiados no los penasen por ello. Jamás
hallaban pecado mortal, ni decían verdad en las confesiones. Los viernes
guardaban y se lavaban, y hacían la zalá en sus casas a puerta cerrada, y los
domingos y días de fiesta se encerraban a trabajar. Cuando habían baptizado
algunas criaturas, las lavaban secretamente con agua caliente para quitarles la
crisma y el olio santo, y hacían sus cerimonias de retajarlas, y les ponían
hombres de moros; las novias, que los curas les hacían llevar con vestidos de
cristianas para recebir las bendiciones de la Iglesia , las desnudaban en
yendo a sus casas, y vistiéndolas como moras, hacían sus bodas a la morisca con
instrumentos y manjares de moros. Si algunos aprendían las oraciones, era
porque no les consentían que se casasen hasta que las supiesen, y muchos huían
de saber la lengua castellana, por tener excusa para no aprenderlas. Acogían a
los turcos y moros berberiscos en sus alcarías y casas, dábanles avisos para
que matasen, robasen y captivasen cristianos, y aun ellos mismos los captivaban
y se los vendían; y así, venían los cosarios a enriquecer a España como quien
va a una India; y muchas veces se iban las alcarías enteras con ellos; aunque
éste era el menor mal y de que menos pena habían de sentir los cristianos,
porque les acontecía anochecer en España y amanecer en Berbería con sus vecinos
y compadres. Para remedio destos males proveyeron los Reyes de Castilla algunas
cosas de justicia y buena gobernación, y entre otras, la reina doña Juana, hija
y heredera de los Católicos Reyes, entendiendo que sería de mucho efeto
quitarles el hábito morisco para que fuesen perdiendo la memoria de moros,
mandó quitárselo, dándoles seis años de tiempo para romper los vestidos que
tenían hechos, y se disimuló con ellos otros diez hasta que fue mandada cumplir
por el emperador don Carlos en el año de 1518, que vino a reinar en Castilla, y
suspendida a suplicación de los moriscos el mesmo año por el tiempo que su
voluntad. Después el licenciado Pardo, abad mayor de la iglesia de San Salvador
del Albaicín, y los canónigos [158] beneficiados della que sabían bien cómo vivían los moriscos,
informaron de nuevo a su majestad que guardaban los ritos y cerimonias de
moros; y en el año de 1526, estando en la ciudad de Granada, proveyó
visitadores eclesiásticos por toda la tierra, y fueron nombrados para ello don
Gaspar de Ávalos, obispo de Guadix; fray Antonio de Guevara, el licenciado
Utiel, el doctor Quintana y el canónigo Pero López. En el siguiente capítulo
diremos lo que en esto hubo, porque en este lugar nos ocurre hacer una breve
relación, para que el letor entienda lo que es moro y mudéjar, y de donde
vinieron estos nombres. Los setarios secuaces de Mahoma propriamente deben ser
llamados con dos solos nombres, alárabes o agemes: los alárabes son los
originarios, y los agemes los advenedizos que de otras naciones y provincias
abrazaron su opinión. A éstos llaman generalmente los mahometanos entre sí
mucelemin, y nosotros los llamamos moros, nombre improprio, porque mauros
fueron otros pueblos fenicios que vinieron de Tiro a poblar en África, y
edificaron la ciudad de Útica, y después la de Cartago, setenta y dos años
antes de la fundación de Roma, cuya historia es ésta. Los fenicios fueron
valerosos en las artes bélicas, y dieron después nombre a las dos Mauritanias,
Tingitana y Cesariense, y tuvieron grandes victorias debajo las conductas de
sus capitanes Macheo, Magon, Asdrúbal primero, Amílcar segundo, Annone, Gisgon,
Aníbal, Asdrúbal segundo, Safo, y otros que refieren las historias de Trogo
Pompeyo y de otros que escribieron después dél. Éstos entraron al principio en
África por vía de paz y so color de contratar con los penos pastorales o
númidas; después hicieron sus colonias y guerrearon con ellos y haciéndose
poderosos con los buenos sucesos, conquistaron y ocuparon la mayor parte de
Berbería y las islas de Cicilia y Sardeña; y pasando en tierra firme de Italia,
pusieron temor a los poderosos romanos, que entre envidia y codicia dieron
después fin a su prosperidad, destruyendo y asolando la famosa ciudad de
Cartago. Los mauros, fenicios o cartaginenses, como los quisiéremos llamar, que
escaparon de la ira de los romanos, derramándose por África entre los penos,
constituyeron señorío en algunas partes, especialmente en las Mauritanias, y
dellos vienen los que agora llaman azuagos; y porque así éstos como los otros
mauros de Fenicia abrazaron la seta de Mahoma en el número de los agemes, el
vulgo cristiano los llama comúnmente a todos moros; y así los que lo son se
honran mucho de aquel nombre, entendiendo por mucelemines y que es el nombre
que ellos tienen por epíteto de santimonia, interpretado hijos de salvación.
Los mudéjares vienen de los alárabes y de los agemes africanos y de otras
naciones, y son los que se quedaron en España en los lugares rendidos por
vasallos a los reyes cristianos, a los cuales, porque servían y hacían guerra
contra los otros moros, los llamaron por oprobrio mudegelín, nombre tomado de Degel, que es en arábigo el Antecristo; y no por ser de
casta de judíos, como algunos han querido decir. Esto baste para la etimología
destos nombres, que todo se pone aquí por curiosidad.
Capítulo II
Cómo el emperador don
Carlos mandó hacer junta de prelados en la ciudad de Granada para reformación
de los moriscos
Habiendo
hecho los visitadores por todos los lugares de moriscos del reino de Granada su
visita, y siendo informado el cristianísimo emperador don Carlos cuán
conveniente cosa era, para que fuesen buenos cristianos, que dejasen el trato y
costumbres que tenían de tiempo de moros, juntando la apariencia con las obras,
estando todavía su majestad en Granada, mandó hacer junta de los más estimados
teólogos que a la sazón se hallaban en el reino, a quien encomendó aquel
negocio, para que tratasen del remedio que se podría tener para hacérselo
dejar. Juntáronse en la capilla real que los Católicos Reyes don Hernando y
doña Isabel fundaron para su enterramiento en la Iglesia Mayor de
aquella ciudad, don Alonso Manrique, arzobispo de Sevilla y inquisidor general
de España, don Juan Tavera, arzobispo de Santiago, presidente del real consejo
de Castilla y capellán mayor de su majestad; don fray Pedro de Álava, electo
arzobispo de Granada; don fray García de Loaysa, obispo de Osma; don Gaspar de
Ávalos, obispo de Guadix; don Diego de Villalar, obispo de Almería; el doctor
Lorenzo Galíndez de Carvajal y el licenciado Luis Polanco, oidores del real
consejo, don García Padilla, comendador de la Orden de Calatrava; don Hernando de Guevara y el
licenciado Valdés, del consejo de la general Inquisición; y el comendador
Francisco de los Cobos, secretario de su majestad y de su consejo. En esta
junta se vieron las informaciones de los visitadores, los capítulos y
condiciones de las paces que se concedieron a los moros cuando se rindieron, el
asiento que tomó de nuevo con ellos el arzobispo de Toledo cuando se
convirtieron, y las cédulas y provisiones de los reyes, juntamente con las
relaciones y pareceres de hombres graves. Y visto todo, hallaron que mientras
se vistiesen y hablasen como moros conservarían la memoria de su seta y no
serían buenos cristianos, y en quitárselo no se les hacía agravio, antes era
hacerles buena obra, pues lo profesaban y decían. Mandáronles quitar la lengua
y el hábito morisco y los baños; que tuviesen las puertas de sus casas abiertas
los días de fiesta y los días de viernes y sábado; que no usasen las leylas y
zambras a la morisca; que no se pusiesen alheña en los pies ni en las manos ni
en la cabeza las mujeres, que en los desposorios y casamientos no usasen de
cerimonias de moros, como lo hacían, sino que se hiciese todo conforme a lo que
nuestra Santa Iglesia lo tiene ordenado; que el día de la boda tuviesen las
casas abiertas y fuesen a oír misa; que no tuviesen niños expósitos; que no
usasen de sobrenombres de moros, y que no tuviesen entre ellos gacis de los
berberiscos, libres ni captivos.
