Libro cuarto
Capítulo I
Cómo los moriscos del
Albaicín que trataban del negocio de rebelión se resolvieron en que se hiciese,
y la orden que dieron en ello
El
recaudo que siempre hubo en la ciudad de Granada fue causa que los moriscos del
Albaicín diesen alguna aparencia de quietud, aunque no la tenían en sus ánimos.
Disimulando pues con humildad, estuvieron algunos meses, después de la venida
del marqués de Mondéjar y de la ida de don Alonso de Granada Venegas a la
corte, tan sosegados, que daban a entender estar ya llanos en el cumplimiento
de la premática, y ansí lo escribió el Presidente a su majestad y a los de su
consejo. Mas como después vieron que se les acercaba el término de los
vestidos, y que no se trataba de suspender la premática con alguna prorrogación
de tiempo, ciegos de pura congoja y faltos de consideración y de consejo,
haciendo fucia en sus fuerzas, que si bien eran sospechosas para encubiertas,
no dejaban de ser flacas para puestas en ejecución, acordaron determinadamente
que se hiciese rebelión y alzamiento general, y que comenzase por la cabeza del
reino, que era el Albaicín. Juntándose pues algunos dellos en casa de un
morisco cerero, llamado el Adelet, tomaron resolución en que fuese el día de
año nuevo en la noche, porque, demás de que los pronósticos les hacían cierto
que el proprio día que los cristianos habían ganado a Granada se la habían de
tornar a ganar los moros, quisieron desmentir las espías y asegurar nuestra
gente, si por caso se hubiese descubierto o descubriese un concierto que tenían
para la noche de Navidad. Y ansí, advirtieron que no se diese parte de la
última determinación a los de la
Alpujarra hasta el día en que se hubiese de hacer el eleto,
porque temieron que, como gente rústica, no guardarían secreto, y tenían bien
conocido dellos que en sabiendo que el Albaicín se alzaba, se alzarían luego
todos. La orden que dieron en su maldad fue ésta: que en las alcarías de la Vega y lugares del valle de
Lecrín y partido de Órgiba se empadronasen ocho mil hombres tales, de quien se
pudiese fiar el secreto, y que éstos estuviesen a punto para, en viendo una
señal que se les haría desde el Albaicín, acudir a la ciudad por la parte de la Vega con bonetes y tocas
turquescas en las cabezas, porque pareciesen turcos o gente berberisca que les
venía de socorro. Que para que se hiciese el padrón con más secreto, fuesen dos
oficiales por las alcarías y lugares, so color de adobar y vender albardas, y
se informasen de pueblo en pueblo de las personas a quien se podrían descubrir,
y aquellos empadronasen, encargándoles secreto; que de los lugares de la sierra
se juntarían dos mil hombres en un cañaveral que estaba junto al lugar de
Cenes, en la ribera de Genil, para que con ellos el Partal de Narila, famoso
monfí, y el Nacoz de Nigüeles, y otros que estaban ya hablados, acudiesen a la
fortaleza del Alhambra, y la escalasen de noche por la parte que responde a
Ginalarife. Y para esto se encargó un morisco albañir, que labraba en la obra
de la casa real, llamado Mase Francisco Abenedem, que daría el altor de los
muros y torres para que las escalas se hiciesen a medida, y se hicieron diez y
siete escalas en los lugares de Güejar y Quéntar con mucho secreto; las cuales
vimos después en Granada, y eran de maromas de esparto con unos palos atravesados,
tan anchos los escalones, que podían subir tres hombres a la par por cada uno
dellos. Que los mancebos y gandules del Albaicín acudirían luego con sus
capitanes en esta manera:
Miguel
Acis, con la gente de las parroquias de San Gregorio, San Cristóbal y San
Nicolás, a la puerta de Frex el Leuz, que cae en lo más alto del Albaicín a la
parte del cierzo, con una bandera o estandarte de damasco carmesí con lunas de
plata y flecos de oro, que tenía hecha en su casa y guardada para aquel efeto; Diego
Nigueli el mozo, con la gente de San Salvador, Santa Isabel de los Abades y San
Luis, y una bandera de tafetán amarillo, a la plaza Bib el Bonut; y Miguel
Mozagaz, con la gente de San Miguel, San Juan de los Reyes, y San Pedro y San
Pablo, y una bandera de damasco turquesado, a la puerta de Guadix. Que lo
primero que se hiciese fuese matar los cristianos del Albaicín que moraban
entre ellos, y dejando cada uno una parte de la gente de cuerpo de guardia en
los lugares dichos, acometiesen la ciudad por tres partes, y a un mesmo tiempo
la fortaleza de la
Alhambra. Que los de Frex el Leuz bajasen por un camino que
va por fuera de la muralla a dar al Hospital Real, y ocupando la puerta Elvira,
entrasen por la calle adelante, matando los que saliesen al rebato; y llegando
a las casas y cárcel del Santo Oficio, soltasen los moriscos presos, y hiciesen
todo el daño que pudiesen en los cristianos. Que los de la plaza de Bib el
Bonut, bajando por las calles de la
Alcazaba , fuesen a dar a la calle de la Calderería y a la
cárcel de la ciudad, y quebrantándola, pusiesen en libertad a los moriscos, y
pasasen a las casas del Arzobispo y procurasen prenderle o matarle. Que los de
la puerta Guadix entrasen por la calle del río Darro abajo a dar a las casas de
la Audiencia Real ,
y procurando matar o prender al Presidente, soltasen los presos moriscos que
estaban en la cárcel de chancillería, y se fuesen a juntar todos en la plaza de
Bibarrambla, donde también acudirían los ocho mil hombres de la Vega y valle de Lecrín, y de
allí a la parte donde hubiese mayor necesidad, poniendo la ciudad a fuego y a
sangre. Y que puestos todos a punto, se daría aviso a la Alpujarra para que
hiciesen allá otro tanto. Este fue el concierto que Farax Aben Farax, y Tagari,
y Mofarrix, y Alatar, y Salas, y sus compañeros hicieron, según pareció por
confesiones de algunos que fueron presos, que nos fueron mostradas en Granada,
y de otros de los que se hallaron presentes; y fuera dañosísimo para el pueblo
cristiano si lo pusieran en ejecución; mas fue Dios servido que habiendo los
albarderos empadronado ya los ocho mil hombres antes de llegar a Lanjarón, y
estando los demás todos apercebidos [182] y a punto para acudir a las partes que les
habían sido señaladas, los monfís de la Alpujarra se anticiparon por cudicia de matar
unos cristianos que iban de Ugíjar de Albacete a Granada, y otros que pasaban
de Granada a Adra, y desbarataron su negocio. Y porque se entienda cuán
prevenidos y avisados estaban para el efeto, ponemos aquí dos cartas traducidas
de arábigo, de las que Aben Farax y Daud escribieron a los moriscos de los
lugares con quien se entendían, y a los caudillos de los monfís, sobre este
negocio.
CARTA DE FARAX ABEN FARAX A LOS LUGARES, SOBRE EL REBELIÓN
«Con
el nombre de Dios piadoso y misericordioso, Santificó Dios a nuestro profeta
Mahoma, y a su gente, familia y aliados salvó salvación gloriosa. Hermanos
nuestros y amigos, viejos, ancianos, caudillos, alguaciles, regidores y otros
nuestros hermanos, y a todo el común de los moros: ya sabéis por nuestros
pronósticos y juicios lo que Dios nos ha prometido; la hora de nuestra
conquista es llegada para ensalzar en libertad la ley de la unidad de Dios, y
destruir la del acompañamiento de los dioses. Estad unánimes y conformes para
todo lo que os dijere e informare de nuestra parte nuestro procurador Mahomad
Aben Mozud, que tiene nuestro poder y cargo para esto. Y lo que él os dijere
haced cuenta que nos lo decimos, porque con el ayuda y favor de Dios estéis
todos prevenidos y a punto de guerra para venir a Granada a dar en estos
descreídos el día señalado. Los que no estuvieren apercebidos, haced que se
aperciban, y a los que no lo supieren, avisadlos dello, que para este efeto
están ya prevenidos todos desde el lugar de la Jauría y del Gatucin, hasta
Canjáyar de la Jarquía. La
salud de Dios sea con vosotros. -Farax Aben
Farax, gobernador de los moros, siervo de Dios altísimo».
CARTA DE DAUD A CIERTOS CAPITANES DE LOS MONFÍS
«Con
el nombre de Dios piadoso y misericordioso. La salud de Dios buena,
comprehendiente, deseo a aquel que el soberano honró, e no le desamparó el
bien, que es mi señor Cacim Abenzuda y sus compañeros, y a mi señor el Zeyd, y
a todos los amigos juntamente deseo salud: vuestro amigo el que loa vuestras
virtudes, el que tiene gran deseo de veros, el que ruega a Dios por el buen
suceso de vuestros negocios, Mahamete, hijo de Mahamete Aben Daud, vuestro
hermano en Dios. Hágoos saber, hermanos míos, que estoy bueno, loado sea Dios
por ello, y tengo puesto mi cuidado con vosotros muy mucho. Sábelo Dios que me
ha pesado de vuestro trabajo; el parabién os doy del buen suceso y salvamento.
Roguemos a Dios por su amparo en lo que queda. Hágoos saber, hermanos míos, que
los granadinos me enviaron a buscar después que de vosotros me partí, y no
supieron dónde estaba, y esta nueva tuve en el Rubite; mas no alcancé de quién
era la mensajería, hasta que lo vine a saber de unos de Lanjarón, que me
dijeron cómo los de Granada andaban resucitando el movimiento en que entendían
por el mes de abril; y como supe esto, hablé con mi señor Hamete, y me aconsejó
que subiese a Granada, y que supiese la certidumbre deste negocio y que le
avisase dello. Yo subí al Albaicín, y hallé el movimiento muy grande, y la
gente determinada a lo que se debía determinar. Entonces me junté con las
cabezas que entienden en este negocio, y me dijeron que enviase a la gente que
estaba en las sierras, y les hiciese saber esta nueva, para que ellos la
publicasen de unos en otros, y que se juntasen; porque juntos consultaríamos y
veríamos lo que se había de hacer. En esto quedamos y enviamos a los de las
alcarías, y les hicimos saber la nueva; y todos dijeron: Querríamos que este
negocio fuese hoy antes que mañana, porque más queremos morir, y nos es más
fácil, que vivir en este trabajo en que estamos; y lo mesmo dijeron las gentes
de la Garbia y
de la Jarquía ,
diciendo: Veisnos aquí muy prestos con nuestras personas y bienes. Y como
contase esto a los granadinos, acordaron de enviar por todo el reino,
avisándoles que apercibiesen la gente, y se aparejasen lo mejor que pudiesen. A
esta sazón acordamos de enviar a los monfís, adonde quiera que estuviesen, para
que se juntasen y avisasen unos a otros para el día que fuese menester. Este
día están aguardando todos, chicos y grandes, y esto es necesario que se haga,
siendo Dios servido, oh amigos míos. En recibiendo mi carta, apercebíos a la
obra como hombres, porque mejor os será defender vuestros hijos y hermanos, y
alzar el yugo de servidumbre de nuestro reino, y conquistar al enemigo, y morir
en servicio de Dios, que pasaros a Berbería para dejar desamparados a vuestros
hermanos los moros; porque el que esto hiciere de vosotros y muriere, morirá
sin premio; el que viviere, y matare alguno de los moros, será juzgado ante las
manos de Dios el día del juicio; el que muriere peleando con los herejes,
morirá mártir; y el que viviere, vivirá honrado; y las razones acerca desto se
podrían alargar; por tanto acortemos esta razón. Esto es, hermanos míos, lo
cierto que os hacemos saber; por tanto aparejáos, y enviad a nuestro caudillo
Hamete a hacerle saber esta nueva, y él os avisará aquello que se deba hacer;
porque nosotros enviamos un hombre con la nueva, y no hemos sabido más lo que
hizo. Enviad a la gente y avisadlos donde quiera que estén, y avisémonos de
contino, porque siempre sepamos unos de otros para lo que se ofreciere. Y por
amor de Dios os encargo el secreto que pudiéredes, mientras Dios altísimo nos
provee de su libertad, la cual será muy propincua mediante él. La gracia y
bendición de Dios sea con vosotros, que es escrita en 25 de otubre. Y la firma
decía: Mahamete, hijo de
Mahamete Aben Daud, siervo de Dios».
Capítulo II
Cómo se hicieron nuevos
apercebimientos en Granada con sospecha del rebelión
Todo
esto que los moriscos hacían en su secreto era de manera que causaba una
sospecha y confusión muy grande en Granada y en todo el reino. Veíase que los
monfís andaban cada día más desvergonzados, despreciando y teniendo en poco a
las justicias; que los moriscos mancebos, a quien no cabía en el pecho lo que
estaba concertado, publicaban que antes que se cumpliese el término de la
premática habría mundo nuevo. La ciudad estaba llena de moriscos forasteros,
que so color [183] de vender su seda y
comprar sayas y mantos para sus mujeres, habían acudido de muchas partes del
reino a saber lo que se trataba y cuándo había de ser el levantamiento. Tenía
el marqués de Mondéjar avisos del desasosiego que traían; publicábase entre el
vulgo que la noche de Navidad habían de entrar a levantar el Albaicín seis mil
turcos, y aunque éstas parecían ser cosas a que se debía dar poco crédito,
traían alguna aparencia. Entendiose después que ellos habían echado aquella
fama, para que cuando acudiesen los ocho mil hombres que estaban empadronados
en el Valle y Vega, entendiesen que eran turcos, y no quedase morisco en todo
el reino que no se alzase. Con todo esto no acababan de persuadirse los
ministros de su majestad que fuese rebelión general, sino que algunos perdidos
andaban inquietando y alborotando la tierra, y que éstos no podrían permanecer
muchos días, no siendo todos en la conjuración; y era ansí que los hombres
ricos y que vivían descansadamente, creyendo que sola la sospecha del rebelión
sería parte para que los del Consejo hiciesen con su majestad que mandase
suspender la premática, holgaban que se alborotase la gente; mas no querían que
se entendiese ser ellos los autores; y por otra parte, los ofendidos de las
justicias y de la gente de guerra, y con ellos los pobres y escandalosos,
queriendo venganza y enriquecer con haciendas ajenas, avivaban la voz de la
libertad y encendían el fuego de la sedición. Hubo algunos de los autores que
se arrepintieron en el punto, considerando el poco fundamento con que se
movían, y avisaron dello, aunque por indirectas y no sin falta de malicia, a
los ministros. Uno destos fue aquel Mase Francisco Abenedem que dijimos, el
cual se fue al padre Albotodo el jueves 23 días del mes de diciembre, y como en
confesión, le dijo que había entendido de unos moriscos gandules que pasaban
por delante la puerta de su casa, cómo se quería levantar el reino la noche de
Navidad, por razón de la premática; mas no le declaró otra cosa en particular.
Con este aviso se fue luego Albotodo al maestro Plaza, su retor, y dándole
cuenta de lo que el morisco le había dicho, se fueron juntos al Arzobispo, y
con su licencia lo dijeron al Presidente y al marqués de Mondéjar y al
Corregidor; los cuales no quisieron que se publicase, porque la ciudad no se
alborotase, y solamente mandaron reforzar las guardias y doblar las centinelas
y rondas, tanto para seguridad de los cristianos como de los moriscos. El
marqués de Mondéjar puso buen recaudo en la fortaleza de la Alhambra , y el
Corregidor, acompañado con mucho número de gente armada, rondó aquella noche y
la siguiente las calles y plazas del Albaicín y de la Alcazaba.
Capítulo III
Cómo los caudillos de
los monfís comenzaron el rebelión en la Alpujarra por cudicia de matar unos cristianos en
la taa de Poqueira y en Cádiar
Teniendo
pues Farax Abenfarax apercebidos todos sus amigos y conocidos en los lugares de
moriscos, con cartas y personas de quien podía fiar el secreto, y viendo que se
acercaba el día señalado, envió al Partal de Narila a que juntase las
cuadrillas de los monfís, y las trajesen a las taas de Poqueira y Ferreira y
Órgiba, para que alzasen aquellos pueblos en sabiendo que los del Valle y de la Vega iban la vuelta de
Granada, y atravesando luego la Sierra Nevada , acudiesen a favorecer la ciudad.
Este Partal había estado preso en el santo oficio de la Inquisición , donde se
le había mandado que no saliese de Granada; el cual, so color de que padecía
necesidad había pedido licencia a los inquisidores para ir a vender su hacienda
a la Alpujarra ,
y con esta ocasión se había pasado a Berbería, y después volvió a estas partes
a dar calor al rebelión, ofreciéndose de traer grandes socorros de África,
exagerando el poder de aquellos infieles; y mientras esto se trataba, estuvo
escondido algunos días en su casa, y no veía la hora de comenzar su maldad,
como la comenzó antes de tiempo, por lo que agora diremos.
Acostumbraban
cada año los alguaciles y escribanos de la audiencia de Ugíjar de Albacete, que
los más dellos estaban casados en Granada, ir a tener las pascuas y las vacaciones
con sus mujeres, y siempre llevaban de camino, de las alcarías por donde
pasaban, gallinas, pollos, miel, fruta y dineros, que sacaban a los moriscos
como mejor podían. Y como saliesen el martes 22 días del mes de diciembre Juan
Duarte y Pedro de Medina, y otros cinco escribanos y alguaciles de Ugíjar con
un morisco por guía, y fuesen por los lugares haciendo desórdenes con la mesma
libertad que si la tierra estuviera muy pacífica, llevándose las bestias de
guía, unos moriscos cuyas eran, creyendo no las poder cobrar más, por razón del
levantamiento que aguardaban, acudieron a los monfís, y rogaron al Partal y al
Seniz de Bérchul que saliesen a ellos con las cuadrillas y se las quitasen; los
cuales no fueron nada perezosos, y el jueves en la tarde, 23 días del dicho
mes, llegando los cristianos a una viña del término de Poqueira, salieron a
cortarles el camino y las vidas juntamente, sin considerar el inconviniente que
de aquel hecho se podría seguir a su negocio; y matando los seis dellos, huyeron
Pedro de Medina y el morisco, y fueron a dar rebato a Albacete de Órgiba; y
demás destos, a la vuelta toparon con cinco escuderos de Motril, que también
habían venido a llevar regalos para la Pascua , y los mataron, y les tomaron los
caballos. El mesmo día entraron en la taa de Ferreira Diego de Herrera, capitán
de la gente de Adra, y Juan Hurtado Docampo, su cuñado, vecino de Granada y
caballero del hábito de Santiago, con cincuenta soldados y una carga de
arcabuces que llevaban para aquel presidio, y como fuesen haciendo las mesmas
desórdenes que los escribanos y escuderos, los monfís fueron avisados dello, y
determinaron de matarlo, como a los demás, pareciéndoles que no era
inconviniente anticiparse, pues estaban ya avisados todos y prevenidos para lo que
se había de hacer. Con este acuerdo fueron a los lugares de Soportújar y Cáñar,
que son en lo do Órgiba, y recogiendo la gente que pudieron, siguieron el
rastro por donde iba el capitán Herrera y sabiendo que la siguiente noche
habían de dormir en Cádiar, comunicaron con don Hernando el Zaguer su negocio,
y él les dio orden como los matasen, haciendo que cada vecino del lugar llevase
un soldado a su casa por huésped, y metiendo a media noche los monfís en las
casas, que se las tuvieron abiertas los huéspedes, los mataron todos uno a uno;
que solos tres soldados tuvieron lugar de huir la vuelta de Adra, y juntamente
con ellos mataron a Mariblanca, ama del beneficiado Juan de Ribera, y otros
vecinos del lugar. [184] Hecho esto, los vecinos de Cádiar se armaron con las armas que
les tomaron, y enviando las mujeres y los bienes muebles y ganados con los
viejos a Juviles, se fueron los mancebos la vuelta de Ugíjar de Albacete con
los monfís, y don Hernando el Zaguer y el Partal fueron a dar vuelta por los
lugares comarcanos para recoger gente, y otro día se juntaron todos en Ugíjar,
donde los dejaremos agora hasta que sea tiempo de volver a su historia, que
ellos harán por donde no podamos olvidarlos aunque queramos. Y si acaso el
letor echare menos alguna cosa que él sabe o desea saber, vaya con paciencia;
que adelante en el discurso de la historia lo hallará; que como fueron tan
varios los sucesos y en tantas partes, es menester que se acuda a todo.
Capítulo IV
Cómo en Granada se supo
las muertes que los monfís habían hecho, y cómo Abenfarax quiso alzar el
Albaicín
Celebrose
la fiesta del nacimiento de nuestro Salvador Jesucristo en Granada el viernes
en la noche con la solenidad que se solía hacer otros años en aquella insigne
ciudad, aunque con más recato, porque anduvo mucha gente armada rondando las
calles. El sábado por la mañana llegaron dos moriscos de Órgiba con dos cartas,
una del alcaide Gaspar de Sarabia, y otra de Hernando de Tapia, cuadrillero de
los que andaban en seguimiento de los monfís que había guarecidos en la torre
de Albacete, como adelante diremos. Estas cartas eran, la una para el
Presidente, la otra para don Gabriel de Córdoba, tío del duque de Sesa, cuya
era aquella villa, dándoles aviso de las muertes que los moriscos habían hecho,
y cómo se habían alzado luego, y tenían cercados los cristianos en la torre,
para que lo dijesen al marqués de Mondéjar y le pidiesen que les enviase
socorro. Don Gabriel de Córdoba tomó las dos cartas y las llevó luego al
Presidente, y después al marqués de Mondéjar, el cual sospechando que algunos
moros berberiscos habían desembarcado en la costa, y juntádose con los monfís
para llevarse algún lugar, como lo habían hecho otras veces, solamente proveyó
que se apercibiesen los jinetes, por si fuese menester hacer algún socorro; y
no segundando otra nueva, se enfrió la primera, y la lente de la ciudad se
descuidó; y como estaban todos cansados de las rondas pasadas, y hacía aquella
noche un temporal asperísimo de frío con una agua nieve muy grande, no hubo quien
acudiese a casa del Corregidor para salir a rondar con él; y si algunos
caballeros acudieron, fueron pocos y tan tarde, que se hubo de dejar de hacer
la ronda cuando mayor necesidad hubo della. Los moriscos del Albaicín habían
tenido más cierta nueva de lo que había en la Alpujarra , y andando
todos turbados, unos se holgaban que los alpujarreños hubiesen comenzado el
levantamiento con riesgo de sus cabezas; y otros, que deseaban rebelión
general, les pesaba de ver que los monfís se hubiesen anticipado por cudicia de
matar aquellos pocos cristianos, y que no hubiesen tenido sufrimiento de
aguardar a que el Albaicín comenzase, como estaba acordado. Farax Abenfarax,
que estaba a la mira, viendo que la ciudad y la Alhambra se apercebían
cada hora, tomó consigo el sábado en la tarde, primer día de pascua de Navidad,
al Nacoz de Nigüeles y al Seniz de Bérchul, capitanes de monfís, y a gran
priesa se fue con ellos a los lugares de Güejar, Pinos, Cenes, Quéntar y Dúdar,
y recogió como ciento y ochenta hombres perdidos de los primeros monfís que
pudieron atravesar la sierra el viernes por la mañana, porque los otros no les
pudieron acudir, ni menos les acudieron los de aquellos lugares, diciendo que
los del Albaicín les habían enviado a decir aquella mañana que no hiciesen
novedad hasta que ellos les avisasen. Con esta gente quiso Farax comenzar a
matar cristianos. En Quéntar le escondieron al beneficiado los proprios
moriscos del lugar, y el de Dúdar se le defendió en la torre de la iglesia; y
aunque le puso fuego, no le aprovechó nada. De allí pasó la vuelta de Granada,
determinado de alzar el Albaicín; y bajando a unos molinos que están sobre el
río Darro, hizo tomar los picos y herramientas que había en ellos, y llegando
al muro de la ciudad que está por cima de la puerta de Guadix, rompió una tapia
de tierra con que estaba cerrado un portillo, y dejando allí veinte y cinco
hombres, entró con los demás por cima del barrio llamado Rabad Albaida, a media
noche en punto; y se metió en su casa junto a Santa Isabel de los Abades, y al
entrar del portillo hizo que todos los compañeros dejasen los sombreros y
monteras que llevaban, y se pusiesen bonetes colorados a la turquesca, y sus
toquillas blancas encima, para que pareciesen turcos. Luego envió a llamar
algunos de los autores del rebelión, y les dijo que, pues el levantamiento
estaba ya comenzado en la
Alpujarra , convenía que los del Albaicín hiciesen lo mesmo
antes que los cristianos metiesen más gente de guerra en la ciudad; que los
ocho mil hombres que habían de acudir del Valle y Vega y los capitanes de las
parroquias no estaban tan desapercebidos, que en sintiendo el levantamiento
dejasen de acudir, aunque fuese antes de tiempo, y que lo mesmo harían los de
los lugares de la sierra, y se podría hacer el efeto de la Alhambra ; los cuales, no
aprobando su determinación tan inconsiderada, le dijeron que no era buen
consejo el que tomaba; que habiendo de venir con ocho mil hombres, venía con
cuatro descalzos; y que no entendían perderse, ni le podían acudir, porque
venía antes de tiempo y con poca gente; y ansí se fueron a encerrar en sus
casas, no con menor contento de lo que Farax quería hacer que de la que habían
hecho los de la Alpujarra ,
creyendo que lo uno y lo otro sería parte para que por bien de paz se diese
nueva orden en lo de la premática, sin aventurar ellos sus personas y
haciendas. De la respuesta de los del Albaicín se sintió gravemente Farax, y
comenzó a quejarse dellos, diciendo: «¿Cómo habéisme hecho perder mi casa, mi
familia y mi hacienda, y darme a las sierras con los perdidos, por sólo poner
la nación en libertad; y agora, que veis el negocio comenzado, los que más
habíades de favorecernos y ayudarnos os salís afuera, como si nos quedase otra
manera de remedio, o esperásemos alcanzar perdón en algún tiempo de nuestras
culpas? Debiérades avisarnos antes de agora; y pues ansí es, yo haré que el
Albaicín se levante, o perezcáis todos los que estáis en él». Con estas
amenazas salió de su casa dos horas antes que amaneciese, llevando la gente en
dos cuadrillas, y por la calle de Rabad Albaida arriba se fue derecho a la
placeta que está delante la puerta de San Salvador, donde fue avisado que
estaban seis o siete soldados haciendo guardia, y llegando a la boca de la
calle, los monfís delanteros quisieran no descubrirse [185] hasta que llegaran
todos, porque vieron un soldado que se andaba paseando por la placeta. Este
soldado estaba haciendo centinela, y cuando sintió el ruido de la gente que
subía por la calle arriba, creyendo que era el Corregidor que andaba rondando,
quiso hacer del bravo, y poniendo mano a la espada, se fue derecho a los
monfís, diciendo: «¿Quién vive?» Respondiéronle con las ballestas, que llevaban
armadas, y hiriéndole en el muslo, dio vuelta a los compañeros, huyendo y
tocando arma; los cuales estaban durmiendo alderredor de un fuego que tenían
encendido junto a la pared de la iglesia, porque hacía mucho frío, y no fueron
tan prestos a levantarse como convenía; por manera que los monfís mataron uno
dellos y hirieron otros dos. Finalmente, los sanos y los heridos huyeron, y los
enemigos fueron siguiendolos por unas callejuelas angostas, hasta dar en la
plaza de Bib el Bonut, y llegando a unas casas grandes donde moraban los padres
jesuitas, llamaron por su nombre al padre Albotodo, y le deshonraron de perro
renegado, que siendo hijo de moros, se había hecho alfaquí de cristianos; y
como no pudieron romper la puerta, que era fuerte y estaba bien atrancada de
parte de dentro, derribaron una cruz de palo que estaba puesta sobre ella, y la
hicieron pedazos. La otra cuadrilla que venía atrás con el Nacoz, en llegando a
la placeta tomó a mano derecha, y a la entrada de una calle que llaman la plaza
Larga, derribaron las puertas de la botica de un familiar del Santo Oficio,
llamado Diego de Madrid, pensando que estaba dentro, porque solía dormir allí
cada noche; y no le hallando, vengaron la ira en los botes y redomas,
haciéndolo todo pedazos. De allí pasaron al portillo de San Nicolás, que está
junto a la puerta más antigua de la Alcazaba Cadima , en un cerrillo alto, de donde se
descubre la mayor parte del barrio del Albaicín, y tocando los atabalejos y
dulzainas que llevaban, con dos banderas tendidas y un cirio de cera ardiendo,
comenzó uno dellos a dar grandes voces en su algarabía, diciendo desta manera:
«No hay más que Dios y Mahoma, su mensajero. Todos los moros que quisieren
vengar las injurias que los cristianos han hecho a sus personas y ley, vénganse
a juntar con estas banderas, porque el rey de Argel y el Jerife, a quien Dios
ensalce, nos favorecen y nos han enviado toda esta gente y la que nos está
aguardando allí arriba. Ea, ea, venid, venid; que ya es llegada nuestra hora, y
toda la tierra de los moros está levantada». Este pregón fue oído y entendido
por muchos cristianos que moraban en el Albaicín y en el Alcazaba; mas no hubo
morisco ni cristiano que saliese de su casa ni hiciese señal de abrir puerta ni
ventana, aunque dos hombres nos dijeron que habían oído que desde una azotea
les habían respondido: «Hermanos, idos con Dios; que sois pocos y venís sin
tiempo». Viendo pues Farax Abenfarax que no le acudía nadie, y que las campanas
de San Salvador tocaban a rebato, porque el canónigo Alonso de Horozco, que
vivía a las espaldas de la sacristía, se había metido dentro por una puerta falsa
y las hacía repicar, recogiendo todos sus compañeros, se salió de entre las
casas, y se fue a poner en un alto de la ladera, por donde se sube a la torre
del Aceituno, y desde allí hizo dar otro pregón de la mesma manera; y como no
le acudió nadie, comenzó a deshonrar a los del Albaicín, diciéndoles: «Perros,
cornudos, cobardes, que habéis engañado las gentes y no queréis cumplir lo
prometido». Y saliéndose por el portillo que había entrado, se fue la vuelta de
Cenes siendo ya el alba del día, sin que en aquellas dos horas hubiese quien le
diese el menor estorbo del mundo; por manera que se deja bien entender que si
Farax trajera consigo la gente toda, y los del Albaicín le acudieran, pudiera
hacer terrible espectáculo de muertos en la ciudad aquella noche; y tanto más,
si llegaran las cuadrillas de los monfís que venían de la Alpujarra , que por hacer
la noche tempestuosa de nieve se habían desbaratado, no pudiendo atravesar la
sierra; y lo mesmo habían hecho algunos mancebos sueltos que estuvieron
apercebidos para ello, y habían avisádole que serían con él la noche de
Navidad, entendiendo que lo podrían hacer.