Todas
estas cosas se pusieron por capítulos, con las causas y razones que los habían
movido a ello; y consultado a su majestad, los mandó cumplir. Mas los moriscos
acudieron luego a contradecirlos, informando con sus razones morales, como
gente que ninguna cosa sentían tanto como haber de dejar su traje y lengua
natural, que era lo que más sentían; y dieron sus memoriales, y hicieron sus
ofrecimientos, y al fin alcanzaron con su majestad, antes que saliese de
Granada, que mandase suspender los capítulos por el tiempo que fuese [159] su voluntad; y con esto
cesó la ejecución por entonces. Y aunque después en el año de 1530, estando el
Emperador ausente destos reinos, la Emperatriz nuestra señora mandó despachar sus
reales cédulas al arzobispo de Granada, y al Presidente y oidores, y a los
proprios moriscos, encargándoles y mandándoles que diesen orden como se quitase
aquel traje deshonesto y de mal ejemplo, y que las moriscas trajesen sayas y
mantos, y sombreros como cristianas, acudieron otra vez al Emperador, y le
suplicaron mandase suspender aquellas cédulas, representando los grandes
inconvenientes que había en la ejecución, la pérdida de las rentas reales y el
desasosiego del reino; y ansí mandó su majestad suspender los capítulos segunda
vez, hasta que viniese a España. No ponemos en este lugar los capítulos, porque
van adelante con la contradición que los moriscos hicieron a los que se
hicieron en la villa de Madrid, que fue todo una cosa, y resultó de allí el
rebelión de que trata esta historia.
Capítulo III
Cómo se quitó a los
moriscos que no pudiesen servirse de esclavos negros, y se les mandó a los que
tenían licencias de armas que las llevasen a sellar ante el capitán general
En
el año de nuestra salud 1560, estando ya retirado a la contemplación de las
cosas divinas el cristianísimo emperador don Carlos, nuestro señor, en el
monasterio de Yuste, habiendo dejado el gobierno de todos sus estados al
Católico Rey don Felipe, su hijo, segundo deste nombre, en las primeras cortes que
celebró en la ciudad de Toledo el mesmo año, los procuradores de Cortes,
informados del daño que se seguía de que los moriscos del reino de Granada
tuviesen esclavos negros de Guinea en su servicio, porque los compraban bozales
para servirse dellos, y teniéndolos en sus casas, les enseñaban la seta de
Mahoma y los hacían a sus costumbres, y demás de perderse aquellas almas,
crecía cada hora la nación morisca, con menos confianza de fidelidad,
suplicaron a su majestad se los mandase quitar; y a su pedimento se mandó que
ningún morisco tuviese esclavos negros en su casa ni en sus labores, cometiendo
la ejecución dello a las justicias ordinarias del reino. Deste mandato se
agraviaron todos en general, diciendo que se tenía poca confianza dellos y de
su trato, y que en caso que se les hubiese de quitar los esclavos, había de
entenderse solamente con los hombres sospechosos, y no con toda la nación,
donde había muchos nobles que se trataban como cristianos y se preciaban de
serlo, estando emparentados con ellos, y que no había causa ni razón para que
les hiciesen un agravio tan grande. Y su majestad, con acuerdo del Real
Consejo, por una declaración que sobre ello se hizo, mandó que no se entendiese
lo proveído con las personas particulares, de quien no se debía tener sospecha,
ni con los que estuviesen casados o se casasen con cristianas. Desto suplicaron
segunda vez los moriscos del reino, diciendo que los esclavos negros eran el
servicio de sus casas y de sus labores, y era destruirlos si se los quitaban; y
con grandísima instancia pidieron que se entendiese la limitación con t, ción,
sin eceptar personas, pues eran todos y vasallos de su majestad. Luego
acudieron a don Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, que ya era alcaide
de la fortaleza de la
Alhambra y capitán general del reino de Granada, en vida de
don Luis Hurtado de Mendoza, marqués de Mondéjar, su padre, que a la sazón era
presidente del consejo real de Castilla; y poniéndole delante los beneficios
que los naturales de aquel reino habían recebido de sus antepasados, y los
servicios que la nación les había hecho, le suplicaron que tomando la mano en
aquel negocio, los favoreciese, y procurase con su majestad la suspensión de
aquel capítulo de cortes, de que tanto daño les venía. El Conde les ofreció que
haría lo que pudiese, como lo había hecho siempre en las cosas que se les
ofrecían, y ansí lo hizo. Mas viendo aquella gente sospechosa que no sucedía el
negocio conforme a su deseo, entendiendo que lo había tratado tibiamente, o por
ventura les había sido contrario, comenzaron algunos dellos a desgustarse,
procurando favorecerse de otras personas, y hicieron revocar una merced que de
pedimiento del reino le había hecho su majestad en la renta de la farda, de dos
mil ducados de ayuda de costa en cada un año; y de aquí nació que también el
conde de Tendilla les diese poco gusto de su parte. Entraron luego los celos de
la división entre la
Audiencia real y él sobre cosas harto livianas, torciendo el
entendimiento de las concordias que estaban hechas y confirmadas por los Reyes,
y trayéndolas cada cual a su opinión, no queriendo tener igual y procurando
conservar superioridad. Pretendía el Audiencia por su parte quitar el
conocimiento de las causas al Capitán general, o a lo menos emendar lo que
hacía. Estiraba él su cargo cuanto podía, y de aquí vino a pasiones
particulares, que redundaron después en daño de muchos que estaban bien
descuidados. Porque luego con voz de restituir al público concejil lo que
tenían ocupado algunos de la
Audiencia y otras personas del cabildo de la ciudad, se dio
noticia a su majestad, y se proveyó juez de términos contra ellos; lo cual fue
causa de echar a las vueltas algunos moriscos de sus haciendas; gente encogida
y miserable, que viéndose desposeer de las heredades y tierras que habían
heredado, comprado o poseído, no menos sentían este gravamen que los otros.
Demás desto, el conde de Tendilla, viendo que se le habían desvergonzado y
cobrado alas con otros favores, para tenerlos más sujetos trató con el fiscal
de la Audiencia
real y con el cabildo de la ciudad de Granada que pidiesen a su majestad
confirmación de una cédula que el emperador don Carlos había dado el año del
Señor 1553, en que mandaba que todos los moriscos del reino de Granada, de
cualquier estado y condición que fuesen, que tuviesen licencias para traer
armas, las llevasen a registrar ante el Capitán general, para que las mandase
sellar, y que no las pudiesen traer ni tener de otra manera. Esta cédula se
mandó luego confirmar en el Consejo, con relación que algunos moriscos, so
color de tener licencias de armas, compraban más cantidad de las que habían
menester, y las vendían o daban a los monfís y hombres escandalosos. Y aunque
hubo contradición de su parte, no les aprovechó, y fue tanto lo que lo
sintieron, que muchos dejaron de traer las armas por no ponerse en aquella
sujeción, y pocos fueron los que las llevaron a registrar y sellar; todos
quedaron descontentos, indinados y con poco sosiego. De allí adelante, habiendo
poca conformidad entre los superiores, menudeaban [160] quejas a su majestad,
con que cansados los oídos de los de su consejo, y él con ellos, las
provisiones no tuvieron efeto, y salieron varias o ningunas, perdiendo con la
importunidad el crédito, y se proveyeron muchas cosas de pura justicia, que
conforme a la calidad de los tiempos se pudieran dilatar, o llevar con menos
rigor.
Capítulo IV
Cómo se mandó que los
moriscos delincuentes no se acogiesen a lugares de señorío ni gozasen de la
inmunidad de la iglesia más de tres días
Estos
mesmos días las justicias y los concejos de los lugares del reino de Granada
que eran cabezas de partidos informaron a los oidores y alcaldes de la Audiencia Real como
en los lugares de señorío se acogían y estaban avecindados muchos moriscos que
andaban huidos de la justicia por delitos, y teniendo allí seguridad, salían a
saltear y robar por los caminos, y que los señores cuyos eran los lugares los
favorecían y amparaban por tenerlos poblados, y desta manera crecía el número
de malhechores y había poca seguridad en la tierra, y convenía mandar que no
los acogiesen y que las justicias realengas entrasen a prenderlos donde los
hallasen. Pareciendo pues a la
Audiencia que no convenía que los delincuentes tuviesen
aquella guarida, informaron sobre ello a su majestad en su real consejo, y con
él consultado, se mandó despachar provisión para que los señores no recogiesen
gente desta calidad en sus pueblos, y las justicias realengas pudiesen
entrarlos a prender donde quiera que los hallasen. Había muchos moriscos que habiendo
sido perdonados de las partes, y estando sus negocios olvidados muchos años
había, vivían en lugares de señorío y estaban avecindados y casados en ellos.