Capítulo V
De lo que los cristianos
hicieron cuando supieron la entrada de los monfís en el Albaicín
Los
soldados que dijimos que huyeron del cuerpo de guardia, fueron luego a dar
aviso a Bartolomé de Santa María, que era uno de los alguaciles señalados por
el Presidente, y bajando a la ciudad, iban por las calles dando voces y tocando
arma; mas estaban los vecinos tan descuidados, que muchos no creían que fuese
arma verdadera, y asomándose a las ventanas, les decían que callasen, que
debían de venir borrachos. Otros salieron turbados con las armas en las manos,
no sabiendo lo que habían de hacer ni adónde habían de acudir. Llegado pues a
las casas de la Audiencia ,
donde estaba el Presidente, y dándole cuenta de lo que pasaba, aunque
confusamente, como hombres que no habían hecho más que huir, envió uno dellos
al marqués de Mondéjar y otro al Corregidor, y mandó al alguacil que volviese
al Albaicín y entendiese más de raíz lo que había en él. El soldado que fue al
marqués de Mondéjar se detuvo un rato en la puerta de la Alhambra , que no le
quisieron abrir hasta que el conde de Tendilla, que andaba rondando, lo mandó;
el cual había ya oído las voces y los instrumentos desde los muros; y
queriéndose informar mejor, le preguntó qué ruido había sido aquél, y él le
contó lo que había pasado, y le dijo que el Presidente le enviaba a que avisase
al Marqués. Entonces le llevó el Conde consigo al aposento de su padre, para
que le informase de lo que le había dicho a él; mas el Marqués no podía creer
que fuese tanto como el soldado decía, sino que algunos hombres perdidos habían
hecho aquel alboroto. Y como todavía le afirmase que eran moros vestidos y
tocados como moros, y el proprio Conde, su hijo, le dijese que había oído las
voces y los instrumentos, entonces se paró a considerar el caso con más cuidado
y a pensar en lo que convenía hacer. Hallábase con solos ciento y cincuenta
soldados, y cincuenta caballos que poder sacar y dejar en la fortaleza;
parecíale que sería gran yerro salir della de noche, no sabiendo la cantidad de
moros que eran los que habían entrado en el Albaicín, que podrían ser muchos,
habiendo tanto número de moriscos en la tierra. Veía que en la ciudad había muy
poca gente útil y bien armada de que poderse valer para acometerlos en la
angostura de las calles y casas, donde había más de diez mil hombres para poder
tomar armas; y al fin, resolviéndose de no dejar la fortaleza, tampoco consintió
[186] que se tocase rebato,
porque habiendo cesado ya el ruido en el Albaicín, parecía estar todo sosegado,
y no quiso dar ocasión a que los ciudadanos subiesen a saquear las casas de los
moriscos; en lo cual estuvo muy atentado, porque según la gente estaba
cudiciosa, no fuera mucho que lo pusieran por la obra. Por otra parte, el
Corregidor, luego que el otro soldado llegó a él con aviso, poniéndose a
caballo con algunos caballeros que le acudieron, fue a las casas de la Audiencia , y en la plaza
Nueva, que está delante dellas, comenzó a recoger gente de la que venía
desmandada, y procuró estorbar que no subiese nadie al Albaicín. También
acudieron don Gabriel de Córdoba y don Luis de Córdoba, su yerno, alférez mayor
de Granada, y otros caballeros, que estuvieron en aquella plaza armados lo que
quedaba de la noche, esperando si el negocio pasaba más adelante. El alguacil
luego que entró por las calles del Albaicín entendió que los moros se habían
ido, porque no halló persona sospechosa en todas ellas; y juntando la más gente
que pudo, fue la vuelta del portillo por donde habían entrado, pensando tomar
lengua dellos, y hallando allí un costal de bonetes colora dos, que según
parece, traían para dar a los mozos gandules que se juntasen con ellos, y
algunas herramientas que habían dejado, lo recogió todo, y no se atreviendo a
pasar más adelante, se volvió a la ciudad. Siendo pues ya de día claro, el
marqués de Mondéjar dejó en la fortaleza de la Alhambra a don Alonso de
Cárdenas, su yerno, que después fue conde de la Puebla ; y llevando consigo
al conde de Tendilla y a don Francisco de Mendoza, sus hijos, bajó a la plaza
Nueva, donde estaban el Corregidor y don Gabriel de Córdoba, y se recogieron
luego los marqueses de Villena y Villanueva, y don Pedro de Zúñiga, conde de
Miranda; que todos habían venido a seguir sus pleitos en la Audiencia Real , y
otros muchos caballeros y escuderos armados, y les dijo que se asosegasen,
porque sin duda los que habían entrado en el Albaicín y hecho aquel alboroto
debían de ser monfís y hombres perdidos, que habían salídose luego huyendo, y
que brevemente se entendería lo que había sido. Y estándoles diciendo esto,
llegó a él un hombre, y le dio aviso como los moros iban con dos banderas
tendidas por detrás del cerro del Sol, a dar a la casa de las Gallinas, llamada
Darluet, que está como media legua de la ciudad sobre el río Genil. Con esta
nueva se alborotaron todos aquellos caballeros. Hubo algunos que dijeron al
marqués de Mondéjar que sería bien enviar sesenta caballos con otros tantos
arcabuceros a las ancas, que procurasen entretener aquellos moros mientras
llegaba el golpe de la gente; el cual no lo consintió, diciendo que primero
quería informarse qué gente eran y el camino que llevaban, y la seguridad que
quedaba en el Albaicín. Desto se desgustaron muchos de los que allí estaban,
entendiendo que cuanto más se dilatase la salida, tanto más lugar y tiempo
ternían los moros para meterse en la sierra, donde después no se pudiesen
aprovechar dellos, como sucedió. Luego mandó el marqués de Mondéjar a un
escudero criado suyo, llamado Ampuero, que fuese a reconocer qué gente era la
que aquel hombre decía que había visto, y que llevase consigo otro compañero, y
en descubriéndolos, le dejase sobre ellos y tornase con diligencia a darle aviso;
y viendo el mal recaudo y poco caudal de gente con que se hallaba para, si
fuese menester, oprimir con fuerza a los del Albaicín, y que para estorbarles
que no se rebelasen convenía usar con ellos de industria, dejando en la plaza
al conde de Tendilla en compañía de los otros caballeros, y algunos
veinticuatros en las bocas de las calles, acompañado del Corregidor, y con
treinta caballos y cuarenta arcabuceros y los alabarderos de su guardia, subió
al Albaicín, y atravesando por él sin topar gente, porque los moriscos se
habían encerrado y hecho fuertes en las casas, de miedo no los robasen, llegó a
la iglesia de San Salvador; y preguntó a algunos cristianos que estaban allí
recogidos qué era la causa que no parecían moros, los cuales le dijeron que estaban
todos encerrados en sus casas. Entonces mandó a Jorge de Baeza que llamase
algunos de los más principales, porque les quería hablar; y trayendo ante él
veinte y cinco o treinta hombres, les preguntó qué novedad había sido aquella,
y qué gente era la que había entrado en el Albaicín a desasosegarlos; los
cuales respondieron con mucha humildad que no sabían nada; que ellos habían
estado metidos en sus casas, y eran buenos cristianos y leales vasallos de su
majestad, y como tales no habían de hacer cosa que fuese en su deservicio; y
que si alguna gente había entrado a poner la ciudad en alboroto, serían
enemigos suyos y personas que querían hacerles mal. A esto les respondió el
marqués de Mondéjar que por cierto así lo habían mostrado como decían, y que procurasen
conservarse en lealtad; porque siendo los que debían, él procuraría que no se
les hiciese agravio, y escribiría a su majestad en su recomendación,
suplicándole que les hiciese toda merced y favor. Con esto quedaron los
moriscos, al parecer, de temerosos que estaban, muy contentos, y prometieron de
estar y perseverar en la fidelidad y obediencia que debían como buenos y leales
vasallos. Hecha esta diligencia, bajó el marqués de Mondéjar por la cuesta de la Alcazaba , y entrando en
la ciudad por la puerta Elvira, volvió a la plaza Nueva, donde estaban todavía
aquellos caballeros aguardándole; y apartándose con el Corregidor y con el
conde de Tendilla, estuvieron buen rato dando y tomando sobre lo que convenía
hacer, y al fin se resolvieron en que, venido Ampuero, y sabido el camino que
llevaban los moros, se podría ir en su seguimiento, porque habiendo de rodear
por el valle de Lecrín, no se podrían meter tan presto en las sierras, que la
caballería no los alcanzase primero; y con este acuerdo dijo a los señores y
caballeros que allí estaban que se fuesen a sus casas y estuviesen a punto para
cuando sintiesen tirar una pieza de artillería; y él se volvió con sus hijos a la Alhambra.
Capítulo VI
Cómo el marqués de
Mondéjar salió en busca de los monfís que habían entrado en el Albaicín
El
mesmo día el Corregidor y los veinticuatros, viendo que tardaba mucho la orden
del marqués de Mondéjar, acordaron de salir ellos por ciudad en seguimiento de
los monfís, y habiéndolo tratado en su cabildo, le enviaron a decir con dos
veinticuatros, que le suplicaban fuese servido de salir luego por su persona,
porque le acompañarían todos, o que les diese licencia para que ellos lo
pudiesen hacer; el cual les respondió [187] que les agradecía mucho el cuidado que tenían
de las cosas que tocaban al servicio de su majestad, y que solamente esperaba
tener aviso cierto del camino que llevaban los monfís para ir en su
seguimiento, y que no podía tardar mucho. Era grande el deseo que todos tenían
de ir en seguimiento de los moros, y cada momento que tardaban se les hacía un
año; mas el marqués de Mondéjar no se quería determinar de dejar atrás la
fortaleza y la ciudad, hasta estar bien cierto qué gente era aquélla, que
pudiera ser mucha y estar emboscada detrás de aquellos cerros; y por esta razón
aguardaba los escuderos que había enviado a reconocer. Estando pues hablando
con él unos moriscos del Albaicín, que habían ido a darle las gracias en nombre
del reino por la merced que les había hecho en animarlos con su presencia, y a
suplicarle que en lo de adelante no los desamparase, llegó Ampuero, y le dijo
cómo no era más de hasta doscientos hombres los que iban con las banderas, y
que llevaban el camino de Dílar por la halda de la sierra. Entonces mandó tocar
una trompeta y disparar una pieza de artillería y tocar la campana del rebato,
todo a un tiempo; y poniéndose a caballo, acompañado de sus hijos y de don
Alonso de Cárdenas y de algunos escuderos, salió de la Alhambra a media rienda,
y desde el camino envió a decir al Presidente que mandase que la gente de la
ciudad le fuese siguiendo, porque no pensaba detenerse en ninguna parte. En
este tiempo los moros proseguían su camino, y sin detenerse en los lugares de
Dúdar y Quéntar, habían pasado por ellos, y de allí bajado a Cenes, donde
estuvieron almorzando; y viendo que un cristiano los había descubierto, aunque
algunos dellos nos dijeron que habían oído las piezas de artillería de la Alhambra , tomaron el
camino su poco a poco por la halda de la Sierra Nevada , la
vuelta de Dílar, yéndoles a las espaldas bien a lo largo el escudero que había
salido con Ampuero. Luego que partió el marqués de Mondéjar, el Presidente se
puso a la ventana de su aposento, y viendo al conde de Miranda, y a don Gabriel
de Córdoba, y a don Luis de Córdoba, y a otros caballeros en la plaza Nueva,
que habían salido amados en oyendo la señal del rebato, les envió a decir que
fuesen a alcanzar al marqués de Mondéjar con toda la gente de a pie y de a
caballo que tenían, y ordenó al Corregidor que anduviese por la ciudad y
pusiese algunos caballeros y veinticuatros en las bocas de las calles, que no
dejasen subir a nadie sin orden al Albaicín, y que enviase alguna gente arriba
para asegurarse de los moriscos, encomendándola a personas de confianza, porque
no hubiese alguna desorden. Hecho esto, todos los que acudían a la plaza los
enviaba en seguimiento de los moros. El marqués de Mondéjar tomó por cima de
Güétor hacia Dílar, y llegando al campo que dicen de Gueni, a la asomada dél
descubrieron los caballos delanteros a los moros que iban de corrida a tomar la
sierra. Don Alonso de Cárdenas puso las piernas al caballo, y con él algunos
jinetes, creyendo poderlos alcanzar antes que se embrollasen en ella; mas
estorbóselo una cuesta muy agria que se les puso delante en el barranco del río
de Dílar, donde se detuvieron tanto en bajar y tornar a subir, que los moros
tuvieron lugar de tomar un cerro alto y muy áspero sobre mano izquierda: allí
se hicieron una muela, y poniendo las banderas en medio, comenzaron a dar voces
y a tirar con las escopetas. Llegaron cerca dellos algunos escuderos, que los
acometieron con escaramuza, pensando entretenerlos hasta que llegase la
infantería; uno de los cuales se desmandó tanto, que le mataron el caballo de
un escopetazo, y le mataran también a él si no fuera socorrido. De allí fueron
tomando lo más áspero de la sierra, donde los caballos no podían subir,
yéndoles siempre tirando con las escopetas desde lejos. Viendo pues el conde de
Miranda y los otros caballeros cuán mal los podían seguir a caballo, acordaron
de apearse; y estándose apercibiendo para ir tras dellos a pie, llegó el
marqués de Mondéjar y los detuvo, porque ya estaba puesto el sol; y demás de
que los enemigos llevaban gran ventaja de camino, hacía un tiempo muy trabajoso
de frío y de agua nieve; y haciendo tocar a recoger, mandó a don Diego de
Quesada, vecino del lugar de la
Peza , que siguiese aquellos monfís con la infantería y
algunos caballos, y dio vuelta hacia la ciudad, y encontrando en el camino al
capitán Lorenzo de Ávila, a cuyo cargo estaba la gente de guerra de las siete
villas de la jurisdición de Granada, que iba con un golpe de gente, le ordenó
que se fuese a juntar con él para el mesmo efeto. Los dos capitanes, y con
ellos algunos caballeros, los fueron siguiendo, hasta que con la escuridad los
perdieron de vista; y como había en la sierra tanta nieve y hacía tan recio
frío, porque la gente no pereciese se recogieron aquella noche a la iglesia del
lugar de Dílar, y allí les llevaron de cenar los moriscos; y en riendo el alba,
creyendo que los moros habían detenídose también en alguna parte, los fueron
siguiendo por las pisadas que dejaban señaladas en la nieve; mas ellos habían
caminado toda la noche sin parar, por veredas que sabían, y bajando al valle de
Lecrín, iban alzando los lugares por do pasaban, dándoles a entender que
dejaban levantado el Albaicín, y que Granada y la Alhambra estaba ya por
los moros. Por manera que cuando nuestra gente bajó al valle, ya ellos iban muy
adelante; y dejándolos de seguir, por parecerles que iba poca gente y mal
apercebida para entrar la tierra adentro, pararon en el lugar de Dúrcal, y allí
estuvieron el tercero día de Pascua, esperando si llegaba más gente. Dejémoslos
agora aquí, y digamos de don Hernando de Válor quién era, y cómo le alzaron los
rebeldes por rey; que a tiempo seremos para volver a ellos.
Capítulo VII
Que trata de don
Hernando de Córdoba y de Válor, y cómo los rebeldes le alzaron por rey
Don
Hernando de Córdoba y de Válor era morisco, hombre estimado entre los de
aquella nación porque traía su origen del halifa Maruan; y sus antecesores,
según decían, siendo vecinos de la ciudad de Damasco Xam, habían sido en la
muerte del halifa Hucein, hijo de Alí, primo de Mahoma, y venídose huyendo a
África, y después a España, y con valor proprio habían ocupado el reino de
Córdoba y poseídolo mucho tiempo con nombre de Abdarrahamanes, por llamarse el
primero Abdarrahamán; más su proprio apellido era Aben Humeya. Este era mozo
liviano, aparejado para cualquier venganza, y sobre todo, pródigo. Su padre se
decía don Antonio de Válor y de Córdoba, y andaba desterrado [188] en las galeras por un
crimen de que había sido acusado; y aunque eran ricos, gastaban mucho, y vivían
muy necesitados y con desasosiego; y especialmente el don Hernando andaba
siempre alcanzado, y estaba estos días preso, la casa por cárcel, por haber
metido una llaga en el cabildo de la ciudad de Granada, donde tenía una
veinticuatría. Viéndose pues en este tiempo con necesidad, acordó de venderla y
irse a Italia o a Flandes, según él decía, como hombre desesperado; y al fin la
vendió a otro morisco, vecino de Granada, llamado Miguel de Palacios, hijo de
Jerónimo de Palacios, que era su fiador en el negocio sobre que estaba preso,
por precio de mil y seiscientos ducados; el cual la mesma noche que había de
pagarle el dinero, temiendo que si quebrantaba la carcelería la justicia
echaría mano dél y del oficio por la general hipoteca, y se lo haría pagar otra
vez, avisó al licenciado Santarén, alcalde mayor de aquella ciudad, para que lo
mandase embargar, y en acabando de contar el dinero, llegó un alguacil y se lo
embargó. Hallándose pues don Hernando sin veinticuatría y sin dineros,
determinó de quebrantar la carcelería y dar consigo en la Alpujarra ; y con sola
una mujer morisca que traía por amiga y un esclavo negro, salió de Granada otro
día luego siguiente, jueves 23 de diciembre, y durmiendo aquella noche en la
almacería de una huerta, caminó el viernes hacia el valle de Lecrín, y en la
entrada del encontró con el beneficiado de Béznar, que iba huyendo la vuelta de
Granada; el cual le dijo que no pasase adelante, porque la tierra andaba
alborotada y había muchos monfís en ella; mas no por eso dejó de proseguir su
viaje, y llegó a Béznar y posó en casa de un pariente suyo, llamado el Válori,
de los principales de aquel lugar, a quien dio cuenta de su negocio. Aquella
noche se juntaron todos los Váloris, que era una parentela grande, y acordaron
que pues la tierra se alzaba y no había cabeza, sería bien hacer rey a quien
obedecer. Y diciéndolo a otros moros de los rebelados, que habían acudido allí
de tierra de Órgiba, todos dijeron que era muy bien acordado, y que ninguno lo
podía ser mejor ni con más razón que el mesmo don Hernando de Válor, por ser de
linaje de reyes y tenerse por no menos ofendido que todos. Y pidiéndole que lo
aceptase, se lo agradeció mucho; y así, le eligieron y alzaron por rey, yendo,
según después decía, bien descuidado de serlo, aunque no ignorante de la
revolución que había en aquella tierra. Algunos quisieron decir que los del
Albaicín le habían nombrado antes que saliese de Granada, y aun nos
persuadieron a creerlo al principio; mas procurando después saberlo más de
raíz, nos certificaron que no él, sino Farax, había sido el nombrado, y que los
que trataban el levantamiento no sólo quisieron encubrir su secreto a los
caballeros moriscos y personas de calidad que tenían por servidores de su
majestad, mas a éste particularmente no se osaran descubrir, por ser
veinticuatro de Granada y criado del marqués de Mondéjar, y tenerle por mozo
liviano y de poco fundamento. Estando pues el lunes por la mañana, a hora de
misa, don Hernando de Válor delante la puerta de la iglesia del lugar con los
vecinos dél, asomó por un viso que cae sobre las casas a la parte de la sierra,
Farax Aben Farax con sus dos banderas, acompañado de los monfís que habían
entrado con él en el Albaicín, tañendo sus instrumentos y haciendo grandes
algazaras de placer, como si hubieran ganado alguna gran vitoria. El cual, como
supo que estaba allí don Hernando de Válor y que le alzaban por rey, se alteró
grandemente, diciendo que, cómo podía ser que habiendo sido él nombrado por los
del Albaicín, que era la cabeza, eligiesen los de Béznar a otro; y sobre esto
hubieran de llegar a las armas. Farax daba voces que había sido autor de la
libertad, y que había de ser rey y gobernador de los moros, y que también era
él noble del linaje de los Abencerrajes. Los Váloris decían que donde estaba
don Hernando de Válor no había de ser otro rey sino él. Al fin entraron algunos
de por medio, y los concertaron desta manera: que don Hernando de Válor fuese
el rey, y Farax su alguacil mayor, que es el oficio más preeminente entre los
moros cerca de la persona real. Con esto cesó la diferencia, y de nuevo alzaron
por rey los que allí estaban a don Hernando de Válor, y le llamaron Muley
Mahamete Aben Humeya, estando en el campo debajo de un olivo. El cual, por
quitarse de delante a Farax Aben Farax, el mesmo día le mandó que fuese luego con
su gente y la que más pudiese juntar a la Alpujarra , y recogiese toda la plata, oro y joyas
que los moros habían tomado y tomasen, así de iglesias como de particulares,
para comprar armas de Berbería. Este traidor, publicando que Granada y toda la
tierra estaba por los moros, yendo levantando lugares, no solamente hizo lo que
se le mandó, mas llevando consigo trecientos monfís salteadores, de los más
perversos del Albaicín y de los lugares comarcanos, a Granada, hizo matar todos
los clérigos y legos que halló captivos, que no dejó hombre a vida que tuviese
nombre de cristiano y fuese de diez años arriba, usando muchos géneros de
crueldades en sus muertes, como lo diremos en los capítulos del levantamiento
de los lugares de la
Alpujarra.