Estaban con alguna manera de quietud entendiendo en sus oficios y labores del
campo, y como los escribanos comenzasen a revolver papeles, buscando causas, y
las justicias los apretasen con rigor, perdiendo la confianza que tenían del
favor de los lugares de señorío, y viendo que tampoco se podían entretener en
las iglesias ni estar retraídos más de tres días en ellas, porque así se había
proveído también estos días, comenzaron a darse a los montes, y juntándose con
otros monfís y salteadores, cometían cada día mayores delitos, matando y
robando las gentes, y andando en cuadrillas armados y tan a recaudo, que las
justicias ordinarias eran ya poca parte para prenderlos, por no traer gente de
guerra consigo. Luego entró la duda de la competencia de su jurisdición que
dijimos, sobre si pertenecía al Capitán general, que solía hacer semejantes
castigos por razón del oficio de la guerra, o a las justicias, por ser negocio
de rigor de ley; y al fin se cometió a las justicias, dando facultad a don
Alonso de Santillana, que a la sazón era presidente en la audiencia real de
Granada, y a los alcaldes del crimen, para que a costa de los moriscos
recogiesen cierto número de gente a sueldo que anduviesen en seguimiento de los
delincuentes, no excluyendo en parte al Capitán general, sino que también él
prendiese y castigase. La
Audiencia hizo dos cuadrillas pequeñas de a ocho hombres cada
una, que ni eran bastantes para asegurar la tierra ni fuertes para resistir a
los monfís; y ansí se acrecentó con ellos el daño. Porque por nuestros pecados
el día de hoy van los negocios más enderezados al interés particular que al bien
público, y aunque la intención del Consejo Real fue santa y buena, la sobrada
diligencia y el modo de proceder fue dañoso, porque los alguaciles y
escribanos, que eran los ejecutores, queriendo enriquecer en esta ocasión, no
sólo perseguían a los que entendían ser culpados, más aun molestaban a los que
estaban quietos y pacíficos en sus casas; y extendieron la codicia tanto, que
pocos moriscos había ya en el reino que no los hallasen culpados. Con estas
opresiones, siguiéndolos también el capitán general por su parte y la Inquisición y el
Arzobispo, no teniendo donde poderse guarecer en poblado, se dieron a los
montes muchos que hasta entonces no lo habían hecho. Ayudó también por su parte
la desorden de los soldados que se alojaban en las alcarías en las casas de los
moriscos; y demás de la costa ordinaria que les hacían, que era mucha, usaban
de las codicias y deshonestidades que la licencia militar trae consigo cuando
no precede el temor de Dios; y por ventura, como después se entendió, eran más
los delitos que ellos cometían que los delincuentes que prendían. Desta manera
fue creciendo el mal con la medicina y el número de los monfís, muchos de los
cuales se recogían en la ciudad de Granada, y metiéndose en el Albaicín, salían
a saltear de noche, mataban los hombres, desollábanles las caras, sacábanles
los corazones por las espaldas y despedazábanlos miembro a miembro; y de junto
a los muros de la ciudad y dentro captivaban las mujeres y los niños y los
llevaban a vender a Berbería. De aquí tomó principio la esperanza de los ánimos
escandalosos y ofendidos, y estos mismos fueron instrumento principal del
rebelión, como se entenderá por el discurso desta historia.
Capítulo V
Cómo su majestad mandó
hacer junta en la villa de Madrid sobre la reformación de los moriscos, y se
mandaron ejecutar los capítulos de la junta del año de 1526
Como
los moriscos anduviesen tan desasosegados y acudiesen de hora en hora avisos a
la ciudad de Granada de los daños que hacían, viviendo como moros y
comunicándose con los moros de Berbería, don Pedro Guerrero, arzobispo de
Granada, yendo al concilio de Trento, llevó tan a su cargo este negocio, que
trató dél con muchas veras. Y papa Paulo III le encargó que dijese de su parte
al rey don Felipe nuestro señor, que pusiese remedio como aquellas almas no se
perdiesen. Y en un sínodo que hizo, donde se juntaron los obispos de Málaga,
Guadix y Almería, sufragáneos al arzobispado de Granada, se trató de lo que
convenía para que los nuevamente convertidos tratasen con integridad las cosas
de la fe. Y hallando el remedio en la ejecución de los capítulos de la junta de
la capilla real, informaron dello a su majestad, y él lo remitió a su real
consejo, presidiendo en él el licenciado don Diego de Espinosa, que también era
inquisidor general y obispo de Sigüenza, y después fue cardenal en la santa
iglesia de Roma; y habiendo visto las relaciones del arzobispo y de los
prelados, y que los remedios pasados no habían aprovechado más que para un
principio de venganza, como es costumbre de los malos convertir [161] las cosas que se
procuran para su emienda en nuevos géneros de delitos y ofensas, acordaron ante
todas cosas que las provisiones que se hiciesen se ejecutasen con efeto, sin
admitir demandas ni respuestas. Y para proveer en ello mandó su majestad el año
de 1576 hacer una junta en la villa de Madrid, en la cual intervinieron el
presidente don Diego de Espinosa, el duque de Alba, don Antonio de Toledo,
prior de San Juan; don Bernardo de Borea, vicechanciller de Aragón; el maestro
Gallo, obispo de Orihuela; el licenciado don Pedro de Deza, del consejo de la
general Inquisición; el licenciado Menchaca y el doctor Velasco, oidores del
Consejo Real y de la cámara; y todos estos caballeros y letrados se resolvieron
en que pues los moriscos tenían baptismo y nombre de cristianos, y lo habían de
ser y parecer, dejasen el hábito y la lengua y las costumbres de que usaban
como moros, y que se cumpliesen y ejecutasen los capítulos de la junta que el
emperador don Carlos había mandado hacer el año de 26; y ansí lo consultaron a
su majestad, encargándole la conciencia; y para excusar importunidades, do se
publicaron hasta que los enviaron al presidente de Granada que los ejecutase.
Pornemos en este lugar los capítulos, y luego las contradiciones que los
moriscos hicieron, porque no quede cosa, que el lector pueda desear.
Capítulo VI
En que se contienen los
capítulos que se hicieron en la junta de la villa de Madrid sobre la
reformación de los moriscos
Primeramente
se ordenó que dentro de tres años de como estos capítulos fuesen publicados,
aprendiesen los moriscos a hablar la lengua castellana, y de allí adelante
ninguno pudiese hablar, leer ni escrebir en público ni en secreto en arábigo.
Que
todos los contratos y escrituras que de allí adelante se hiciesen en lengua
árabe fuesen ningunos, de ningún valor y efeto, y no hiciesen fe enjuicio ni
fuera dél, ni en virtud dellos se pudiese pedir ni demandar, ni tuviesen fuerza
ni vigor alguno.
Que
todos los libros que estuviesen escritos en lengua arábiga, de cualquier
materia y calidad que fuesen, los llevasen dentro treinta días ante el
presidente de la audiencia real de Granada para que los mandase ver y examinar;
y los que no tuviesen inconveniente, se los volviese para que los tuviesen por
el tiempo de los tres años, y no más.
Cuanto
a la orden que se había de dar para que aprendiesen la lengua castellana, se
cometía al presidente y al arzobispo de Granada, los cuales, con parecer de
personas práticas y de experiencia, proveyesen lo que les pareciese más
conveniente al servicio de Dios y al bien de aquellas gentes.
Cuanto
al hábito, se mandó que no se hiciesen de nuevo marlotas, almalafas, calzas, ni
otra suerte de vestido de los que se usaban en tiempo de moros; y que todo lo
que se cortase y hiciese fuese a uso de cristianos. Y porque no se perdiesen de
todo punto los vestidos moriscos que estaban hechos, se les dio licencia para
que pudiesen traer los que fuesen de seda o tuviesen seda en guarniciones,
tiempo de un año, y los que fuesen de sólo paño, dos años; y que pasado este
tiempo, en ninguna manera trajesen los unos ni los otros vestidos. Y durante
los dos años, todas las mujeres que anduviesen vestidas a la morisca llevasen
las caras descubiertas por donde fuesen, porque se entendió que por no perder
la costumbre que tenían de andar con los rostros atapados por las calles,
dejarían las almalafas y sábanas, y se pondrían mantos y sombreros, como se
había hecho en el reino de Aragón cuando se quitó el traje a los moriscos dél.
Cuanto
a las bodas, se ordenó que en los desposorios, velaciones y fiestas que
hiciesen, no usasen de los ritos, cerimonias, fiestas y regocijos de que usaban
en tiempo de moros, sino que todo se hiciese conformándose con el uso y
costumbre de la santa madre Iglesia, y de la manera que los fieles cristianos
lo hacían; y que en los días de las bodas y velaciones tuviesen las puertas de
las casas abiertas, y lo mesmo hiciesen los viernes en la tarde y todos los
días de fiesta, y que no hiciesen zambras, ni leilas con instrumentos, ni
cantares moriscos en ninguna manera, aunque en ellos no cantasen ni dijesen
cosa contra la religión cristiana ni sospechosa della.
Cuanto
a los nombres, ordenaron que no tomasen, tuviesen ni usasen nombres ni
sobrenombres de moros, y los que tenían los dejasen luego, y que las mujeres no
se alheñasen.
En
cuanto a los baños, mandaron que en ningún tiempo usasen de los artificiales, y
que los que había se derribasen luego; y que ninguna persona, de ningún estado
y condición que fuese, no pudiese usar de los tales baños, ni se bañasen en
ellos en sus casas ni fuera dellas.
Y
cuanto a los gacis, se proveyó que los que fuesen libres, y los que se hubiesen
rescatado o se rescatasen, no morasen en todo el reino de Granada, y dentro de
seis meses de como se rescatasen saliesen dél; y que los moriscos no tuviesen
esclavos gacis, aunque tuviesen licencias para poderlos tener.
Cuanto
a los esclavos negros, se ordenó que todos los moriscos que tenían licencias
para tenerlos, las presentasen luego ante el presidente de la real audiencia de
Granada, el cual viese si los que las tenían eran personas que sin impedimento
ni otro peligro podían usar dellas, y enviase relación a su majestad dello,
para que lo mandase ver y proveer; y en el ínterin la persona en cuyo poder se
exhibiesen las licencias las detuviese, proveyendo en ello el Presidente lo que
más viese que convenía.
Esta
fue la resolución que se tomó en aquella junta, aunque algunos fueron de
parecer que los capítulos no se ejecutasen todos juntos, por estar los moriscos
tan casados con sus costumbres, y porque no lo sentirían tanto yéndoselas
quitando poco a poco; mas el presidente don Diego de Espinosa, fabricado de los
avisos que venían cada día de Granada, y abrazándose con la fuerza de la
religión y poder de un príncipe tan católico, quiso y consultó a su majestad
que se ejecutasen todos juntos.
Capítulo VII
Cómo su majestad proveyó
por presidente de la audiencia real de Granada al licenciado don Pedro de Deza,
y se le enviaron los capítulos
Luego
proveyó su majestad por presidente de la audiencia real de Granada al
licenciado don Pedro de [162] Deza, oidor de la general Inquisición, que hoy es cardenal en la
santa iglesia de Roma, natural de la ciudad de Toro, y que había sido uno de
los de la junta de la villa de Madrid, como queda dicho. El cual habiendo
recibido la cédula de su provisión en la villa de Madrid, a 4 días del mes de
mayo del año de 1566, a
los 25 dél estaba ya en la ciudad de Granada, y el mesmo día que llegó se juntó
el Acuerdo y tomó la posesión de la presidencia. Luego le envió el presidente
don Diego de Espinosa los capítulos en forma de premática, para que con parecer
del Acuerdo, comunicándolo también con el arzobispo de aquella ciudad, los
hiciese publicar y procediese en la ejecución dellos, sin embargo de
cualesquier contradiciones que se hiciesen de parte de los moriscos, procurando
primero algunos medios para que sin mucho apremio se cumpliesen; y por otra
parte, su majestad mandó al presidente don Diego de Espinosa que dijese a don
Íñigo López de Mendoza, marqués que era ya de Mondéjar, por muerte de don Luis
Hurtado de Mendoza, su padre, que aún estaba en la corte, que fuese a hallarse
presente a la publicación de los capítulos, por si fuese menester dar calor con
su presencia. Luego como llegaron a Granada los capítulos, el Presidente los
mandó imprimir secretamente, para que hubiese copia que enviar a un mesmo
tiempo por todo aquel reino, porque se acordó que se pregonasen el primer día
del mes de enero luego siguiente, por ser día señalado, víspera de la fiesta
que con gran solenidad celebra aquella ciudad en memoria del día en que los
Reyes Católicos la ganaron. Y mientras esto se hacía, deseando que de los
proprios moriscos, que ya tenían noticia de lo que se trataba y le habían
hablado sobre ello, naciese alguna manera de consentimiento, hizo llamar a un
Alonso de Horozco, canónigo de la iglesia colegial de San Salvador del
Albaicín, hombre que tenía amistad y trato con los moriscos, porque había sido
muchos años beneficiado en la
Alpujarra , y sabía muy bien la lengua arágiba, y le encomendó
que hiciese juntar los más principales en la iglesia, y por vía de amistades
dijese que tenía aviso cierto como su majestad, cansado de oír las quejas que
de ordinario le iban de los nuevamente convertidos de aquel reino, diciéndole
que eran moros y se trataban como moros, y que la principal causa, para no ser
cristianos eran el hábito y la lengua morisca, y las otras costumbres y cerimonias
que tenían de tiempo de moros, había tomado resolución de mandar que lo dejasen
todo; y que siendo ansí, sería cosa muy acertada que ellos lo pidiesen con su
comodidad, y por la orden que les estuviese mejor, porque gustaría dello y les
agradecería su buen deseo; y que dejando aparte los inconvenientes que hallaban
en lo del hábito y la lengua, pidiesen que todas las mujeres que se casasen y
las niñas se vistiesen como cristianas; y no haciendo de nuevo ropas a la
morisca, fuesen gastando las que tenían hechas, y que desta manera se iría
dejando aquel traje, que con razón debían aborrecer siendo cristianos, pues no
era honesto, y se compadecía mal que las cristianas anduviesen vestidas como
moras; y que asimesmo pidiesen que los muchachos aprendiesen a hablar
castellano, y se pusiesen escuelas para enseñarles a leer, y que lo mesmo
hiciesen los de mediana edad, y con los viejos se disimulase, pues era, cosa
imposible poderlo hacer. Y cuanto a los libros árabes, ellos mesmos habían de
holgar que no los hubiese, pues siendo cristianos, como lo profesaban, les era
de ningún provecho tenerlos, y muy escandaloso a las conciencias. Que dejasen
las bodas y los otros regocijos y placeres que acostumbraban hacer a la morisca
por el ruin ejemplo y gran nota que daban de sí, y por el daño que se les
seguía gastando sus haciendas mal gastadas, y por los escándalos y
deshonestidades que en ellas se hacían. Todo lo cual habían de procurar ellos
mesmos sin que se les mandase, y especialmente lo que tocaba a los baños artificiales,
que estaba averiguado, ser un vicio malo, de donde resultaban muchos pecados en
ofensa de Dios, y una costumbre deshonesta para sus mujeres y hijas; y les
diesen a entender con su buen término que dejando todas estas cosas, y viendo
que se trataban como los otros cristianos destos reinos, serían honrados,
favorecidos y respetados, y su majestad se serviría de sus personas como de los
otros sus vasallos, y vernían adelante sus hijos y nietos a ser constituidos en
honras y dignidades y en oficios de justicia y de gobernación, como lo eran los
nobles y virtuosos del reino. Estas y otras muchas cosas que el Presidente
mandó al canónigo Alonso de Horozco que les dijese, las dijo a los más
principales del Albaicín, que hizo juntar en San Salvador; mas ellos le
respondieron que no osarían tratar de semejante negocio, porque tenían por
cierto que los apedrearían. Viendo pues el canónigo la sequedad con que le
habían respondido, y pareciéndole que por ventura no creían ser cierto lo que
les había dicho de la determinación de su majestad, por no haberles dado autor
cierto, fue aquel mesmo día al Presidente, y dándole cuenta de lo que había
pasado, le pidió licencia para poderle dar a él por autor; el cual se la dio, y
dende a dos días volvió a juntar los moriscos en la mesma iglesia, y les
declaró como lo que les había dicho había sido por mandado del Presidente, y
como de nuevo le había mandado que les dijese cómo su majestad quería que se
ejecutasen los capítulos de la junta del año de 1526, y que sería bien que
ellos lo pidiesen por la orden que viesen que les estaría mejor, y que él les
favorecería para que se hiciese con su comodidad; mas no por eso se quisieron
allanar, y como el canónigo les rogase que fuesen con él algunos dellos a
hablar al Presidente, tampoco lo quisieron hacer por entonces.
Capítulo VIII
Cómo se pregonaron los
capítulos de lo nueva premática, y del sentimiento que hicieron los moriscos
Habiéndose
acabado de imprimir la nueva premática, el presidente don Pedro de Deza, con
parecer del acuerdo, mandó que se pregonase en la ciudad de Granada y en las
otras de aquel reino, el 1.º día del mes de enero del año del Señor 1567. Este
día se juntaron los alcaldes del crimen de la Real Chancillería ,
y el Corregidor con todas las justicias de la ciudad, y con gran solenidad de
atabales, trompetas, sacabuches, ministriles y dulzainas la pregonaron en las
plazas y lugares públicos de la ciudad y de su Albaicín. Luego incontinente se
mandó que las justicias hiciesen derribar todos los baños artificiales, y se
derribaron, comenzando primero por los de su majestad, porque los [163] dueños de los otros no
se agraviasen. ¿Qué diremos del sentimiento que los moriscos hicieron cuando
oyeron pregonar los capítulos en la plaza de Bib el Bonut, sino que con saberlo,
ya fue tanta su turbación, que ninguna persona de buen juicio dejara de
entender sus dañadas voluntades? Tanta era la ira que manifestaban,
provocándose los unos a los otros con cierta demostración de amenazas. Decían
que su majestad había sido mal aconsejado; y que la premática había de ser
causa de la destruición del reino; y queriendo descubrir con mansedumbre sus
fuerzas, antes de tomar las armas con rústica fiereza, comenzaron a hacer
juntas en público y en secreto, dando por una parte materia de hablar a los
mozos con ejemplo de los más viejos, que no les era menor aquel yugo que la
propria muerte; y por otra parte acordaron que los principales resistiesen la
furia de aquel efeto, que ellos llamaban malaventura, con fingida humildad,
aprovechándose de la moral prudencia para pedir suspensión; y para ello
nombraron personas que informasen a su majestad y a los de su consejo.