Bien
se deja entender que este don Hernando supo lo que se trataba del
levantamiento, ansí por la priesa que se dio en vender su veinticuatría, como
porque, según nos dijo el licenciado Andrés de Álava, inquisidor de Granada,
con quien profesaba mucha amistad, que estando de camino para visitar la Alpujarra por orden
particular de su majestad, que le mandaba que visitando la tierra, en el
secreto del Santo Oficio procurase entender si los moriscos trataban alguna
novedad, había ido a él pocos días antes que se alzase el reino, y aconsejádole
por vía de amistad que no se pusiese en camino hasta que pasase la pascua de
Navidad, porque para entonces estaría ya la gente más quieta, y le acompañaría
él por su persona; y había hecho tanta instancia sobre esto, que se podía presumir
que ya él lo sabía, y por ventura quiso excusar la ida del inquisidor,
pareciéndole que si le tomaba el levantamiento dentro de la Alpujarra , se pornía de
nuestra parte mucha diligencia en socorrerle, aunque también pudo ser que quiso
apartarle del peligro en que veía que se iba a meter, por la amistad que con él
tenía. Sea como fuere, ésta es la relación más cierta que pudimos saber deste
negocio. [189]
Capítulo VIII
Que trata del
levantamiento general de los moriscos de la Alpujarra
Congoja
pone verdaderamente pensar, cuanto más saber de escrebir, las abominaciones y
maldades con que hicieron este levantamiento los moriscos; monfís la Alpujarra y de los otros
lugares del reino de Granada. Lo primero que hicieron fue apellidar el nombre y
seta de Mahoma, declarando ser moros ajenos de la santa fe católica, que tantos
años había que profesaban ellos y sus padres y abuelos. Era cosa de maravilla
ver cuán enseñados estaban todos, chicos y grandes, en la maldita seta; decían
las oraciones a Mahoma, hacían sus procesiones y plegarias, descubriendo las
mujeres casadas los pechos, las doncellas las cabezas; y teniendo los cabellos
esparcidos por los hombros bailaban públicamente en las calles, abrazaban a los
hombres, yendo los mozos gandules delante haciéndoles aire con los pañuelos, y
diciendo en alta voz que ya era llegado el tiempo del estado de la inocencia, y
que mirando en la libertad de su ley, se iban derechos al cielo, llamándola ley
de suavidad, que daba todo contento y deleite. Y a un mesmo tiempo, sin
respetar a cosa divina ni humana como enemigos de toda religión y caridad,
llenos de rabia cruel y diabólica ira, robaron, quemaron y destruyeron las
iglesias, despedazaron las venerables imágines, deshicieron los altares, y
poniendo manos violentas en los sacerdotes de Jesucristo, que les enseñaban las
cosas de la fe, y administraban los sacramentos, los llevaron por las valles y
plazas desnudos y descalzos, en público escarnio y afrenta. A unos asaetearon,
a otros quemaron vivos, y a muchos hicieron padecer diversos géneros de
martirios. La mesma crueldad usaron con los cristianos legos que moraban en
aquellos lugares sin respetar vecino a vecino, compadre a compadre, ni amigo a
amigo; y aunque algunos lo quisieron hacer, no fueron parte para ello, porque
era tanta la ira de los malos, que matando cuantos les venían a las manos,
tampoco daban vida a quien se lo impedía. Robáronles las casas, y a los que se
recogían en las torres y lugares fuertes los cercaron y rodearon con llamas de
fuego, y quemando muchos dellos, a todos los que se les rindieron a partido
dieron igualmente la muerte, no queriendo que quedase hombre cristiano vivo en
toda la tierra, que pasase de diez años arriba. Esta pestilencia comenzó en
Lanjarón, y pasó a Órgiba el jueves en la tarde en la taa de Poqueira, y de
allí se fue extendiendo el humo de la sedición y maldad en tanta manera, que en
un improviso cubrió toda la faz de aquella tierra, como se irá diciendo por su
orden. Y porque juntamente con la historia deste rebelión hemos de hacer una
breve descripción de las taas de la Alpujarra y lugares dellas, para que el letor
lleve mejor gusto en todo, diremos primero en este lugar qué cosa es taa, y lo que significa este nombre
berberisco.
Taa
es un epíteto de que antiguamente usaron los africanos en todas las ciudades
nobles, como dijimos atrás en el capítulo tercero del primer libro, y, taa
quiere decir cabeza de partido o feligresía de gente natural africana, aunque
otros interpretan pueblos avasallados y sujetos. Dicen algunos moriscos
antiguos haber oído a sus pasados, que por ser las sierras de la Alpujarra fragosas y
estar pobladas de gente bárbara, indómita y tan soberbia, que con dificultad
los reyes moros podían averiguarse con ellos, por estar confiados en la
aspereza de la tierra, como acaece también en las serranías de África, que
están pobladas de bereberes, tomaron por remedio dividirla toda en alcaidías y
repartirlas entre los mesmos naturales de la tierra; y después que éstos
hubieron hecho castillos en sus partidos, vinieron a meter en ellos otros
alcaides granadinos, y de otras partes, con alguna gente de guerra, para
poderlos avasallar. Y como había en cada partido destos un alcaide, a quien
obedecían mil o dos mil vasallos, también había un alfaquí mayor que tenía lo
espiritual a su cargo, y aquel distrito llamaban taa. Finalmente, es lo mesmo
que en África nueiba, que
quiere decir partido de bárbaros pecheros del magacén del Rey; una de las
cuales es la tierra de Órgiba, que aunque cae fuera de la Alpujarra , está en la
entrada della, de donde comenzaremos, pues los moriscos comenzaron por allí su
maldad, y por la mesma orden iremos prosiguiendo en las demás taas cómo se
fueron alzando. Luego cómo en Lanjarón, lugar del valle de Lecrín, se entendió
el desasosiego de los moriscos, el licenciado Espinosa y el bachiller Juan
Bautista, beneficiados de aquella iglesia, Miguel de Morales, su sacristán, y
hasta diez y seis cristianos, se metieron en la iglesia, y llegando Abenfarax,
les mandó poner fuego, y el beneficiado Juan Bautista se descolgó por una
pleita de esparto y se entregó luego al tirano, el cual le hizo matar a
cuchilladas, y prosiguiendo en el fuego de la iglesia, la quemó y se hundió
sobre los que estaban dentro. Y haciéndolos sacar de debajo de las ruinas, los
hizo llevar al campo, y allí no se hartaban de dar cuchilladas en los cuerpos
muertos: tanta era la ira que tenían contra el nombre cristiano. Luego pasaron
a la taa de Órgiba, llevando consigo a los mancebos del lugar.
Capítulo IX
De la descripción de la
taa de Órgiba, y cómo se alzaron los lugares della, y cercaron los cristianos
en la torre de Albacete
La
taa de Órgiba tiene a poniente a Lanjarón, lugar del valle de Lecrín, y a
Salobreña y Motril; al cierzo confina con Sierra Nevada; al levante con las
taas de Poqueira y Ferreira y con la del Cehel, que cae hacia la mar, que todas
están en la Alpujarra ;
y al mediodía tiene el mar Mediterráneo, donde está en la lengua del agua un
castillo fuerte de sitio, que los moros llaman Sayena, y los cristianos Castil
de Ferro. Por medio desta taa atraviesa un río que baja de la Sierra Nevada , y
corriendo hacia la mar con algunas vueltas, va a juntarse con el río de Motril.
Es tierra fértil, llena de muchas arboledas y frescuras, y, por ser templada,
se crían naranjos, limones, cidros y todo género de frutas tempranas, y muy
buenas hortalizas en ella. La cría de la seda es mucha y muy buena, y hay
hermosísimos pastos para los ganados, y muchas tierras de labor, donde los
moradores de los lugares cogen trigo, cebada, panizo y alcandía, y la mayor
parte dellas se riegan con el agua del río y de las fuentes que bajan de
aquellas sierras. Hay en esta taa quince lugares, que los moriscos llaman
alcarías, cuyos nombres son: Pago, Benizalte, Sortes, Cáñar, el Fex, Bayárcar,
Soportújar, Caratanuz, [190] Benizeyed, Lexur, Barxar, Guarros, Luliar, Faragenit y Albacete
de Órgiba, que es el lugar principal, donde está una torre, que estaba en este
tiempo algo mejor proveída que otras veces, porque habiéndose llevado aquel
lugar los moros de Berbería, pocos años antes se había puesto mejor recaudo en
ella. La mayor parte destos lugares están en las haldas de las sierras, y los
otros en una vega llana que se hace entre ellas, donde está el lugar de
Albacete de Órgiba.
El
día que el Partal y el Seniz mataron aquellos cristianos que dijimos de Ugíjar,
los dos hombres que escaparon de sus manos fueron huyendo al lugar de Albacete
de Órgiba y dieron aviso a Gaspar de Sarabia, que estaba por alcaide y
gobernador de aquella taa, el cual luego otro día viernes bien de mañana envió
a Camacho, alguacil mayor, con ocho cristianos arcabuceros, y con ellos algunos
moriscos desarmados, a que supiesen qué novedad había sido aquella. Y mientras
ellos iban, vino a él un morisco, alguacil de Benizalte, llamado Álvaro
Abuzayet, y le dijo que hiciese recoger con brevedad todos los cristianos
chicos y grandes a la torre, porque estaba la tierra levantada. Con este aviso
se recogieron luego Alonso de Algar, cura de Albacete, y los otros clérigos,
beneficiados y vecinos cristianos que moraban en los lugares de aquella taa,
sin recebir daño, sino fueron los de Soportújar y algunos perezosos. Los ocho
arcabuceros corrieron peligro de perderse, porque estando en el lugar de Barxar
enterrando los cristianos que habían sido muertos el día antes, dieron los
monfís en ellos, y haciéndolos huir, los fueron siguiendo hasta cerca de la
torre, llamándolos de perros, y diciéndoles que ya era llegado su día, y les
quitaron algunas armas, y los proprios moriscos de paces que iban con ellos
fueron los que más los persiguieron. Viendo pues Gaspar de Sarabia lo que
pasaba, recogió a gran priesa las moriscas y muchachos que pudo haber en el
lugar y las metió en la torre, entendiendo que si se viese en necesidad, no
faltaría quien se compadeciese, padres, maridos o hermanos, y que secretamente
les proveerían de agua y de bastimentos mientras le venía socorro. Finalmente,
se encerró en la torre con ciento y ochenta personas y algunos hombres
esforzados entre ellos, uno de los cuales se llamaba Pedro de Vilches, y por
otro nombre Pie de palo, porque teniendo cortada una pierna a cercen, la traía
puesta de palo, y era hombre animoso y muy plático en aquella tierra; y otro
Leandro, que era gran cazador, y acaso había llegado allí aquella noche con dos
cargas de conejos y perdices y un cuero de aceite; que cierto pareció haberlo
enviado Dios para la salud de aquella gente; porque demás de que él era buen
arcabucero y llevaba su arcabuz con cantidad de munición para poder pelear, la
caza suplió la necesidad y hambre algunos días, y el aceite fue de mayor
importancia para quemar a los enemigos una manta de madera que les arrimaron al
muro de la torre, entendiendo poderlo picar por debajo. No fueron bien
recogidos los cristianos cuando se levantó el lugar, y en un barrio que está
cerca dél arbolaron una bandera, y tumultuosamente se recogieron a ella los
mancebos gandules, y no mucho después parecieron otras seis banderas, la mayor
dellas colorada, con unas lunas de plata en medio, y las otras todas de seda de
diferentes colores, y atravesando por un viso a vista de la torre, fueron a
ponerse en los olivares, acompañados de mucha gente armada de arcabuces y
bailes ballestas. De allí enviaron a recoger los lugares que estaban en lo
llano, y saliendo hombres y mujeres con bagajes cargados de ropa y de
bastimentos, y los ganados por delante, se subieron a la sierra de Poqueira, y
la gente armada cercó la torre donde estaban nuestros cristianos. Luego que se
alzaron los lugares de Soportújar y Cáñar y los demás de las sierras, lo
primero que hicieron aquellos herejes fue destruir las iglesias, y saquear lo
que había en ellas y en las casas de los cristianos. En Soportújar prendieron
por engaño al vicario de Ojeda, beneficiado de aquel lugar, y después de
tenerle preso a él y a un muchacho criado suyo, llamado Martín, ofreciéndole de
darle libertad un morisco que tenía por amigo, que se decía Bartolomé Aben
Moguid, hijo del alguacil del lugar, le sacó de donde estaba y le escondió en casa
de otro morisco, llamado Miguel de Jerez, y allí estuvo cuatro días, al cabo de
los cuales vino Farax Abenfarax, que, como queda dicho, iba recorriendo los
lugares por mandado de Aben Humeya, y donde quiera que llegaba hacía pregonar
que, so pena de la vida, ningún moro fuese osado de esconder cristiano de
ninguna edad que fuese, sino que luego se los manifestasen, y de miedo dél
declaró Aben Moguid cómo tenía aquellos dos cristianos. Y enviando Abenfarax
dos moros por ellos, los sacaron de donde estaban y los desnudaron en cueros, y
atándoles las manos atrás, los entregaron a Zacarías de Aguilar, enemigo del
beneficiado, el cual los llevó a la plaza del lugar, y tomándolos los vecinos
en medio, les dieron muchos bofetones y puñadas, y después los llevaron a un
montecillo que está como media legua de allí, para matarlos y dejar los cuerpos
en el campo, porque Abenfarax mandaba que no les diesen sepultura. Y juntamente
llevaron una cristiana, llamada Beatriz de la Peña , con cinco hijos niños, y teniéndolos ya
para matar, acertó a pasar por aquel camino Aben Humeya, que venía de Béznar, y
condoliéndose de la mujer y de los niños, les mandó que solamente matasen al
vicario, y que los demás los volviesen al lugar y se los guardasen hasta que
enviase por ellos. Luego cargáronlos enemigo, de Dios sobre aquel sacerdote,
que invocaba su santísimo nombre, y dándole uno dellos con la verga de la
ballesta en la cabeza un gran golpe, que le aturdió y dio con él en el suelo,
le hirieron luego los otros con las lanzuelas y espadas, hasta que le acabaron
de matar. Y encendidos en aquella ira, hirieron también a Martín, su criado, de
una cuchillada en la cabeza, que se la hendieron, diciéndole el que le hirió:
«Toma, perro, porque eres hijo del alguacil de Órgiba». Ved cuánta enemistad
era la que tenían con los ministros espirituales y temporales, que aun a sus
hijos niños no perdonaban. La mujer con sus criaturas llevaron a Soportújar, y
después al castillo de Juviles, donde alcanzaron libertad cuando el marqués de
Mondéjar lo ganó, con otras muchas cristianas que había recogido allí Aben
Humeya.
Capítulo X
Cómo se alzaron los
lugares de las taas de Poqueira y Ferreira, y la descripción dellas
Las
taas de Poqueira y Ferreira están en la entrada de la Alpujarra ; las cuales
confinan a poniente con [191] la taa de Órgiba, a levante con la de Juviles, al mediodía con el
Cehel, y a tramontana con Sierra Nevada. En la taa de Poqueira hay cuatro
lugares llamados Capeleira, Alguazta, Parmpaneira y Bubión; y en la de Ferreira
hay once, que son: Pitres, Capeleira de Ferreira, Aylácar, Fondales,
Ferreirola, Mecina de Fondales, Pórtugos, Luaxar, Busquistar, Bayárcal y Harat
el Bayar. Toda esta tierra es muy fresca, abundante de muchas arboledas; críase
en ella cantidad de seda de morales; hay muchas manzanas, peras, camuesas de
verano y de invierno, que llevan los moradores a vender a la ciudad de Granada
y a otras partes todo el año, y mucha nuez y castaña ingerta. El pan, trigo,
cebada, centeno y alcandía que allí se coge es todo de riego, y lo mejor y de
más provecho que hay en el reino de Granada. Está una sierra entre estas dos
taas, donde se crían hermosas viñas y huertas, y en ella nacen muchas fuentes
de agua fría y saludable, con que se riegan, y son todas las frutas, hortalizas
y legumbres que allí se cogen muy buenas. Es tan grande la fertilidad desta
tierra, que si siembran los garbanzos blancos en ella, los cogen negros; y son
los castaños tan grandes, que en el lugar de Bubión había uno donde una mujer
tenía puesto un telar para tejer lienzo entre las ramas, y en el hueco del pie
hacía su morada con sus hijos; y cuando el comendador mayor de Castilla entró
con su campo en la Alpujarra ,
estando en aquel lugar, vimos seis escuderos con sus caballos dentro del hueco
de aquel árbol, y a la partida le pusieron fuego unos soldados y le quemaron.
De verano hay en estas sierras hermosísimos pastos para los ganados; y de
invierno, porque es tierra muy fría, los llevan a lo de Dalías, o hacia Motril
y Salobreña, que es más caliente y templado por razón de los aires de la mar.
Están estas dos taas a manera de Península, entre dos ríos que bajan de la Sierra Nevada ; el
primero y más ocidental nace sobre la mesma taa de Poqueira, y corriendo por
entre asperísimas y altas sierras, la cerca por aquella parte, y se va a juntar
con el río de Motril antes de llegar a la puente Tejafi, donde está el puerto
de Jubilein, que es la entrada de Órgiba a la Alpujarra yendo por el
río de Cádiar, que se pasa en este camino, en espacio de cuatro leguas, más de
sesenta veces por pasos dificultosos y puertos fragosísimos de peñas. El otro
río nace también en la
Sierra Nevada , a levante dél y a poniente del lugar de
Trevélez, y con la mesma aspereza y fragosidad cerca las dos taas hacia oriente
y mediodía. Por bajo del lugar de Ferreirola hace dos brazos, y entrambos se
juntan con el río que baja de Alcázar, y se van después a meter en el río de
Motril en la garganta del Dragón, que los moriscos llaman Alcazaubin. Recógense
en aquel lugar tantas aguas de verano, por razón de las nieves que se derriten
de las sierras, que parece un mar tempestuoso el ruido que lleva el río. Esta
tierra decían los moriscos haber oído decir a sus pasados que jamás había sido
conquistada por fuerza de armas, y así tenían mucha confianza en el sitio y
fortaleza della, creyendo que ningún ejército acometería la entrada, habiendo
quien defendiese los asperísimos pasos, donde poca gente era fuerte y poderosa;
y por esta razón eligieron aquel sitio donde se recoger del primer ímpetu con
sus mujeres, hijos y ganados.
Alzáronse
los lugares de la taa de Poqueira viernes por la mañana a 24 días del mes de
diciembre. Los cristianos que había en ellos corrieron luego a favorecerse en
la torre de la iglesia del lugar de Burburon, que al parecer era fuerte, aunque
no estaba acabada, y los herejes traidores (que así merecen que los llamemos de
aquí adelante), viendo que se defendían, fueron a saquearles las casas, y
cercando la iglesia, abrieron una puerta que estaba tapiada, encubierta de la
torre, y entrando furiosamente por ella, destruyeron y robaron todas las cosas
sagradas, y luego juntaron muchos zarzos y tascos untados con aceite para poner
fuego a la puerta de la torre. Viendo esto los cristianos, y hallándose sin
defensa, sin agua y sin mantenimientos, tomaron por medio rendirse antes que
morir abrasados en crueles llamas; y fuérales menor mal, si los enemigos no
usaran después otras mayores crueldades con ellos; porque los desnudaron y
ataron, y les dieron muchos palos y bofetadas; y habiéndolos tenido
aprisionados diez y nueve días, los sacaron a justiciar por mandado de Aben
Humeya a una huerta cerca del lugar, un día antes que el marqués de Mondéjar
llegase a Órgiba; y allí hicieron pedazos con las espadas al licenciado Quirós,
cura del lugar de Concha, y al beneficiado Bernabé de Montanos, y a Godoy, su
sacristán, y a otros veinte legos; y dejando los cuerpos a las aves y a los
perros que se los comiesen, a solas las mujeres y a los niños de diez años
abajo tomaron por captivos. Al bachiller Baltasar Bravo, beneficiado y vicario
de aquella taa, porque sabían que tenía mucho dinero, no le mataron, y dándole
tormento, le sacaron tres mil ducados de oro y mucha plata labrada, y con
esperanza que les había de dar más, le dejaron con la vida.
Los
de la taa de Ferreira se alzaron en el mesmo día y hora que los de Poqueira,
especialmente los de Pórtugos y de los otros lugares junto a él. Los
cristianos, en sintiendo el alzamiento, fueron luego a favorecerse en la torre
de la iglesia de aquel lugar con sus mujeres y hijos. Los moros les saquearon
las casas, y entrando en la iglesia por una puerta pequeña, la robaron y
destruyeron, y pusieron fuego a la torre, amenazando a los que se habían
encastillado dentro con cruel muerte si fuego no se rendían. Hubo algunos
animosos que mostraban querer más morir que verse en poder de aquellos
infieles; otros, viéndose quemar vivos, y oyendo las piadosas lamentaciones de
sus mujeres y hijos, considerando que ninguna crueldad se podía usar con ellos
mayor que la del fuego, y teniendo alguna esperanza de que no los matarían,
determinaron de rendirse; y al fin persuadieron a los demás a que se diesen a
partido, con promesa de que no les harían otro mal sino tomarlos por captivos.
Habiéndose pues tardado en determinarse, el fuego fue creciendo cada hora más y
ocupó la escalera de la torre; y siéndoles forzado descolgarse con sogas por la
parte de fuera, donde no habían aún llegado las llamas, el recebimiento que les
hacían aquellas enemigos de Dios era desnudarlos en poniendo los pies en el
suelo, y darlos muchos palos y bofetones, y atándoles las manos atrás, los
llevaban a meter de pies en un cepo. Al beneficiado Juan Diez Gallego, que
residía en Pitres, y acertó a hallarse allí aquel día, mataron de una saetada,
estando asomado a una ventana de la torre. Prendieron a los beneficiados Juan [192] Vela y Baltasar de
Torres, y a su padre, y a otros muchos legos, y a las mujeres y niños que
tuvieron lugar de poderse descolgar; y cuando fue aplacada la llama, retirando
la brasa, entraron dentro, y a todos los hombres que hallaron vivos los
mataron; y por atormentar más a los cristianos presos con pena y vituperio, les
hicieron sacar de la torre los cuerpos muertos, y que con sogas a los pescuezos
los llevasen arrastrando fuera del lugar y los echasen en un barranco; y
después los mataron a ellos, sacándolos de cuatro en cuatro, para que durase
más la fiesta, llevándolos desnudos y descalzos, dándoles de pescozones y
puñadas. Poníanlos sentados por su orden en el suelo en una haza, y luego
comenzaban su venganza; el que llevaba la soga con que iba el cristiano atado,
era el primero que le hería; luego llegaban los otros y le daban tantas
lanzadas y cuchilladas, hasta que le acababan de matar; algunos entregaron a las
moriscas antes que espirasen, para que también ellas se regocijasen. Uno de
estos fue Juan de Cepeda, hafiz de la seda, el cual llevó su martirio, si en
aquel punto supo gozar de Dios, por mano de mujeres con piedras y almaradas.
Mataron también este día una morisca viuda, que había sido mujer de un
cristiano, llamada Inés de Cepeda, porque no quiso ser mora como ellos, y les
decía que era cristiana y que no quería mayor bien que morir por Jesucristo. En
esta constancia la degollaron, y dio el alma a su Criador, encomendándose
muchas veces a la gloriosa Virgen María. No podían los descreídos llevar a
paciencia que los cristianos cuando se veían en aquel punto se encomendasen a
Dios y a su bendita Madre. Y como herejes y malos les decían: «Perros, Dios no tiene
madre»; y los herían cruelísimamente. Al beneficiado Baltasar de Torres rogaron
mucho que se tornase moro dos herejes llamado Pedro Almalqui y Juan Pastor, y
le prometían que le darían su hacienda y le casarían. Y como les respondiese
que era sacerdote de Jesucristo y que había de morir por él, le dieron de
bofetadas y puñadas; y diciéndole por escarnio: «Perro, llama agora al
Arzobispo y al Presidente y a Albotodo que te favorezcan». Cuando hubieron
sacado por engaño a su madre docientos ducados que tenía escondidos, con
promesa de que no le matarían, le desnudaron en cueros, y maniatado con una
soga a la garganta, le llevaron a la plaza, y apartándole a un cabo, donde
llaman el Lauxar, le cortaron los pies y las manos, y luego le ahorcaron
juntamente con otros dos cristianos mancebos, que el uno no tenía edad de
catorce años; y porque lloraba un niño sobrino del beneficiado viendo matar a
su tío, le mataron también a él. Murieron en este lugar veinte y ocho
cristianos entre clérigos y legos, y dos niños de edad de tres años, o poco
más. Los autores destas crueldades que Farax Aben Farax mandaba hacer, fueron
Luis el Hardon y Miguel de Granada Xaba, juntamente con las cuadrillas de los
monfís.
Alzose
el lugar de Mecina de Fondales el mesmo día viernes en la noche, y tomando a
los cristianos que vivían en aquel lugar descuidados, los prendieron a todos en
sus casas y los robaron. Luego acudieron a la iglesia, y como si en aquello
estuviera toda su felicidad, destruyeron todas las cosas sagradas, y se
llevaron los ornamentos y cosas de precio que allí había. Fueron muchos los
malos tratamientos y afrentas que hicieron a los cristianos captivos en este
lugar; y después de bien hartos de ultrajarlos, mataron diez y seis personas, y
entre ellos dos beneficiados, llamados Luis de Jorquera y Pedro Rodríguez de
Arceo, y a Diego Pérez, sacristán, y a Pedro Montañés, hombre rico, y a su
mujer y a una criatura que llevaba en los brazos. Sacábanlos a todos desnudos,
las manos atadas, fuera del lugar, dándoles de palos y de bofetadas, y después
los herían cruelmente con lanzas, espadas y con piedras.
El
lugar de Pitres de Ferreira se alzó la noche de Navidad, viernes a 24 de
diciembre, como los demás desta taa. Los cristianos que allí vivían, y otros
que se hallaron en él acaso, en sintiendo el alboroto de la gente se metieron
en la torre de la iglesia, y los moros les saquearon las casas y los cercaron.
Teniéndolos pues cercados, y viendo que se defendían, un moro de los
principales de aquel lugar, llamado Miguel de Herrera, les persuadió con buenas
palabras a que se rindiesen, diciendo que no los matarían; los cuales lo
hicieron ansí, viendo lo poco que podía durar su vana defensa. Luego saquearon
y robaron la iglesia y deshicieron los altares. Miguel de Herrera llevó a su
casa y a otras de particulares a los prisioneros, dándoles esperanza que no
morirían; y habiéndolos tenido allí tres días, llegó el traidor de Farax, y
dejándole mandado que los matase, los llevaron a todos maniatados a casa de
Diego de la Hoz
el viejo, que era un cristiano rico que vivía en aquel lugar, y haciendo
pregonar que todos los moros y moras que quisiesen regocijarse con la muerte de
sus enemigos saliesen a la plaza a ver cómo los mataban, en un punto se hinchó
toda de gente. El primero que sacaron fue al beneficiado Jerónimo de Mesa, y
poniendo una garrucha con una gruesa soga en lo alto de la torre de la iglesia,
le ataron los brazos atrás asidos della, y subiéndole arriba, le dejaron caer
tres veces de golpe en el suelo con los brazos descoyuntados, y de los golpes
que daba sobre una losa, se le hicieron pedazos las canillas de los pies y de
los muslos en presencia de su madre, que era morisca de nación y buena
cristiana; la cual viendo hecho pedazos a su hijo, llegó a él con ánimo varonil,
y besándole muchas veces el rostro, le dijo: «Hijo mío, esforzad en Dios y en
su bendita Madre, que son los que han de favorecer vuestra alma; que los
tormentos presto pasarán». El cual alzando los ojos al cielo, daba infinitas
gracias a Jesucristo, derramando lágrimas de contemplación con tanto ánimo como
si no sintiera aquel tormento. Viéndole pues los herejes en esta constancia, y
que tan de corazón se encomendaba a Dios, llegaron a él, y por escarnecerle le
decían: «Perro, di agora el Ave María; veamos si le quitará de aquí». Y
tornándole a subir otra vez a lo alto, le dejaron caer cuatro veces, y luego le
quitaron; y echándole una soga a la garganta, le entregaron a las moras para
que también ellas tomasen su venganza en él; las cuales le llevaron arrastrando
fuera del pueblo, y hiriéndole con almaradas, lanzuelas y piedras, le acabaron
de matar; y volviéndose contra su madre, le escupían en la cara, llamándola de
perra cristiana; y mesándola, y dándole de bofetadas, le dieron tantas heridas
y pedradas, que la derribaron muerta sobre el cuerpo de su hijo. Acabado este
espectáculo, [193] sacaron a Diego de la Hoz el viejo, y al gobernador
de Torviscón, y a Francisco de Campuzano, y con ellos otros muchos cristianos,
y los llevaron donde los habían de matar; y porque algunos, teniendo las manos
atadas, hacían la cruz con los dedos pulgares y la besaban, llegaban a ellos y
se los cortaban. Hubo entre estos cristianos dos muchachos, que el mayor sería
de trece años, y era hijo de Antón Martín, familiar del Santo Oficio, en quien
el señor puso su mano aquel día, porque no bastaron con ellos ruegos, promesas
ni amenazas para que renegasen. Y queriéndolos sacar a matar con los demás, se
llegó uno llamado Pedro, hijo de Diego de Hoz, a su madre, y con semblante
alegre le dijo: «Señora madre, rogad a Dios por mí». Y como le respondiese
llorando: «Hijo mío, tú eres el que has de rogar por todos», le replicó el
muchacho: «Por cierto, señora, yo lo haré, y no tengáis pena de mi muerte; que
voy muy alegre y contento a morir por Jesucristo». Y con grandísimo esfuerzo
llegaron entrambos adonde estaban los otros cristianos muertos, y hincando las
rodillas en el suelo, sin temor de aquella muerte breve, fueron a gozar de la
vida perdurable, ensangrentando en ellos sus espadas los enemigos de
Jesucristo: cosa por cierto de admiración, para dar gracias al Omnipotente, que
no hubo en todo este alzamiento cristiano, hombre ni mujer, grande ni pequeño,
sacerdote ni lego, que negasen la fe; antes hubo algunos moriscos y moriscas
que holgaron de morir por ella, y se ofrecían de buena gana al sacrificio con
tanto más ánimo, cuanto mayores crueldades veían hacer. Padecieron en este
lugar veinte y tres cristianos por sentencia de Miguel de Herrera, que como
juez los condenaba. Los principales ejecutores del mal que allí se hizo fueron
Lorenzo de Murcia, Lorenzo Campanari, Miguel de Montoro y Miguel Zenin y el
Mehme. Otras muchas crueldades se hicieron en los otros lugares destas taas,
que dejo de poner, porque para haberlo de contar todo, sería menester gran
volumen y cansar al letor.
Capítulo XI
Cómo se alzaron los
lugares de la taa de Juviles, y la descripción della
La
taa de Juviles confina a poniente con las taas de Poqueira y Ferreira, a
tramontana tiene la
Sierra Nevada , al mediodía el Cehel, y a levante la taa de
Ugíjar de Albacete. Es tierra de muchas sierras y peñas, especialmente a la
parte de Sierra Nevada. Hay en ellas veinte lugares, llamados Válor, Viñas y
Exen, Mecina de Bombaron, Yátor, Narila, Cádiar, Timen, Portel, Gorco, Cuxurio,
Bérchul, Alcútar, Lobras, Nieles, Cástaras, Notaes, Trevélez y Juviles, que es
la cabeza. Hacia la parte de Bérchul hay grandes cuevas, que naturaleza hizo y
fortaleció entre las peñas en lugares muy secretos, donde los moriscos tenían
recogidos muchos bastimentos para el tiempo de la necesidad. A la parte de
levante y mediodía cerca esta taa un río que nace en lo más alto de Sierra
Nevada, junto al puerto de Loh, que quiere decir puerto de la Tabla , porque está una tabla
de tierra llana en lo más alto dél, por donde se atraviesa la Sierra Nevada , yendo
de Guadix a la Alpujarra ,
Este río es el que llaman de Cádiar, y entre él y el que dijimos que baja de
junto a Trevélez y cerca las taas de Poqueira y Ferreira, está la taa de
Juviles, la cual es abundante de pan, trigo, cebada, panizo y alcandía, y de
mucho ganado; mas tiene muy pocas arboledas, y la seda que allí se cría no es
tan buena como la de las otras taas, especialmente la del proprio lugar de
Juviles.
Juviles
es el lugar principal desta taa, donde se ven las ruinas de un castillo
antiguo, en un sitio asaz grande y fuerte, en el cual dicen los moriscos
antiguos que había en tiempo de moros un alcaide y gente de guerra para tener
sujetos los lugares de aquel partido, que eran los más inquietos de la Alpujarra , bárbaros y
bestiales sobremanera. Levantáronse los moriscos deste lugar y de los otros
desta taa el viernes víspera de Navidad, cuando los monfís hubieron muerto los
cristianos que fueron a alojarse a Cádiar con el capitán Herrera, y lo primero
que hicieron fue robar la iglesia y destruir cuanto había en ella. Luego
corrieron a las casas de los cristianos que moraban en el lugar, y no con menor
cudicia que ira las saquearon, y prendiéndolos, los metieron en la iglesia con
gente de guardia, y allí los tuvieron algunos días, predicándoles su seta y
amonestándoles que se volviesen moros, hasta tanto que volvió Farax, y mandó
que los matasen a todos; y por su orden los mataron el jueves 30 días del mes
de diciembre. Los primero, fueron el beneficiado Salvador Rodríguez y el cura
Martín Romero, y su sacristán Andrés Monje. Lleváronlos desnudos en cueros, las
manos atadas atrás, a una haza que estaba cerca de la iglesia, y allí los
acabaron a cuchilladas, y con ellos otros dos legos. Y teniendo ya en aquel
lugar para hacer lo mesmo de otros cristianos de los que tenían presos, acertó
a pasar por allí don Hernando el Zaguer, que andaba requiriendo aquellos
pueblos, y se los quitó y los entregó a un morisco del lugar, para que tuviese
cargo de guardarlos hasta que se los pidiese. Estas crueldades que Aben Farax
hacía no aplacían nada al Zaguer; antes le aborrecía por ello a él y a los que
con él andaban; mas no osaba contradecírselo, porque temía que los moros
rebelados se lo ternían a mal, y dirían que favorecía a los cristianos, o que
se apiadaba dellos; y por el mesmo caso, haciéndose a la parte de Aben Farax,
le alzarían por su gobernador, por ser hombre enemigo y perseguidor del nombre
cristiano.