Capítulo IX
Cómo los moriscos
contradijeron los capítulos de la nueva premática, y un razonamiento que
Francisco Núñez Muley hizo al Presidente sobre ello
Los
moriscos de las ciudades, sierras y marinas y Alpujarra enviaron luego como se
pregonó la premática, a la ciudad de Granada a entender los ánimos de los del
Albaicín, y ver cómo lo habían tomado. Y hallándose todos conformes en una
mesma voluntad, acordaron que se contradijesen por reino, y para ello acudieron
a Jorge de Baeza, su procurador general, y le dieron que en nombre de la nación
pidiese suspensión, como se había hecho otras veces. Y antes de hacer camino a
la corte de su majestad, acordaron de hablar al presidente don Pedro de Deza, y
informarle de palabra y por escrito, para ver si podrían ablandarte. A esto fue
un morisco caballero llamado Francisco Núñez Muley, que por edad y experiencia
tenía mucha prática de aquel negocio, y lo había tratado otras veces en tiempo
de los reyes pasados, el cual puesto delante del Presidente, con la voz baja y
humilde le dijo desta manera:
«Cuando
los naturales deste reino se convirtieron a la fe de Jesucristo, ninguna
condición hubo que les obligase a dejar el hábito ni la lengua, ni las otras
costumbres que tenían de regocijarse con sus fiestas, zambras y recreaciones; y
para decir verdad, la conversión fue por fuerza, contra lo capitulado por los
señores Reyes Católicos cuando el rey Abdilehi les entregó esta ciudad; y
mientras sus altezas vivieron, no hallo yo, con todos mis años, que se tratase
de quitárselo. Después, reinando la reina doña Juana, su hija, pareciendo
convenir (no sé por cierto a quién), se mandó que dejásemos el traje morisco; y
por algunos inconvinientes que se representaron, se suspendió, y lo mesmo
viniendo a reinar el cristianísimo emperador don Carlos. Sucedió después que un
hombre bajo de los de nuestra nación, confiado en el favor del licenciado
Polanco, oidor desta real audiencia, a quien servía, se atrevió a hacer
capítulos contra los clérigos y beneficiados, y sin tomar consejo con los
hombres principales, que sabían lo que convenía disimular semejantes cosas, los
firmó de algunos amigos suyos, y los dio a su majestad. A esto acudió luego por
los clérigos el licenciado Pardo, abad de San Salvador del Albaicín, y a
vueltas de su descargo, informó con autoridad del prelado que los nuevamente
convertidos eran moros, y que vivían como moros, y que convenía dar orden en
que dejasen las costumbres antiguas, que les impedían poder ser cristianos. El
Emperador, como cristianísimo príncipe, mandó ir visitadores por todo este
reino, que supiesen cómo vivían los naturales dél. Hízose la visita por los mesmos
clérigos, y ellos fueron los que depusieron contra ellos, como personas que
sabían bien la neguilla que había quedado en nuestro trigo; cosa que en tan
breve tiempo era imposible estar limpio. De aquí resultó la congregación de la
capilla real: proveyéronse muchas cosas contra nuestros previlegios, aunque
también acudimos a ellas, y se suspendieron. Dende a ciertos años, don Gaspar
de Ávalos, siendo arzobispo de Granada, de hecho quiso quitarnos el hábito,
comenzando por los de las alcarías, y trayendo aquí algunos de Güejar sobre
ello. El presidente que estaba en el lugar que está agora vuestra señoría, y
los oidores desta audiencia, y el marqués de Mondéjar y el Corregidor se lo
contradijeron, y paró por las mesmas razones; y desde el año de 1540 se ha
sobreseído el negocio, hasta que agora los mesmos clérigos han vuelto a
resucitarlo, para molestarnos por tantas vías a un tiempo. Quien mirare las
nuevas premáticas por defuera, pareceranle cosa fácil de cumplir; mas las
dificultades que traen consigo son muy grandes, las cuales diré a vuestra
señoría por extenso, para que compadeciéndose deste miserable pueblo, se apiade
dél con amor y caridad, y le favorezca con su majestad, como lo han hecho
siempre los presidentes pasados. Nuestro hábito cuanto a las mujeres no es de
moros; es traje de provincia como en Castilla y en otras partes se usa
diferenciarse las gentes en tocados, en sayas y en calzados. El vestido de los
moros y turcos, ¿quién negará sino que es muy diferente del que ellos traen? Y
aun entre ellos mesmos diferencian; porque el de Fez no es como el de Tremecén,
ni el de Túnez como el de Marruecos, y lo mesmo es en Turquía y en los otros
reinos. Si la seta de Mahoma tuviera trajo proprio, en todas partes había de
ser uno; pero el hábito no hace al monje. Vemos venir los cristianos, clérigos
y legos de Suria y de Egipto vestidos a la turquesca, con tocas y cafetanes
hasta en pies; hablan arábigo y turquesco, no saben latín ni romance, y con
todo eso son cristianos. Acuérdome, y habrá muchos de mi tiempo que se
acordarán que en este reino se ha mudado el hábito diferente de lo que solía
ser, buscando las gentes traje limpio, corto, liviano y de poca costa, tiñendo
el lienzo y vistiéndose dello. Hay mujer que con un ducado anda vestida, y
guardan las ropas de las bodas y placeres para los tales días, heredándolas en
tres y cuatro herencias. Siendo pues esto ansí, ¿qué provecho puede venir a
nadie de quitarnos nuestro hábito, que, bien considerado, tenemos comprado por
mucho número de ducados con que hemos servido en las necesidades de los reyes
pasados? ¿Por qué nos quieren hacer perder más de tres millones de oro que
tenemos empleado en él, y destruir a los mercaderes, a los tratantes, a los
plateros y a otros oficiales que viven y se sustentan con hacer vestidos, [164] calzado y joyas a la
morisca? Si docientas mil mujeres que hay en este reino, o más, se han de
vestir de nuevo de pies a cabeza, ¿qué dinero les bastará? ¿Qué pérdida será la
de los vestidos y joyas moriscas que han de deshacer y echar a perder? Porque
son ropas cortas, hechas de girones y pedazos, que no pueden aprovechar sino
para lo que son, y para eso son ricas y de mucha estima; ni aun los tocados
podrán aprovechar, ni el calzado. Veamos la pobre mujer que no tiene con que
comprar sayo, manto, sombrero y chapines, y se pasa con unos zaragüelles y una
alcandora de angeo teñido, y con una sábana blanca, ¿qué hará? ¿De qué se
vestirá? ¿De dónde sacarán el dinero para ello? Pues las rentas reales, que
tanto interesan en las cosas moriscas, donde se gasta un número infinito de
seda, oro y aljófar, ¿por qué han de perderse? Los hombres todos andamos a la
castellana, aunque por la mayor parte en hábito pobre: si el traje hiciera
seta, cierto es que los varones habían de tener más cuenta con ello que las
mujeres, pues lo alcanzaron de sus mayores, viejos y sabios. He oído decir
muchas veces a los ministros y prelados que se haría merced y favor a los que
se vistiesen a la castellana, y hasta agora, de cuantos lo han hecho, que son
muchos, ninguno veo menos molestado ni más favorecido: todos somos tratados
igualmente. Si a uno hallan un cuchillo, échanle en galera, pierde su hacienda
en pechos, en cohechos y en condenaciones. Somos perseguidos de la justicia
eclesiástica y de la seglar; y con todo eso, siempre leales vasallos y
obedientes a su majestad, prestos a servirle con nuestras haciendas, jamás se
podrá decir que hayamos cometido traición desde el día que nos entregamos.
»Cuando
el Albaicín se alborotó, no fue contra el Rey, sino en favor de sus firmas, que
teníamos en veneración de cosa sagrada. No estando aún la tinta enjuta,
quebrantaron los capítulos de las paces las justicias, prendiendo las mujeres
que venían de linaje de cristianas, para hacerles que lo fuesen por fuerza. Veamos,
señor: ¿en las comunidades levantáronse los deste reino? Por cierto, en favor
de su majestad acompañaron al marqués de Mondéjar y a don Antonio y don
Bernardino de Mendoza, sus hermanos, contra los comuneros don Hernando de
Córdoba el Ungi, Diego López Aben Axar, Diego López Hacera, con más de
cuatrocientos hombres de guerra de nuestra nación, siendo los primeros que en
toda España tomaron armas contra los comuneros. Y don Juan de Granada, hermano
del rey Abdilehi, también fue general en Castilla de los reales, trabajó y
apaciguó lo que pudo, y hizo lo que debía a buen vasallo de su majestad. Justo
es pues que lo que tanta lealtad han guardado sean favorecidos y honrados y
aprovechado en sus haciendas, y que vuestra señoría los favorezca, honre y aproveche,
como lo han hecho los predecesores que han presidido en este lugar.