Los
del lugar de Alcútar se alzaron el mesmo día que los de Juviles, robaron la
iglesia, hicieron pedazos los retablos y imágines, destruyeron todas las cosas
sagradas, y no dejaron maldad ni sacrilegio que no cometieron en compañía de
los monfís y de Esteban Partal, su capitán. Fueron a casa del vicario Diego de
Montoya, beneficiado de aquel lugar, y entrándola por fuerza, le mataron de una
saetada. Prendieron al licenciado Montoya, su sobrino, y cortáronle una mano;
saquearon cuanto tenían. Tomaron vivos a Juan de Montoya, beneficiado del lugar
de Cuxurio de Bérchul, que se halló allí a la sazón, y a otros cristianos y
cristianas que vivían en él, y llevándolos después a matar al lugar de Cuxurio
con otros captivos, como se dirá adelante, mostraban gran sentimiento de pesar
por no haber prendido al vicario Diego de Montoya, porque quisieran tomar muy
de espacio venganza en él. También se alzaron los del lugar de Narila el
viernes [194] en la noche, los cuales
destruyeron y robaron la iglesia y las casas de los cristianos, y prendiéndolos
a todos, y entre ellos a un clérigo de misa llamado Cebrián Sánchez, los
llevaron maniatados al lugar de Alcútar; y habiéndolos tenido allí
predicándoles su seta y persuadiéndolos a que se tornasen moros, y
amenazándoles que sino lo hacían les darían cruelísimas muertes, cuando vieron
que les aprovechaban poco sus persuasiones y amenazas, desnudaron todos los
hombres en cueros, y los llevaron, las manos atadas atrás, al lugar de Cuxurio,
donde los mataron; siendo autores desta maldad Lope y Gonzalo Seniz, vecinos de
Cuxurio de Bérchul, que fueron crueles perseguidores de cristianos, y caudillos
de monfís.
El
lugar de Cuxurio de Bérchul se alzó cuando los otros desta taa; y los rebeldes
dichos con cruelísima rabia entraron lo primero en la iglesia, y haciendo
pedazos los retablos y las imágines y la pila del santo baptismo, quebraron el
arca del Santísimo Sacramento, y no hallando la sagrada hostia de la Eucaristía , que la
había consumido el beneficiado Pedro Crespo, arrojaron con menosprecio y desdén
todas las cosas sagradas por el suelo. Luego fueron a saquear las casas de los
cristianos, y prendieron al beneficiado, que se había escondido en casa de un
morisco su amigo, y le mataron cruelísimamente. A este lugar llevaron los
cristianos que habían captivado en el lugar de Alcútar y Narila, y los mataron
a todos delante de la iglesia. Al beneficiado Juan de Montoya, que había sido
preso en Alcútar, sacó uno de aquellos herejes el ojo derecho con un puñal, y
luego les tiraron a todos al terrero con las ballestas y con los arcabuces,
estando presentes a ello Esteban Partal y Lope el Seniz y otros capitanes de
monfís.
Los
de Mecina de Bombaron se alzaron también el viernes en la noche, saquearon
luego la iglesia, quebraron los retablos, despedazaron las venerables imágines,
deshicieron los altares, y finalmente destruyeron y robaron todas las cosas
sagradas; y hallando a los cristianos descuidados, los prendieron a todos y les
saquearon las casas. En este lugar arbolaron los rebeldes una bandera de tafetán
carmesí bordada de hilo de oro, y en medio un castillo con tres torres de
plata, que la tenían guardada de tiempo de moros, y el que la tenía se llamaba
Andrés Hami, vecino del mesmo lugar. Prendieron al beneficiado Francisco de
Cervilla en su casa, y atándole las manos atrás, le dieron muchos bofetones y
palos, y le llevaron de aposento en aposento, hasta que les entregó el dinero y
la ropa que tenía; y después sacándole fuera, se adelantó un moro que solía ser
grande amigo suyo, y haciéndose encontradizo con él en el umbral de la puerta,
le atravesó una espada por el cuerpo diciéndole: «Toma, amigo; que más vale que
te mate yo que otro»; y allí le acabaron de matar los sacrílegos a pedradas y
cuchilladas. Y no contentos con esto, tomó uno de los que allí estaban un palo,
y le quebrantó todo el cuerpo a palos desde los pies hasta la cabeza; y otro
día de mañana le sacaron arrastrando fuera del lugar, y le echaron en un
barranco. No mucho después mataron todos los cristianos que tenían captivos, y
entre ellos al beneficiado Juan Gómez el viejo y al cura Juan Palomo, haciendo
en ellos mil géneros de vituperios y crueldades. Fue cruel perseguidor de
cristianos en este lugar Miguel Daloy, alguacil dél.
El
lugar de Válor está en dos barrios, el alto y el bajo; entrambos se alzaron el
viernes en la noche. Los cristianos clérigos y legos que allí moraban se
recogieron, en sintiendo el alboroto, a la torre de la iglesia del barrio bajo,
donde estuvieron con harto cuidado aquella noche. Los moros saquearon y robaron
la iglesia del barrio alto y las casas de los cristianos; y otro día de mañana
los cercaron en la torre, y asegurándoles Bernardino Abenzaba que no les harían
ningún mal, los captivaron a todos; y desque hubieron destruido y robado
también aquella iglesia, los llevaron maniatados a unas casas, y allí les
predicaron algunos días la seta de Mahoma; y viendo que aprovechaba poco su
predicación, porque todos decían que eran cristianos y que habían de morir por
Jesucristo, sacaron los herejes a los hombres desnudos y maniatados fuera del
lugar, y poniéndolos a terrero, les tiraron con arcabuces y ballestas. Los
primeros que mataron fueron tres beneficiados, llamados el bachiller Delgado,
Alonso García y Tejerina, y dos sacristanes, que el uno se decía Francisco de
Almansa. Deste lugar era natural don Hernando de Válor, mas no se halló allí
aquel día; y, si bien se hallara, no dejaran de hacer estas crueldades, a las
cuales no quería contradecir, por tener el pueblo más culpado, más obligado, y
con menos confianza de perdón; y por esta razón, si unas veces las permitía,
otras muchas las mandaba hacer, porque le tuviesen por enemigo de cristianos.
El
mesmo día y en la mesma hora que se alzó Válor, se alzaron los lugares de Yegen
y Yátor, en los cuales no fueron menores las crueldades que usaron los enemigos
de Dios. Destruyeron y robaron las iglesias y las casas de los cristianos,
captiváronlos a todos, y haciéndoles muchos malos tratamientos, vinieron
después a darles cruelísima muerte; y entre ellos mataron al bachiller Bravo y
a su sacristán, y un vecino que se decía Juan de Montoya, que se escapó herido
de una saetada en la cabeza, fue a parar a Ugíjar, donde también fue muerto con
otros muchos cristianos que allí había.
Capítulo XII
Cómo se alzaron las taas
de los dos Ceheles, y la descripción dellas
Los
Ceheles son dos taas que están juntas en la costa de la mar; la que cae a
poniente llaman Zueyhel, nombre diminutivo, porque es más pequeña que la otra.
Esta confina a poniente con las sierras de Jubilein, en la entrada de la Alpujarra , donde están
los lugares de Rubite, Bárgix y Alcázar, y con la taa de Órgiba. El Cehel
grande tiene a levante la tierra de Adra; y a entrambas taas las baña al
mediodía el mar Mediterráneo, y a la parte del cierzo confina con la taa de
Ferreira, con la de Juviles y con parte de la de Ugíjar. Hay en ellas once
lugares, llamados Albuñol, Torbiscón, Turón, Mecina de Todel, Bordemarela,
Détiar, Cojáyar, Foronon, Murtas, Jorayrata y Almejíjar. Esta tierra es de
grandes encinares y de mucha yerba para los ganados; cógese en ella cantidad de
pan. Lo que cae hacia la costa de la mar, es muy despoblado, y por eso es muy
peligroso, porque acuden de ordinario por allí [195] muchos bajeles de cosarios turcos y moros de
Berbería, Cercan estas taas dos ríos; a la parte de levante el que llaman río
de Adra, y a poniente otro que nace en el proprio Zueyhel cerca de la mar; y
corriendo la tierra adentro hacia tramontana, dando muchas vueltas, se va a
juntar con el río de Alcázar, que baja de las sierras de Jubilein, por bajo del
lugar de Escariantes, que es de la taa de Ugíjar.
Todos
los vecinos destos lugares que hemos dicho, se alzaron viernes en la tarde,
destruyeron y robaron las iglesias, captivaron y mataron todos los cristianos
que vivían entro ellos, y dejando sus casas, se subieron otro día a la aspereza
de las sierras con sus mujeres y hijos y ganados, y la mayor parte dellos se
metieron en unas cuevas muy grandes y muy fuertes que están media legua encima
del lugar de Jorayrata.
En
el lugar de Jorayrata, cuando los herejes sacrílegos hubieron saqueado la
iglesia, y con manos violentas hecho mil géneros de sacrilegios y maldades,
recogieron todos los prisioneros dentro, y entre ellos el beneficiado Francisco
de Navarrete y a su sacristán; y habiéndoles tenido allí tres días, llegó orden
de Farax Abenfarax para que los matasen; y un moro llamado Lope de Guzmán,
alguacil del lugar, dijo al beneficiado que supiese que habían de morir él y
todos los que allí estaban, y que en su mano estaba darle alguna hora de vida;
el cual le rogó que por amor de Dios le diese aquella tarde y la noche
siguiente de término para ordenar su alma. El moro se lo concedió, porque había
sido su amigo, riéndose de oírle decir que quería ordenar su alma. Este
clérigo, viendo que habían de morir aquellos cristianos tan en breve, los
confesó a todos y les predicó los misterios de la pasión de Cristo, redemptor
nuestro; y todo el tiempo que le sobró de la noche estuvo de rodillas puesto en
oración, pidiendo a Dios misericordia de sus culpas. Siendo ya de día, volvió
el alguacil a él y le dijo que ya era llegada su hora; que viese qué muerte
quería morir, porque aquélla se le daría. El beneficiado le rogó que le
cortasen la cabeza, porque no estuviese mucho penando, y que en acabando de
espirar, le hiciese enterrar en la iglesia. A esto respondió el moro
escarneciendo: «Cortarte la cabeza yo lo haré; mas quedar tu cuerpo en la
iglesia no puede ser, porque la he menester para corral de mi ganado». Entonces
se hincó el sacerdote de Jesucristo de rodillas delante del altar, que ya
estaba deshecho y derribado, y estando orando al Señor, le alzó el hereje por
la mano, y llevándolo a la puerta de la iglesia, donde había mucha gente
recogida, le entregó a los herejes sayones, juntamente con el sacristán,
diciéndoles desta manera: «A este perro bellaco del alfaquí os entrego para que
le cortéis la cabeza, porque subiéndose en el altar, nos hacía estar hasta
mediodía ayunos, después de haberse él comido una torta de pan y
emborrachándose con vino; y cuando se la hayáis cortado, dadle una lanzada por
el corazón, porque nos decía que no teníamos fe ni corazón con Dios. Y al
sacristán, que con mucho cuidado apuntaba las faltas de los que no íbamos a
misa los domingos y días de fiestas, y castigaba a los muchachos que no querían
aprender la dotrina cristiana cuando estaba borracho, quitadle asimesmo la
cabeza y echadla en una tinaja de vino, y entregad después el cuerpo a los
muchachos para que le den tantas pedradas como él les dio azotes». Dicho esto,
los enemigos de Dios ejecutaron luego la inicua sentencia; y siendo ya tarde,
fueron algunas mujeres cristianas al alguacil, y le rogaron que les diese
licencia para enterrar aquellos cuerpos, por que no se los comiesen los perros.
El cual les respondió que los dejasen estar en el campo; que ellos eran tan
grandes perros, que los mesmos perros habrían asco de comerlos.
Los
vecinos del lugar de Murtas se alzaron cuando los de Jorayrata, mas fue de
manera que no hicieron aquel día mal a los cristianos, antes les dieron lugar
que se metiesen en la iglesia, y con ellos el beneficiado Juan Gómez de
Perespada. Después llegó al lugar Bartolomé el Feten con una cuadrilla de
monfís y su bandera tendida blanca, que llevaba Lorenzo Mehgua, y juntándose
con ellos los mozos gandules, cercaron y combatieron la iglesia, y
derribándoles las puertas, entraron dentro y hicieron pedazos los retablos, las
cruces y la pila del sagrado baptismo y saquearon la sacristía. Y por asegurar
a los que se defendían animosamente en la torre, no quisieron saquearles las
casas, antes les persuadieron con buenas palabras a que se diesen, diciéndoles
que se podían fiar muy bien dellos, pues eran sus vecinos y amigos, y que si
les entregaban, las armas, les aseguraban sobre sus cabezas que no les sería
hecho mal ni daño. Viendo pues los pobres cercados que de ninguna manera podían
escapar de muerte si perseveraban en su varia defensa, acordaron de rendirse, y
bajando de la torre, los maniataron a todos en el cuerpo de la iglesia. Luego
subió uno de los monfís a lo alto de la torre, y arbolando una bandera morisca,
pregonó la seta de Mahoma, como cuando los moros llaman a su oración o zalá.
Los otros fueron a las casas de los cristianos y las robaron, y mataron algunos
enfermos que estaban en las camas tan flacos, que no se habían podido levantar;
aunque no duraron muchos días más los unos que los otros, porque los rebeldes
herejes, juntándose como quien se junta para alguna fiesta solene, los sacaron
a matar con gran regocijo, tañendo sus atabalejos y dulzainas; y poniendo a los
cristianos en una hilera en el cimenterio de la iglesia, desnudos y descalzos,
con las manos atadas atrás, les tiraron a terrero con los arcabuces y
ballestas, y los mataron a todos cruelísimamente, comenzando por el
beneficiado, y luego por el sacristán Esteban de Zamora. Mataron también a
Catalina de Arroyo, morisca, madre del beneficiado Ocaña, porque dijo que era
cristiana; la cual llevándola las mujeres a matar, iba rezando la oración del Anima Christi, y murió invocando el dulce
nombre de Jesús. Al contrario desto hicieron los del lugar de Turón, los cuales
recogieron diez y ocho cristianos que allí vivían, y porque los monfís no los
matasen, los acompañaron hasta Adra, y los pusieron en salvo con todos sus
bienes muebles.
Capítulo XIII
Cómo los lugares de la
taa de Ugíjar se alzaron, y la descripción della
La
taa de Ugíjar está en medio de la
Alpujarra : es tierra quebrada, aunque no tan fragosa como las
otras taas que hemos dicho; la cual confina a poniente con [196] la taa de Juviles, a
tramontana con la Sierra
Nevada , al mediodía con el Cehel grande y con tierra de Adra,
y a levante con la taa de Andarax. Cógese en esta tierra cantidad de pan,
trigo, cebada, panizo y alcandía, y tiene muy buenos pastos para ganados
mayores y menores. La cría de la seda no es tanta en Ugíjar ni se hace tan fina
como en las otras taas, ni tienen los moradores tantas arboledas. A levante y a
mediodía cerca esta taa un río que procede de unas fuentes que salen de la
laguna grande que se hace en la cumbre alta de Sierra Nevada, cerca del puerto
de la Ravah ,
que en arábigo quiere decir recogimiento de aguas. Este río hace al principio
dos brazos; el mayor corre hacia poniente, y va haciendo muchas vueltas y
ensenadas sin llegar a lugar poblado hasta Escariantes, y allí se juntan con él
otros dos ríos que proceden también de la mesma sierra. El otro brazo corre
hacia levante, y atravesando la taa viene a pasar a poniente de Ugíjar de
Albacete, que así llaman los moros este lugar, el cual tuvo título de ciudad,
siendo el rey Abdilehi Zogoybi señor de la Alpujarra. De la
mesma fuente que sale el río que hemos dicho, procede otro que lleva su
corriente más a levante, y va u pasar junto con el lugar de Lároles, y de allí
vuelve a Ugíjar, y se junta con otro brazo que procede de otra fuente que nace
a levante de la laguna dicha, en unas sierras más bajas, al cual llaman después
los moradores río de Paterna, del nombre de un lugar por donde pasa. Estas
aguas todas, corriendo hacia el mar Mediterráneo, toman en medio a Ugíjar, y
después se van a juntar par del lugar de Darrícal, y de allí van a entrar en la
mar cerca de la villa de Adra, y por esta razón llaman aquel río, cuando ya van
las aguas todas juntas, río de Adra.
Hay
en la taa de Ugíjar diez y nueve lugares, llamados Darrícal, Escariantes,
Lucainena, Chirin, Soprol, Umqueira, Pezcina, Lároles, Unduron, Júgar, Mairena,
Cargelina, Almóceta, el Fex, Nechit, Mecina de Alfahar, Torrillas, Anqueira y
Ugíjar de Albacete, que, como queda dicho, es el principal y tiene título de
ciudad, y allí reside de ordinario el juzgado civil y criminal, alguaciles y
escribanos, y un alcalde mayor que pone el corregidor de Granada para que
administre justicia en toda la
Alpujarra.
Estaba
en este tiempo por alcalde mayor en la Alpujarra un letrado natural de la villa de
Curiel, llamado el licenciado León, el cual había sido avisado del alzamiento
que los muros querían hacer tres días antes que se comenzasen a levantar, porque
el licenciado Torrijos, beneficiado de Darrícal, les había dicho secretamente a
él y. al abad mayor de Ugíjar, que se llamaba el maestro don Diego Pérez y era
natural de Illescas, como unos moriscos amigos suyos le habían certificado que
sin duda resucitaban los granadinos el rebelión pasado, y que sería con mucha
brevedad; y con este aviso había mandado pregonar que, so pena de la vida,
todos los cristianos del pueblo se recogiesen luego a la iglesia, por estar en
sitio asaz fuerte para batalla de manos; y porque esto se hiciese con brevedad
y sin escándalo, había echado fama que tenía nueva cierta que venían más de mil
turcos y moros de Berbería a llevarse aquel lugar. Los cristianos, pues, no se
pudiendo persuadir a que esto fuese verdad, habían hecho burla del pregón,
diciendo que cómo habían de llegar turcos a Ugíjar, cosa que jamas habían
hecho, especialmente en invierno, con tan recios temporales como hacía; y como
sucedió en tan breve el rebato que les dieron el viernes los monfís, que
dejaban muerto al capitán Diego de Herrera en Cádiar, hallándose todos
desapercebidos, unos desarmados, y muchos desnudos en camisa, se fueron a meter
en la iglesia y en dos torres que tenían en sus casas dos vecinos, que la mayor
era de Miguel de Rojas, morisco, y la otra estaba en casa de Pedro López,
difunto, escribano mayor que había sido de aquel juzgado. En la iglesia, que
era grande y muy fuerte, se metieron el alcalde mayor y el abad mayor, y los
canónigos y mucha gente armada de arcabuces y ballestas; en la torre de Miguel
de Rojas, el alguacil mayor, llamado Diego de Vallaizán, y con él algunos,
moriscos y cristianos; y en la de la casa de Pero López, otros vecinos
particulares. Estas tres torres estaban en triángulo, puestas de manera que los
de dentro no dejaban asomar a nadie por las calles, que los enclavaban luego
con arcabuces, y tenían mucha munición que tirar, porque les habían traído dos
días antes catorce arrobas de pólvora de Málaga, y el alcalde mayor había
repartídola entre los arcabuceros, y desta causa los monfís no habían hecho
otro efeto más de quebrantar la cárcel y soltar los moriscos presos, y quebrar
las puertas de los escritorios de los escribanos, y quemar todos los procesos.