»Nuestras
bodas, zambras y regocijos, y los placeres de que usamos, no impide nada al ser
cristianos. Ni sé cómo se puede decir que es cerimonia de moros; el buen moro
nunca se hallaba en estas cosas tales, y los alfaquís se salían luego que
comenzaban las zambras a tañer o cantar. Y aun cuando el rey moro iba fuera de
la ciudad atravesando por el Albaicín, donde había muchos cadís y alfaquís que
presumían ser buenos moros, mandaba cesar los instrumentos hasta salir a la
puerta de Elvira, y les tenía este respeto. En África ni en Turquía no hay
estas zambras; es costumbre de provincia, y si fuese cerimonia de seta, cierto
es que todo había de ser de una mesma manera. El arzobispo santo tenía muchos
alfaquís y meftís amigos, y aun asalariados, para que le informasen de los
ritos de los moros, y si viera que lo eran las zambras, es cierto que las
quitara, o a lo menos no se preciara tanto dellas, porque holgaba que
acompañasen el Santísimo Sacramento en las procesiones del día de Corpus
Christi, y de otras solemnidades, donde concurrían todos los pueblos a porfía
unos de otros, cual mejor zambra sacaba, y en la Alpujarra , andando en la
visita, cuando decía misa cantada, en lugar de órganos, que no los había,
respondían las zambras, y le acompañaban de su posada a la iglesia. Acuérdome
que cuando en la misa se volvía al pueblo, en lugar de Dominus vobiscum, decía en arábigo Y bara ficun, y luego respondía la
zambra.
»Menos
se hallará que alheñarse las mujeres sea cerimonia de moros, sino costumbre
para limpiarse las cabezas, y porque saca cualquier suciedad dellas y es cosa
saludable. Y si se ponían encima agallas, era para teñir los cabellos y hacer
labores que parecían bien.
»Esto
no es contra la fe, sino provechoso a los cuerpos, que aprieta las carnes y
sana enfermedades. Don fray Antonio de Guevara, siendo obispo de Guadix, quiso
hacer trasquilar las cabezas de las mujeres de los naturales del marquesado del
Cenete, y rasparles la alheña de las manos; y viniéndose a quejar al Presidente
y oidores y al marqués de Mondéjar, se juntaron luego sobre ello, y proveyeron
un receptor que le fuese a notificar que no lo hiciese, por ser cosa que hacía
muy poco al caso para lo de la fe.
»Veamos,
señor: hacernos tener las puertas de las casas abiertas ¿de qué sirve? Libertad
se da a los ladrones para que hurten, a los livianos para que se atrevan a las
mujeres, y ocasión a los alguaciles y escribanos para que con achaques
destruyan la pobre gente. Si alguno quisiere ser moro y usar de los guadores y
cerimonias de moros, ¿no podrá hacerlo de noche? Sí por cierto; que la seta de
Mahoma soledad requiere y recogimiento. Poco hace al caso cerrar o abrir la
puerta al que tuviere la intención dañada; el que hiciere lo que no debe,
castigo hay para él, y a Dios nada es oculto.
»¿Podrase,
pues, averiguar que los baños se hacen por cerimonia? No por cierto. Allí se
junta mucha gente, y por la mayor parte son los bañeros cristianos. Los baños
son minas de inmundicias; la ceremonia o rito del moro requiere limpieza y
soledad, ¿Cómo han de ir a hacerla en parte sospechosa? Formáronse los baños
para limpieza de los cuerpos, y decir que se juntan allí las mujeres con los
hombres, es cosa de no creer, porque donde acuden tantas, nada habría secreto;
otras ocasiones de visitas tienen para poderse juntar, cuanto más que no entran
hombres donde ellas están. Baños hubo siempre en el mundo por todas las
provincias, y si en algún tiempo se quitaron en Castilla, fue porque
debilitaban las fuerzas y los ánimos de los hombres para la guerra. Los
naturales deste reino no han de pelear, ni las mujeres han menester tener
fuerzas, sino andar limpias: si allí no se lavan, en los arroyos y fuentes y
ríos, ni en sus casas tampoco lo pueden hacer, que les está defendido, ¿dónde
se han de ir a lavar? Que aun [165] para ir a los baños naturales por vía de medicina en sus
enfermedades les han de costar trabajo, dineros y pérdida de tiempo en sacar
licencia para ello.
»Pues
querer que las mujeres anden descubiertas las caras, ¿qué es sino dar ocasión a
que los hombres vengan a pecar, viendo la hermosura de quien suelen
aficionarse? Y por el consiguiente las feas no habrá quien se quiera casar con
ellas. Tápanse porque no quieren ser conocidas, como hacen las cristianas: es
una honestidad para excusar inconvinientes, y por esto mandó el Rey Católico
que ningún cristiano descubriese el rostro a morisca que fuese por la calle, so
graves penas. Pues siendo esto ansí, y no habiendo ofensa en cosas de la fe,
¿por qué han de ser los naturales molestados sobre el cubrir o descubrir de los
rostros de sus mujeres?
»Los
sobrenombres antiguos que tenemos son para que se conozcan las gentes; que de
otra manera perderse han las personas y los linajes. ¿De qué sirve que se
pierdan las memorias? Que bien considerado, aumentan la gloria y ensalzamiento
de los Católicos Reyes que conquistaron este reino. Esta intención y voluntad
fue la de sus altezas y del Emperador, que está en gloria, para éstos se
sustentan los ricos alcázares de la
Alhambra y otros menores en la mesma forma que estaban en
tiempo de los reyes moros, porque siempre manifestasen su poder por memoria y
trofeo de los conquistadores.
»Echar
los gacis deste reino, justa y santa cosa es; que ningún provecho viene de su
comunicación a los naturales; mas esto se ha proveído otras veces, y jamás se
cumplió. Ejecutarse agora no deja de traer inconviniente, porque la mayor parte
dellos son ya naturales, casáronse, naciéronles hijos y nietos, y tiénenlos
casados; y estos tales sería cargo de conciencia echarlos de la tierra.
»Tampoco
hay inconviniente en que los naturales tengan negros. ¿Estas gentes no han de
tener servicios? ¿han de ser todos iguales? Decir que crece la nación morisca
con ellos, es pasión de quien lo dice, porque habiendo informado a su majestad
en las cortes de Toledo que había más de veinte mil esclavos negros en este
reino en poder de naturales, vino a parar en menos de cuatrocientos, y al presente
no hay cien licencias para poderlos tener. Esto salió también de los clérigos,
y ellos han sido después los abonadores de los que los tienen, y los que han
sacado interese dello.
»Pues
vamos a la lengua arábiga, que es el mayor inconviniente de todos. ¿Cómo se ha
de quitar a las gentes su lengua natural, con que nacieron y se criaron? Los
egipcios, surianos, malteses y otras gentes cristianas, en arábigo hablan, leen
y escriben, y son cristianos como nosotros; y aun no se hallará que en este
reino se haya hecho escritura, contrato ni testamento en letra arábiga desde
que se convirtió. Deprender la lengua castellana todos lo deseamos, mas no es
en manos de gentes. ¿Cuántas personas habrá en las villas y lugares fuera desta
ciudad y dentro della, que aun su lengua árabe no la aciertan a hablar sino muy
diferente unos de otros, formando acentos tan contrarios, que en sólo oír
hablar un hombre alpujarreño se conoce de qué taa es? Nacieron y criáronse en
lugares pequeños, donde jamás se ha hablado el aljamía ni hay quien la
entienda, sino el cura o el beneficiado o el sacristán, y éstos hablan siempre
en arábigo: dificultoso será y casi imposible que los viejos la aprendan en lo
que les queda de vida, cuanto más en tan breve tiempo como son tres años, aunque
no hiciesen otra cosa sino ir y venir a la escuela. Claro está ser éste un
artículo inventado para nuestra destruición, pues no habiendo quien enseñe la
lengua aljamía, quieren que la aprendan por fuerza, y que dejen la que tienen
tan sabida, y dar ocasión a penas y achaques, y a que viendo los naturales que
no pueden llevar tanto gravamen, de miedo de las penas dejen la tierra, y se
vayan perdidos a otras partes y se hagan monfíes: Quien esto ordenó con fin de
aprovechar y para remedio y salvación de las almas, entienda que no puede dejar
de redundar en grandísimo daño, y que es para mayor condenación. Considérese el
segundo mandamiento, y amando al prójimo, no quiera nadie para otro que no
querría para sí; que si una sola cosa de tantas como a nosotros se nos ponen
por premática se dijese a los cristianos de Castilla o del Andalucía, morirían
de pesar, y no sé lo que se harían. Siempre los presidentes desta audiencia
fueron en favorecer y amparar este miserable pueblo: si de algo se agraviaban,
a ellos acudían, y remediábanlo como personas que representaban la persona real
y deseaban el bien de sus vasallos; eso mesmo esperamos todos de vuestra
señoría. ¿Qué gente hay en el mundo más vil y baja que los negros de Guinea? Y
consiénteseles hablar, tañer y bailar en su lengua, por darles contento. No
quiera Dios que lo que aquí he dicho sea con malicia, porque mi intención ha
sido y es buena. Siempre he servido a Dios nuestro señor, y a la corona real, y
a los naturales deste reino, procurando su bien; esta obligación es de mi
sangre, y no lo puedo negar, y más ha de sesenta años que trato destos
negocios; en todas las ocasiones he sido uno de los nombrados. Mirándolo pues
todo con ojos de misericordia, no desampare vuestra señoría a los que poco
pueden, contra quien pone toda la fuerza de la religión de su parte; desengañe
a su majestad, remedie tantos males como se esperan, y haga lo que es obligado
a caballero cristiano; que Dios y su majestad serán dello muy servidos, y este
reino quedará en perpetua obligación.»