Luego el siguiente día, que fue sábado primero día de Pascua, recogieron todos
los moriscos y moriscas del lugar, y se fueron los hombres de guerra a poner en
la rambla de Burburon, dos tiros de arcabuz de allí donde no los descubrían los
de las torres, aguardando a que llegasen don Hernando el Zaguer y el Partal de Narila,
que habían ido a recoger la gente de los lugares comarcanos para combatirlas de
propósito, no se atreviendo con ellas los que allí estaban.
Capítulo XIV
Cómo el capitán, Diego
Gasca tuvo aviso que había moros en la tierra, y partió de Dalías en su busca,
y cómo llegó a Ugíjar estando alzado el lugar
Estaba
en este tiempo alojado en Dalías el capitán Diego Gasca, vecino de Málaga, y
tenía consigo cuarenta caballos de los de su compañía; el cual siendo avisado
el viernes por uno de los soldados que dijimos que escaparon de Cádiar, cómo
había moros enemigos en la tierra, y del estrago que dejaban hecho en la gente
del capitán Herrera, determinó de ir luego en su busca; y porque le pareció que
sería menester más golpe de gente de la que llevaba, despachó una carta a don
García de Villarroel, capitán de la gente de guerra de la ciudad de Almería,
dándole aviso cómo iba en busca de aquellos moros la vuelta de Ugíjar, para que
se aprestase y le saliese a favorecer. Don García no lo pudo hacer, porque tenía
más cierta nueva que él del rebelión; y habiendo tan poca gente en la ciudad y
tantos moriscos vecinos, no se atrevió a dejarla sola en aquella ocasión. Diego
Gasca fue a la villa de Adra, y no hallando nueva que hubiesen desembarcado
moros de Berbería, pasó a Berja, y de allí a Darrícal, donde sabía que moraba
el licenciado Torrijos, para tomar lengua dél; y cuando llegó al lugar, que
sería más de media noche, halló la gente toda ida y la casa del Torrijos [197] sola; y entendiendo que
estaba en la torre de la iglesia, fue allá; y hallando la puente levadiza
alzada y alguna ropa puesta por las ventanas, hizo dar voces llamándole; mas
era por demás, porque no estaba allí, que habiéndose recogido dentro con su
familia, había venido a él un morisco del lugar de Lucainena, vecino y amigo
suyo, a prima noche, y hecho que se fuese con él antes que los alzados llegasen
a cercarle, y le había llevado a una cueva en la falda de la sierra de Gádor,
donde le pareció que estada más seguro, hasta ver en qué paraban los negocios;
y de industria había dejado la puente levadiza alzada y aquella ropa puesta por
las ventanas, para que entendiesen los que viniesen que estaba dentro. Diego
Gasca, creyendo que no quería responder, comenzó a deshonrarte, y pasando
adelante, llegó a vista de Ugíjar el domingo por la mañana, y se puso en un
viso adonde le podían descubrir muy bien los cristianos de las torres; los
cuales comenzaron a hacer gran fiesta y regocijo, tendiendo las banderas y
campeándolas, y tirando con los arcabuces a los enemigos; porque viendo gente
de a caballo, entendieron que les iba socorro. Los moros, creyendo lo mesmo, se
pusieron en huida por aquellas sierras; mas presto se les aguó a los nuestros
su contento, porque Diego Gasca, viendo que la tierra estaba alzada y que los
moros a gran priesa tomaban las sierras, entendió que iban a atajar el paso por
do había de volver; y sin haber para qué, se fue retirando la vuelta de Adra,
con un escudero menos, que le mataron en el camino. Este socorro había sido muy
a tiempo, y se salvara toda la gente cristiana que había en Ugíjar si nuestros
caballos entraran en el pueblo, porque se juntaran con ellos los peones, que
eran muchos, y pudieran retirarse seguramente a la villa de Adra. Y aun por
ventura hicieran algún buen efeto, con que los rebeldes no pasaran adelante con
su maldad; porque, según entendimos de algunos hombres fidedignos, don Fernando
el Zaguer, arrepentido del daño hecho, y viendo su perdición en las manos,
había dicho a los alpujarreños que con él estaban aquel mesmo día: «Hermanos,
nosotros vamos perdidos; engañado nos han los monfís; los granadinos quieren
hacer su negocio con nuestras cabezas; busquemos otros remedios». Y casi tenían
convertidos algunos de los principales a que se volviesen a sus casas.
Capítulo XV
Cómo los rebeldes
volvieron a Ugíjar, y cómo batieron las torres donde estaban los cristianos, y
se les rindieron
Vuelto
pues Diego Gasca a la villa de Adra, los alzados tornaron a ponerse en la
rambla de Burburon, y desde allí fueron de parte de noche a las casas, y
horadando de unas en otras, porque no osaban descubrirse por las calles, por
miedo de los arcabuceros de las torres, llegaron a casa de Pero López, y
entrando por ella, cercaron la torre, que era toda hecha de madera, y poniéndole
fuego, quemaron la puente levadiza, y creció la llama tanto, que los de dentro
pidieron que se querían dar a partido; y siendo admitidos, mientras descolgaban
las mujeres con sogas, que no podían salir por la puerta, que ocupaba el fuego,
se quemaron casi todos los hombres, sin poderlos remediar. Vista esta crueldad,
los de la otra torre de Miguel de Rojas, donde estaban algunos moriscos sus
parientes, y Andrés Alguacil, hombre rico y de los principales de la Alpujarra , y el alguacil
mayor y otros veinte cristianos, hubieron por bien de rendirse, entregando a
los moros la torre el proprio alguacil mayor; el cual fue luego por su mandado
a tratar con el alcalde mayor que rindiese la de la iglesia, diciendo que le
harían cualquier honesto partido; y para que se pudiese hacer con toda
seguridad, se dieron rehenes de una parte a otra: los moros dieron dos hijos y
un sobrino de Miguel de Rojas, y los cristianos a Bartolomé Quijada y a un hijo
suyo, y a Gonzalo Pérez, canónigo de aquella iglesia, hermano del abad mayor, y
a Juan Sánchez de Piñar y a un hijo suyo, y a Jerónimo de Aponte, procurador, y
a Bartolomé Quijada, escribano público de aquel juzgado. Lo que se capituló
fue: «que los cristianos pagasen a ciento y diez ducados por cada cabeza, y que
dejasen las armas, y los dejarían ir donde quisiesen; y los moros prometieron
de llevarlos sanos y salvos a tierra de Guadix o de Baza; y que en este
concierto entrasen el licenciado Torrijos, y el dotor Bravo, abogado, que
estaba en el lugar de Pezcina, que no había querido encerrarse, en la torre».
Dados los rehenes, entraron muchos moros en la iglesia, y comenzaron a tratarse
amigablemente con los cristianos, abrazándose unos a y cierto parecía estar ya
todo concluido y acabado, si el proprio alcalde mayor no lo desbaratara.
Porfiaba este hombre con los rehenes que no le habían de llevar a él nada por
su cabeza ni por las de su mujer y hija, sino que los habían de poner
libremente en Guadix; y como no quisiesen venir en ello los moros, diciendo que
todos habían de ir por un rasero, y que había de pagar él el primero, comenzó a
dar grandes voces, diciendo: «Afuera, afuera; tiradles, tiradles a estos perros
descreídos, que no mantienen fe ni palabra; que estos rehenes me asegurarán la
cabeza hasta que me venga socorro»; y metiéndose en la torre, hizo alzar la
puente levadiza y se puso en defensa. Y si advirtiera desde el principio en
defender toda la iglesia, pudiera ser que no se perdiera, porque demás de que
era fuerte, tuvo lugar de meter dentro agua y bastimento para más de un mes, y
los moros no pudieran llegar a quemar la torre, como lo hicieron; mas como
hombre mal plático en cosas de guerra, entendiendo que no podía durar aquel
negocio muchos días, y que resistiría allí mejor el ímpetu de los alzados mientras
le iba socorro, y aun porque los cristianos, hecho el concierto, no se le
huyesen, como lo habían comenzado a hacer algunos, dejó el cuerpo de la iglesia
y un reducto que estaba delante de la puerta, y se metió en la torre con toda
la gente. Los moros llegaron de golpe, y por las espaldas de la iglesia
rompieron la sacristía con picos y barras de hierro, y entraron dentro sin
hallar más resistencia que la de un pobre cristiano que mataron, y hicieron
pedazos las cruces y los retablos y el arca del Santísimo Sacramento; y robando
los ornamentos sagrados, en escarnio de nuestra Santa Fe tomaban las casullas y
las albas, y se las vestían al revés, y después hicieron bonetes, calzones y
ropetas de todo ello. Ganada la iglesia, fueron mejorándose por aquella parte
de manera, que vinieron a estar tan fuertes como los nuestros en su torre, y
cavando muchos hoyos debajo la puente levadiza, los hinchieron de aceite, y [198] arrimaron sobre ellos
muchos haces de leña y la madera de los retablos, escaños y bancos de la
iglesia, y gran cantidad de zarzos de cañas y tascos untados con aceite, y le
pusieron fuego. Los cristianos, tapiaron con barro y piedra la puerta de la
torre de manera, que aunque se quemó la puente levadiza, no podía entrar la
llama dentro; mas era tan grande el calor del fuego, que traspasando las
paredes, causaba gran sequedad y sed a los que estaban faltos de agua y de todo
refrigerio, acompañados del clamor de las mujeres y niños. Hubo algunos hombres
esforzados que quisieron salir a pelear con los enemigos, entendiendo poder
romper por ellos y ponerse en libertad; y con esta determinación el abad mayor
consumió el Santísimo Sacramento, y se confesaron y encomendaron todos a Dios;
y pusiéranlo en efeto si las piadosas lágrimas de las mujeres que dejaban
desamparadas no lo estorbaran y les hicieran tomar otro partido, al parecer más
seguro, aunque menos honroso; porque al fin se hubieron de rendir con el
partido que les habían ofrecido los moros, y no hubiera sido tan mal remedio
para asegurar las vidas, si los rebeldes, faltos de fe y caridad, les guardaran
la palabra que les dieron. Habiendo pues veinte y cuatro horas que los combatía
la llama, creciendo cada hora más la violencia del fuego, y el número de la
gente que de toda la comarca venía, por hallarse en aquel sacrificio, los
pobres cristianos comenzaron a descolgarse de la torre por una soga, no
pudiendo salir por la puerta, que ardía; y siendo tantos, fue necesario que
tardasen más de veinte horas, por el embarazo de las mujeres y de los niños; y
como llegaban al suelo, el regalo que aquellos enemigos de Dios les hacían, era
darles muchos palos y puñadas, y desnudando a todos los hombres, les ataban las
manos atrás y los encerraban en la iglesia. Luego entraron en la torre, y
apagando el fuego, saquearon lo que hallaron dentro; y como herejes y malos,
que no querían carecer de culpa ni excusarla, antes obligarse unos a otros con
mayores delitos y excesos para que todos desconfiasen de poder alcanzar perdón,
hicieron grandísimos sacrilegios y maldades, sin respetar a cosa divina ni
humana.
Capítulo XVI
Cómo los alzados mataron
los cristianos que se les habían rendido en las torres de Ugíjar; y cómo el
Zaguer, arrepentido de lo hecho, quisiera que no pasara adelante el negocio del
rebelión
Cumpliendo
pues los herejes rebeldes el cruel mandato de Farax Abenfarax, como si en ello
estuviera su felicidad, otro día bien de mañana se pusieron los monfís y
gandules en el cimenterio de la iglesia, Y diciendo a los cristianos que los
llevaban a juntar con los de la torre de Miguel de Rojas, los sacaron de la
iglesia de dos en dos con las manos atadas atrás, desnudos y descalzos, y los
mataron cruelmente a lanzadas y cuchilladas. Quedaron algunos con las vidas,
porque tuvieron amigos que los favorecieron en aquel punto, especialmente
oficiales herreros, alpargateros, carpinteros y sastres, y entre ellos el
hermano del Abad mayor, y Francisco Jerónimo de Aponte, y Juan Sánchez de
Píñar, y otros de los rehenes, que después hizo matar el solene traidor de Abenfarax.
Sólo a Jerónimo de Aponte y Juan Sánchez de Píñar los tuvo el Zaguer en parte
segura, porque no se los matasen, entendiendo que le serían de provecho algún
día, por la mucha amistad que tenía con ellos. Viendo pues el Abad mayor sacar
a matar aquellos cristianos, y considerando que lo mesmo harían dél y de todas
las mujeres que allí estaban, anduvo de unas en otras exhortándolas a que
osasen morir por Jesucristo, diciéndoles que fuesen constantes en su santa fe
católica, que huyesen de las tentaciones del demonio, y que confiasen en la
bondad de Dios, que les había de dar vida eterna. Y andando derramando muchas
lágrimas con estas y otras palabras dignas de su buena vida y dotrina, llegó a
él un moro gandul, y le dio una puñada en el rostro con tanta fuerza, que le
hizo saltar un ojo, y acudiendo otro con una espada, le mató, y abriéndole el
pecho con un puñal, le sacó el corazón, y llevándolo alto en la mano, comenzó a
dar grandes voces, diciendo: «Gracias doy a Mahoma, que me dejó ver en mis manos
el corazón deste perro cristianazo». Al licenciado León y al alguacil mayor
encerraron en la capilla de la pila del baptismo el Zaguer y Diego López Aben
Aboo, su sobrino, para tomar venganza dellos, y allí los tuvieron hasta las
diez del día, que los mataron. Y porque no quede atrás cosa que desear saber al
letor, diremos en este lugar la causa por que estos dos moriscos, de los más
principales de la Alpujarra ,
estaban airados contra las justicias de Ugíjar. Dos hermanos, de quien esta
historia hace mención llamados Lope el Seniz y Gonzalo el Seniz, vecinos de
Bérchul, grandes monfís, que salteaban y robaban por los caminos, habían muerto
pocos meses antes a un mercader llamado Enciso y a otros cristianos que venían
de una feria, por quitarles el dinero que llevaban; y como los concejos de los
lugares en cuyos términos acaecían semejantes delitos estaban obligados por
provisión real a dar los dañadores o pagar los daños, habían aguardado a
matarlos en una mojonera entre términos, donde alindan cinco concejos, que son
Cádiar, Narila, Bérchul, Mecina de Bombaron y Jériz, del marquesado del Cenete.
El alcalde mayor o la
Alpujarra , que era este licenciado León, siendo avisado del
delito, había procedido contra todos aquellos concejos, pidiéndoles los
delincuentes, y que pagasen el daño que habían hecho; los cuales procuraron
descargarse cada cual por su parte, diciendo que no había sido en su término, y
sin embargo, tuvo presos muchos días los alguaciles y regidores, y los condenó.
Y pareciéndole que cincuenta mil maravedís que tenía de pena cada concejo por
cualquier cristiano que faltase en su término, era muy poca condenación, y que
convendría que fuese mayor para que temiesen, mandó que pagase cada concejo mil
ducados, y que los alguaciles y regidores estuviesen presos, depositados en las
galeras, hasta que diesen los malhechores. Desta sentencia apelaron para
Granada, donde estuvieron también presos hasta que se entendió su negocio, y
pareciendo a los alcaldes del crimen que había sido recia cosa querer el alcalde
mayor traspasar la ley y alterarla de su propria autoridad, mandaron darlos a
todos en fiado. Viendo esto los hijos de Enciso, acudieron al consejo real de
su majestad, y pidieron un juez pesquisidor contra ellos. Estaba a la sazón el
licenciado Molina de Mosquera, alcalde de chancillería de Granada, en la Calahorra , procediendo
por comisión de la
Audiencia Real contra otros monfís que [199] habían muerto a un hijo
de Pedro Díaz de Montoro y a un fraile de la orden de San Francisco, llamado
fray Diego de Villamayor, el día de Santa Catalina de aquel año de 1568, y el
Consejo Real Mandó que se le cometiese aquel negocio. De aquí vino que los
monfís apresuraron la rebelión por temor de venir a sus manos, porque había
prendido más de sesenta dellos, y ahorcado algunos, cuando se rebelaron.