Capítulo XI
De lo que el Presidente
respondió a los moriscos, y cómo avisó a su majestad dello, y de algunas cosas
que convenía proveerse Oído el razonamiento de
Francisco Núñez Muley, el Presidente le respondió que todo cuanto él pudiese
hacer para que los vasallos de su majestad do fuesen molestados, lo haría; y
que si algunas justicias les hiciesen algún agravio o les llevasen dineros mal
llevados, acudiesen a él, porque luego lo remediaría y castigaría con rigor.
Que lo que su majestad quería dellos era que fuesen buenos cristianos, en todo
semejantes a los otros cristianos sus vasallos, y que haciéndolo ansí, ternían
causa de pedirle mercedes, y él razón de hacérselas; mas que tuviesen por
cierto que la nueva premática no se había de revocar, pues era tan santa y
justa, y había sido hecha con tanta deliberación y acuerdo. Que si alguna cosa
había en ella de que poderse agraviar, se lo dijesen; porque en lo que él
pudiese darle declaración, lo haría de muy buena voluntad; [166] y en lo que no pudiese
darla, enviaría a consultarlo luego con su majestad, y procuraría el remedio
con toda brevedad. Que fuera desta orden no gastasen sus haciendas al aire, ni
enviasen a la corte sobre ello; porque las razones que daban se habían dado
otras veces, y no eran bastantes para que por ellas se revocase la premática;
porque en lo que tocaba a la lengua, estaba cometido al arzobispo de Granada y
a él, para que lo proveyesen por la vía que mejor pareciese convenir, y así lo
harían; y en lo del hábito, estaba el remedio en la mano, deshaciendo las ropas
moriscas, y haciendo dellas sayas faldellines y sayuelos al uso de las
cristianas, y desta manera no se perdería tanto como decía; y que los maestros
y oficiales que hacían vestidos y joyas a la morisca podían también hacerlo a
la castellana, y los mercaderes y tratantes tener el mesmo trato que tenían. Y
como le replicase que no estaban examinados; y que los almotacenes les
llevarían la pena, le respondió que desde luego les daba licencia para que los
pudiesen cortar y hacer, aunque, no estuviesen examinados; y que en lo que
tocaba a las mujeres pobres, se pediría a su majestad que de limosna les
mandase dar sayas y mantos, y andando vestidas como cristianas, cesaría el
inconviniente que decía de las justicias; y al fin concluyó con decirle
resolutamente que su majestad quería más fe que farda, y que preciaba más
salvar una alma que todo cuanto le podían dar de renta los moriscos nuevamente
convertidos, porque su intención era que fuesen buenos cristianos, y no sólo que
lo fuesen, más que también la pareciesen, trayendo a sus mujeres y hijas
vestidas como andaba la Reina ,
nuestra señora, y que por su parte en nengún tiempo los favorecería para que,
siendo cristianos, trajesen a sus mujeres vestidas como moras. Con estas y
otras muchas razones despidió el Presidente a este morisco aquel día, y siendo,
informado que querían enviar a la corte a Jorge de Baeza a hacer contradición
en nombre del reino, le hizo llamar y le mandó que por ninguna vía fuese a
tratar de aquel negocio, porque su majestad no gustaría dello; y que si alguna
cosa pretendían, lo pidiesen por petición, y se proveería en lo que hubiese
lugar, y en lo demás se consultaría con su majestad. Luego se mandó pregonar
por toda la ciudad que todos los maestros y oficiales de cosas moriscas que
quisiesen hacerlas a la castellana, lo hiciesen libremente, aunque no
estuviesen examinados por los veedores, y que no les llevasen penas ni achaques
por ello. Que los que quisiesen examinarse, los examinasen sin llevarles interés
por el examen; y que los tejedores de almalafas, almaizares y cortinas, y de
otras cosas moriscas, dentro de cierto término acabasen las obras que tenían
comenzadas, y de allí adelante no hiciesen otras de nuevo, sino que guardasen
el tenor de la premática. Y porque había muchos que tenían tiendas arrendadas
para sus tratos y oficios, y empleado su caudal en ropas y cosas moriscas, y
cesando, como había de cesar, el trato dellas, no podían pagar los alquileres
de vacío, mandó llamar los dueños dellas, y les rogó que las tomasen en sí, y
diesen por libres de los arrendamientos a los moriscos, los cuales holgaron de
hacerlo. Mandoles avisar que todas las cuentas que tenían en arábigo se
feneciesen y acabasen dentro de un año, porque de allí adelante, guardando la
premática, no habían de leer ni escrebir más en aquella lengua, sino en la
castellana. Ordenose a las justicias que si prendiesen algunas mujeres sobre el
hábito y traje, las reprehendiesen y amonestasen dos y tres veces antes de
llevarlas a la cárcel; y si algunas prendían, mandaba luego soltarlas sin
costas; y en todo el primer año no consintió que se ejecutase pena que viniese
a su noticia. Y porque los alguaciles ordinarios hacían demasías, señaló
personas que con menos rigor lo hiciesen, mandándoles respetar y hacer cortesía
a las moriscas que encontrasen vestidas a la castellana. Y por carta de 27 de
febrero dio aviso a su majestad, y le informó de lo que había pasado con los
moriscos, y del estado en que estaban sus negocios, y lo que le parecía deberse
proveer para atajar los males y daños, que los monfíes salteadores hacían en
aquel reino, certificando que era el mayor inconviniente para la quietud y
seguridad dél, especialmente de los lugares de la costa de la mar, adonde
acudían bajeles de Berbería, que con la industria y favor que les daban, hacían
grandísimos daños. En esta conformidad se informó por acuerdo y por ciudad,
cada uno por su parte, fundando el remedio más en legalidad que en fuerza,
pidiendo que se cometiese a los alcaldes de la Real Audiencia , sin
que en ello, por ser negocios de justicia, se entremetiese el Capitán General,
a cuyo cargo solamente habían de estar los presidios de los lugares de la
costa. También informaron como los moriscos del Albaicín avisaban que se venían
a meter con ellos muchos moriscos forasteros, y pedían que hubiese alguna gente
pagada a su costa que rondase de noche, tanto por la seguridad de sus personas
y haciendas, como para que los malhechores fuesen presos y castigados. Lo cual
todo visto en el real Consejo, y consultado a su majestad, se respondió al
presidente don Pedro de Deza, por carta de 30 de marzo, que estaba bien la
respuesta que había dado a los moriscos que le habían ido a hablar; y en cuanto
a lo que decía de las mujeres pobres, que no tenían de que vestirse como
cristianas, su majestad les hacía merced que del dinero procedido de dos casas
de baños de su real patrimonio, que se habían desbaratado y vendido aquellos
días en el Albaicín, se comprasen paños y anascotes con que vestirlas, y les
diesen oficiales que les hiciesen ropas a uso de cristianas, sin llevarles
hechura, como en efeto se hizo. Y que en cuanto a la seguridad de los lugares
de la costa de la mar, ya su majestad había mandado venir suficiente número de
galeras para la guardia della, y se proveería gente de guerra, que con
asistencia del Capitán General la guardasen, y con esto cesarían los daños que
hacían los monfíes y salteadores; y también él por su parte proveyese de manera
que cesasen por los medios que pareciesen más convenientes. Y en lo que tocaba
a la ciudad, parecía no ser necesario hacer más prevención que tener gran
cuenta los alcaldes de chancillería y las justicias ordinarias con rondar de
noche, repartiendo entre sí el tiempo y horas y los cuarteles, de manera que en
todas partes y en cualquiera hora de la noche se rondase, creciendo si
pareciese necesario, el número de los alguaciles y de la gente que había de
andar con ellos; y porque parecía que en el Albaicín importaría más la ronda,
se pondrían dos alguaciles acompañados de más gente que los otros, ayudando
para este [167] gasto y para lo demás
los moriscos, como decía que lo habían prometido; y que con esto, no habiendo
como no había que temer otro movimiento ni alteración, estaría bien proveído,
sin hacer provisiones de más costa ni sonido, para excusar los daños que se
podían hacer de noche. Y en cuanto a los moriscos forasteros que decían que se
metían a vivir en el Albaicín, lo proveyesen allá como pareciese, y se enviase
relación al Consejo de lo que se hiciese.
Capítulo XII
De lo que el marqués de
Mondéjar informó a su majestad acerca de los capítulos que se mandaban ejecutar
Estuvo
el marqués de Mondéjar algunos días en la corte, después que el presidente don
Diego de Espinosa le habló, procurando como hacer que se suspendiese el efeto
de los capítulos que tanto sentían los moriscos del reino de Granada; y en las
relaciones que hacía se quejaba de que se hubiese tomado resolución precisa en
negocio tan grave y de tanta consideración sin pedirle su parecer, como se
había hecho siempre con los capitanes generales de aquel reino, ansí por la
confianza que dellos se tenía, como por la prática y experiencia que tenían de
las cosas dél; y no los contradiciendo, representaba los inconvinientes que traía
consigo la ejecución dellos, diciendo lo mucho que convenía que en el despacho
de las provisiones que para el efeto se hubiesen de hacer hubiese mucha
brevedad, por los inconvinientes que de la dilación podrían resultar, los males
que habría en el reino, y los daños inreparables que se seguirían si los
moriscos venían a desvergonzarse, por tener los turcos tan a la mano en los
lugares marítimos de Berbería, con navíos y lente, y ser el pasaje tan breve de
su costa a la nuestra, que podrían atravesar en poco espacio de tiempo, y venir
donde había grandísimo número de enemigos de las puertas adentro, todos
moriscos, gente liviana, amiga de novedades, sospechosos en la fe y en la
lealtad que como buenos vasallos debían a su majestad como a rey y señor natural,
en tanta manera, que con razón se podría presumir y temer dellos cualquiera
alteración, especialmente con la ocasión presente. Decía más, que aunque el
celo de las personas con cuya intervención y consejo se habían hecho los
capítulos era santo y bueno, las cosas de aquel reino no estaban en estado que
de su parecer se hiciese novedad, experimentando hasta dónde llegaba la lealtad
de los moriscos. Y en caso que su majestad resolutamente mandase que se
ejecutasen, convendría que se le diese cantidad de gente con que tenerlos
enfrenados de manera que no se alborotasen, como temía que lo habían de hacer,
sintiendo terriblemente aquel yugo; y que sin esto, su ida en aquel reino sería
de poco efeto, teniendo tan poca gente como tenía, y tan falta de todas las
cosas necesarias. A estas y otras muchas razones que el marqués de Mondéjar
daba, don Diego de Espinosa le respondió que la voluntad de su majestad era
aquella y que se fuese al reino de Granada, donde sería de mucha importancia su
persona, atropellando, como siempre, todas las dificultades que le ponían por
delante. Verdaderamente fue cosa determinada de arriba para desarraigar de
aquella tierra la nación morisca. Representábaseles a los del Consejo lo que el
marqués de Mondéjar decía; y aunque tenía otros avisos y sospechas, no estando
ciertos el cómo y cuándo sería, dudosos, teniendo por una parte y dificultando
por otra, juzgaban ser muy necesario el remedio con brevedad; más tenían gran
confianza en que las provisiones hechas a las justicias y la gente del Capitán
General sería bastante, por ser los moriscos gente vil, desarmados, faltos de
industria, de fortalezas, no asegurados de socorro; y por estas razones no se
proveyó a las pretensiones del marqués de Mondéjar más que mandarle que se
fuese luego a Granada con acrecentamiento de solos trescientos soldados
extraordinarios, que pusiese en los lugares de la costa donde le pareciese, y
que la visitase y residiese en ella cierto tiempo del año.
De algunas cosas que el
presidente de Granada proveyó estos días, y cómo los moriscos se agraviaron
dellas
Acercábase
ya el tiempo en que las moriscas habían de dejar las ropas que tuviesen seda,
que era el postrer día de diciembre del año de 1567. El presidente y el
arzobispo de Granada ordenaron a los curas y beneficiados de las iglesias de los
lugares de los moriscos de todo él reino, que en la misa mayor del día de año
nuevo les avisasen dello para que supiesen que de allí adelante no las podían
traer, y se ejecutaría la pena de la premática; y que asimesmo empadronasen
todos los niños y niñas hijos de moriscos que había en Granada, desde edad de
tres años hasta quince, para ponerlos en escuelas donde aprendiesen la lengua y
la doctrina cristiana. Pregonose también que todos los moriscos de la Vega y del Valle y de las
Alpujarras qué habían entradose a vivir en Granada con sus casas y familias,
saliesen luego fuera, y volviesen a poblar los lugares, so pena de la vida.
Estas cosas quisieron contradecir los moriscos, y juntándose algunos dellos,
acudieron luego al Presidente, creyendo que les podría hacer algún favor, y con
mucho sentimiento le dijeron que siendo, como eran, vasallos de su majestad, y
pudiendo vivir libremente en cualquiera parte del reino, se les hacía agravio
en mandarles que no viviesen dentro de Granada; que no era cosa nueva venirse,
los de las alcarías a vivir a la ciudad, ni los de la ciudad salirse a morar a
las alcarías; y que asimesmo habían sabido como estaba mandado a los curas que
les empadronasen sus hijos para llevárselos a Castilla; que por amor de Dios
los favoreciese de manera que no se les hiciesen tantos agravios y molestias. Y
él les respondió que mirasen muy bien lo que decían, pues veían cuán justa cosa
era que los moriscos forasteros volviesen a vivir a sus casas, porque de otra
manera sería despoblar la tierra; que a ellos les estaba bien volverse, pues
era cierto que los que se habían metido en la ciudad eran de los honrados y más
pacíficos, y como tales tenían obligación a estar en sus lugares, para que no
sucediese algún desorden entre la gente inquieta y desasosegada. Que en lo que
tocaba a los niños, no era más que dar orden como fuesen enseñados y
doctrinados en la fe; y porque habiendo su majestad mandado que cesase el uso
de la lengua arábiga a los hombres de treinta años arriba, que se entendía que no
podían dejarla tan fácilmente, se les prorrogaría el término; y para los niños
y mozos era bien que hubiese escuelas donde [168] aprendiesen la lengua y la doctrina cristiana;
que supiesen que los maestros no les habían de llevar nada por enseñarlos, antes
se daría orden como fuesen pagados a costa de su majestad. Que si los
empadronaban a todos, era porque se viese los que faltaban, y para que sus
padres y madres tuviesen cuidado de enviarlos a la escuela y diesen cuenta
dellos; porque como los maestros y maestras no les habían de llevar interés,
podrían descuidarse. Que considerasen bien lo que se hacía, y lo tuviesen en
mucho, pues se tenía tan particular cuidado de lo que tocaba a su bien y a la
salvación de sus almas; y que, como les había dicho otras veces, la intención
de su majestad era, haciendo lo que eran obligados, servirse dellos en paz y en
guerra, y aprovecharlos en las cosas eclesiásticas y seglares, sin hacer
diferencia dellos a los otros cristianos, sus vasallos. Por tanto, que se animasen
unos a otros y diesen muestras de cristiandad con obras; y en lo demás
perdiesen cuidado, porque él lo ternía siempre de favorecer sus cosas. Y como
los moriscos, a quien no faltaban réplicas, dijesen que había entre ellos
muchos pobres que no podrían tener sus hijos en escuelas, porque estaban
puestos a oficios y aprendían y ayudaban a sustentar a sus padres, y les
servían, no teniendo ni habiéndoles quedado otro servicio, les respondió que no
tuviesen pena, porque él lo comunicaría con el Acuerdo, para que se diese
alguna buena orden, de manera que los niños aprendiesen y sus padres
consiguiesen lo que pretendían, no dejando de aprender oficios y ayudarles con
su trabajo, como decían. Y con ello se salieron no menos confusos que la otra
vez, viendo lo poco que les aprovechaban sus pláticas, aunque entendimos
después de algunos dellos, que siempre tuvieron esperanza que con la sospecha
de que se habían de levantar, aplacaría aquel rigor y se suspendería la
premática.