Volviendo pues a nuestro propósito, entendiendo Aben Aboo y el Zaguer que todo
el daño y mal que les había venido había sido por la rigurosa sentencia del
alcalde mayor de Ugíjar, viniéndoles a la memoria que cuando estaban presos
habían dádole muchas peticiones, pidiendo que los mandase dar en fiado para
poder salir a buscar los malhechores, y no lo había querido proveer,
respondiendo que las pusiesen en el proceso, cuando lo tuvieron a él y a su
alguacil mayor, quisieron vengarse dellos; y llegándose a la reja de la capilla
donde los tenían encerrados, Aben Aboo les dijo: «Perros, ¿acuérdaseos cuando
mandastes que trajésemos los monfís que habían muerto a los cristianos? Véislos
aquí, éstos que tenéis delante son: vosotros nos habéis destruido. Y tú, mal
juez, porque otra vez no hagas injusticia, teniéndonos presos sin haber
cometido delito, y nos lleves nuestras haciendas, toma». Y allegándose al
alcalde mayor, le hendió la cabeza con una hacheta, y dio con él muerto en tierra,
y cargando los otros sobre el alguacil mayor, le mataron a cuchilladas, y
sacándolos arrastrando de la iglesia, los llevaron al pie de la torre; y
hallando allí los tocinos de un puerco cebón, que habían arrojado los moros
desde arriba, como cosa desaprovechada y que no comen, metieron los cuerpos de
los cristianos entre ellos, y poniendo al derredor mucha leña los quemaron.
Murieron este día en Ugíjar docientos y cuarenta cristianos clérigos y legos, y
entre ellos seis canónigos de aquella iglesia, que es colegial. Las mujeres
cristianas, viendo matar delante de sus ojos a sus maridos, a sus hijos y a sus
padres y hermanos, entre miedo y dolor estaban como encantadas, mirándose las
unas a las otras, sin poder llorar ni hacer otro sentimiento, esperando la
muerte, y echando secretas plegarias contra los crueles verdugos. Acabada de
solenizar la maldad con derramamiento de tanta sangre cristiana, los traidores,
hechos de siervos señores, repartieron las cristianas por los lugares
comarcanos para que las mantuviesen, mientras Aben Humeya mandaba lo que se
había de hacer dellas; y acabaron de robar y destruir la iglesia, como gente
bárbara, indignada contra todo amor, fe y caridad, desnudos del temor de Dios y
vestidos de crueldad. Hecho esto, don Hernando el Zaguer, que cada hora conocía
más su perdición, juntando segunda vez los moros más principales, les tornó a
rogar que pusiesen fin al levantamiento, diciéndoles que mirasen que iban todos
perdidos; que lo que se había hecho había sido ceguedad muy grande por las
ocasiones que habían tenido para ello; que su remedio estaba solamente en decir
que los monfís habían sido autores de todo el mal, pues había tantos y era la
verdad, y que sería más sano a los de la Alpujarra que el rey don Felipe mandase ahorcar
treinta o cuarenta moriscos, aunque fuese él el uno dellos, que no que
perdiesen la tierra, y juntamente los hijos, las mujeres y todas sus haciendas.
Mas no bastaron todas estas persuasiones con los bárbaros airados, y que
sentían ya sus conciencias tan cargadas, que les parecía no haber lugar de
misericordia para ellos; y así, le respondieron que si temía a los cristianos,
hiciese de sí lo que le pareciese; que no faltarían hombres en la Alpujarra que la
defendiesen.
No
me parece justo dejar de tratar en este lugar de un niño que los moros mataron
este día, lo cual diremos conforme a una información que el arzobispo de
Granada mandó hacer sobre ello, que estuvo en nuestro poder, y a lo que algunas
cristianas de las que se hallaron presentes nos dijeron. Estaba en la iglesia
de Ugíjar un niño de edad de diez años, llamado Gonzalo, hijo de Gonzalo de
Valcácer, vecino de Mairena; el cual viendo que sacaban a matar a su padre,
hincó las rodillas en el suelo delante del altar mayor, y llorando tiernamente,
rezó el Credo, y rogó a Dios diese esfuerzo a todos aquellos cristianos para
morir por su santa fe católica; y levantándose de la oración con tanto ánimo
que admiraba, pasó por junto a su padre, y fue a donde estaba su madre con las
otras mujeres, y le dijo: «Señora madre, sea vuesa merced constante en la fe de
Jesucristo, y muera por ella, como lo hace mi señor padre». Y estándola
animando a ella y a las otras cristianas, llegaron a él dos monfís, y le
dijeron que si quería ser moro le harían mucho bien, y que llamase a Mahoma,
como hacían ellos; el cual les respondió que era cristiano, hijo de cristianos,
y había de morir por Jesucristo. Y aunque le pusieron una ballesta armada con
una jara a los pechos, amenazándole que le matarían si no llamaba a Mahoma,
jamás quiso hacerlo. Y entonces dijo uno de los monfís: «Saquémosle fuera, y
muera con su padre, que tan perro es como él». Y viendo el niño que las mujeres
lloraban por ver que le querían llevar a matar, volvió el rostro a ellas
diciendo: «Señoras, ¿porqué lloran vuestras mercedes? Sepan que todos los
cristianos que mueren hoy, son mártires que padecen por Jesucristo y van a
gozar dél». Y volviendo a su madre con un semblante piadoso, le dijo: «Señora
madre, de buena gana voy a morir con estos cristianos; sólo me da pena que la
dejo sola, porque ciertamente viendo morir unas muertes tan lindas como éstas,
no sé quién desea quedar en el mundo.» Y diciendo estas y otras palabras de
consolación y piedad, que parecían exceder a su capacidad, llegaron otros herejes
a él, y atándole las manos atrás, le sacaron azotando de la iglesia, y el niño
iba diciendo: «Señores, sálganme a ver morir por Jesucristo; que voy a gozar de
su reino. Señora madre no tenga pena». Y teniéndole fuera de la iglesia,
volvieron los moros a persuadirle que se tornase moro, y no le matarían; y
viendo cuán poco les aprovechaba, le llevaron al lugar de Lucainena, que esta
media legua de Ugíjar, y allí le mataron a cuchilladas, y después le jugaron a
la ballesta. Certificonos un moro de los que se hallaron presentes, que hasta
que dio el alma a Dios, no dejó de llamar a Jesucristo. ¡Ejemplo grande de su
divina providencia, y triunfo glorioso de sus enemigos, que pensaban triunfar
dél!
Capítulo XVII
Cómo Lároles y los otros
lugares de la taa de Ugíjar se alzaron
Alzose
el lugar de Lároles el mesmo día viernes, víspera de pascua de Navidad: los
cristianos hubieron sentimiento [200] dello, y recogiendo sus mujeres y hijos, se
metieron en la iglesia y se hicieron fuertes en la torre del campanario. Luego
acudieron los moros de Bayárcal y de los otros lugares comarcanos, y robando
las casas de los cristianos, fueron a la iglesia, y hallando poca defensa,
porque los nuestros se habían recogido en la torre, entraron dentro, y con
cruel rabia deshicieron los altares, rompieron las aras y los retablos, y
saquearon cuanto había dentro, y arrastraron y trajeron por el suelo todas las
cosas sagradas. Mientras unos se ocupaban en estos sacrilegios, otros cercaron
la torre, y requirieron a los cercados que se rindiesen y les entregasen las
armas, pues veían que no se podían defender, prometiéndoles que no les harían
mal ninguno; donde no, que supiesen que los habían de quemar vivos; los cuales,
creyéndose de sus falsas promesas, se rindieron fuego. Mas los herejes
descreídos no les guardaron la palabra, antes en abajando de la torre, y
entregando las armas, los desnudaron a todos en camisa, y dándoles de palos y
de puñadas, los maniataron y los metieron dentro de la iglesia, donde les
hicieron muchos malos tratamientos, escarneciéndolos por vituperio; y viniendo
por allí los monfís de la compañía de Abenfarax, entraron en la iglesia, y
delante de los clérigos que tenían presos y maniatados se vistió uno dellos una
casulla, y se puso un pedazo del frontal del altar en el brazo, como por
manípulo, y otro pedazo en la cabeza; y tomando otro moro la cruz al revés,
vueltos los brazos para abajo, fueron donde estaban los cristianos, y
comenzaron a deshonrarlos diciéndoles: «Perros, veis aquí lo que vosotros adoráis,
¿cómo no os ayuda agora en la necesidad en que estáis?» Y diciendo esto,
escupían la cruz y a los cristianos en las caras. Y por más escarnio asaetearon
y acuchillaron las cruces y las imágines de bulto, y poniendo los pedazos de
todo ello y de los retablos en medio la iglesia, le pegaron fuego y lo
quemaron. Hecho esto, sacaron de allí el día de los inocentes a los sacerdotes,
que eran tres clérigos beneficiados, llamados Bartolomé de Herrera, Beltrán de
las Aves y Rodrigo de Molina, y al sacristán Alonso García, y a dos hijos
suyos, y a otros muchos legos que tenían presos de aquel lugar y de los otros
cercanos; y antes de matarlos untaron a los clérigos los pies con aceite y pez,
y poniéndolos sobre un brasero ardiendo, les dieron cruelísimos tormentos.
Después los ataron a todos en una trailla, desnudos y descalzos; y los llevaron
a una haza en el camino del jugar de Pezcina, y allí les tiraron a terrero con
los arcabuces y ballestas, y los despedazaron con las espadas, y dejaron los
cuerpos a las fieras.
El
lugar de Nechit se alzó la mañana del primer día de Pascua antes que
amaneciese, y los cristianos tuvieron lugar de recogerse en casa del
beneficiado Juan Díaz, creyendo poderse defender, mas los moros cercaron la
casa y la entraron, y los prendieron a todos dentro antes de las ocho del día.
Luego robaron la iglesia y las casas con igual rabia que los demás herejes,
porque todos tenían una mesma voluntad y una ira contra las cosas divinas y
humanas. Después fueron unos vecinos del mesmo lugar, llamados los Mendozas, a
la casa donde tenían los cristianos aprisionados, y sacándolos de allí, los
llevaron la vuelta de Ugíjar. Iba por el camino uno de aquellos herejes
diciéndoles que se tornasen moros y los soltarían y porque el beneficiado les
decía que diesen gracias a Jesucristo y estuviesen firmes en la fe, airándose
contra él, le hirió el traidor en la cabeza con una hacha de partir leña, y se
la hendió en dos partes, luego mató a Pedro Valera, su cuñado, y poniendo todos
mano a las espadas y a los alfanjes, mataron todos los cristianos que llevaban
delante de las proprias mujeres, y desnudándolos en cueros, echaron los cuerpos
en un barranco, que no consintieron que se les diese sepultura.
El
mesmo día que se alzaron los de Nechit, se rebelaron también los del lugar de
Júgar; los cristianos se metieron en la iglesia, mas no se pudieron defender, y
luego los prendieron. El bachiller Diego de Almazán, beneficiado de Lároles,
salió huyendo del lugar, creyendo poderse guarecer en la torre de la iglesia,
mientras los rebeldes andaban embebecidos en robar, y llegando al lugar de
Unduron, salió a él un moro que había tenido por amigo, llamado Gaspar, y lo
llevó a su casa, diciéndole que no pasase adelante, porque estaba toda la
tierra alborotada; que él le escondería y le pornía después en salvo. Y cuando
le tuvo en casa fue el solene traidor a llamar otros herejes como él, y
sacándole arrastrando de donde estaba, le llevaron maniatado a Júgar a su mesma
casa, para que les diese el dinero que tenía escondido; y desque se lo hubo
dado, le sacaron a un cerro allí cerca, descalzo y desnudo, dándole de
bofetones y puñadas, y dejándole allí con gente de guardia, fueron a traer a su
ama y a una sobrina que tenía consigo, y llegadas donde estaba, hicieron un gran
fuego y le metieron dentro desnudo en cueros, diciéndole que muriese por
Mahoma; el cual les respondió animosamente que no moría sino por Jesucristo y
por su bendita Madre. Entonces le sacaron del fuego medio quemado, y le dieron
muchas heridas, y se le entregaron a las moras, que le acabasen de matar con
cuchillos y almaradas en presencia de aquellas dos cristianas que habían traído
allí por darles mayor pena, y después mataron cruelmente los otros cristianos
que tenían presos.
El
lugar de Mairena se alzó cuando Júgar: los moros robaron y destruyeron la
iglesia y las casas de los cristianos, y los prendieron a todos, y luego el
mesmo día los soltaron, sino fue al beneficiado Geurigui, que le encerraron en
un aposento. Estos cristianos, viendo que no podían defenderse en el lugar, se
salieron dél huyendo, y ciertos moriscos de los que los habían soltado dieron
aviso a los de Unduron para que les saliesen al camino y los prendiesen; los
cuales lo hicieron ansí, y presos, los llevaron a Ugíjar de Albacete, donde los
mataron con los demás que hemos dicho. Deste lugar era aquel niño Gonzalico que
dijimos en el capítulo de Ugíjar. Volviendo pues al beneficiado Geurigui,
habiéndole tenido encerrado en aquella cámara sin dejarle hablar con nadie,
echándole pedazos de pan de alcandía que comiese como a perro, cuando
estuvieron enfadados de tenerle allí guardado, le sacaron desnudo en cueros con
las manos atados atrás, y dándole de bofetadas y escupiéndole en la cara, le
llevaron a las eras del lugar para matarle. Decíanle los herejes por escarnio:
«Perro, ¿por qué no nos llamas agora a misa, y dices a las moras que no se
atapen las caras?» Y atándole al pie de una higuera, le hirieron con una lanza
en el costado derecho, estando invocando el dulce nombre [201] de Jesús; luego le
tiraron de saetadas, y estando aun vivo, llegó un moro a él, llamado Gavia
Melga, y le desjarretó con un alfanje, y derramándole un frasco de pólvora en
la boca y sobre la cabeza y en la cara, le puso fuego, y después le tiraron al
terrero con los arcabuces y ballestas, y no consintiendo enterrar el cuerpo, se
lo dejaron en el campo.
No
fue menor la crueldad que usaron los de Pezcina que los de los otros lugares:
alzáronse cuando supieron que los de Mairena se habían alzado; y como los
cristianos se recogiesen en la iglesia, pensando poderse defender algunos días,
los enemigos de Jesucristo les robaron las casas, y los cercaron luego; y
queriendo poner fuego al templo y quemarlos dentro, dos moros, llamados
Francisco de Herrera y Diego de Herrera Alhander, les dijeron que rindiesen las
armas y se diesen a prisión si no querían morir quemados. Viendo pues la poca
defensa que tenían, tuvieron por buen consejo rendirse, y los herejes entraron
en la iglesia, y despedazando los retablos, imágines, cruces y la pila del
baptismo, derribaron también el arca del Santísimo Sacramento por aquel suelo,
y hicieron grandes abominaciones y maldades. Después maniataron a los
cristianos, y los sacaron a una ladera fuera del lugar, donde les dieron cruelísimas
muertes. Al dotor Bravo, clérigo, colgaron de los brazos en un moral tan bajo,
que llegaba con las rodillas al suelo, y dándole muchas bofetadas, le
persuadían con amenaza; a que se tornase moro; y como les dijese que era
cristiano y que había de morir por Jesucristo, le dieron tantas pedradas y
cuchilladas, hasta que le mataron. Luego deslindaron a un viejo de más de
sesenta años, y le llevaron en cueros, azotándole y escupiéndole en la cara, y
atándole a un árbol, le jugaron a la ballesta. Después sacaron al beneficiado
Pedro de Ocaña y a su sacristán, y en presencia, de las mujeres cristianas, que
habían llevado para que viesen aquel espectáculo por darles mayor dolor,
arcabucearon al beneficiado; y cuando estuvo muerto, entregaron a su madre, que
era ya mujer mayor, a las moras que la matasen diciéndole: «Anda, perra, vete
con tus amigas; que ellas te darán carta de horra». Las cuales la tomaron
enmedio con gran regocijo y la llevaron a un barranco; y cuando la hubieron
mesado, abofeteado y dádole muchas puñadas, la hirieron con almaradas y
cuchillos, y antes que acabase de espirar la echaron del barranco abajo,
yéndose siempre encomendando a Dios y a su bendita madre. También despeñaron
vivo al sacristán, arrojándole en otro barranco tan hondo, que cuando llegó
abajo iba ya hecho pedazos.
Capitulo XVIII
Cómo los lugares de la
tierra de Adra se alzaron, y la descripción della
La
tierra de Adra cae en la costa del mar Mediterráneo: a poniente tiene la taa de
Cehel, a levante la de Berja, a tramontana la de Ugíjar, y al mediodía el mar
Mediterráneo. Por esta tierra de Adra atraviesa el río que dijimos que pasa
junto al lugar de Darrícal, y se va a meter en la mar cerca de Adra la nueva,
que es una fortaleza donde reside ordinariamente presidio de gente de a pie y
de a caballo para seguridad de aquella costa. Los lugares deste partido son
cuatro: Adra la vieja, donde había antiguamente una fortaleza que los moros
llamaban la Alcazaba ;
Salalobra, Marbella y Adra la nueva: están en la ribera del río, donde tienen
huertas y arboledas, y buenos pastos para ganados, y algunas tierras de pan;
todo lo demás es tierra estéril y arenales, especialmente hacia la mar. Las
granjerías de los moradores son aquellas huertas y alguna seda que crían, y la
pesca de la mar, que es buena. Alzáronse los de Adra la vieja, Salalobra y
Marbella cuando los de la taa de Ugíjar y los moriscos se subieron a las
sierras con sus mujeres y hijos; mas no hicieron daño a los cristianos que
vivían entre ellos, porque se recogieron con tiempo a la villa de Adra la
nueva. Luego que el capitán Diego Gasca volvió de Ugíjar, queriendo poner cobro
en aquella plaza, se metió dentro con los caballos de su compañía; y viendo la
falta de gente y de bustimentos que había para poderlo defender si los enemigos
le cercasen, y cuán mal podría ser socorrido por tierra, por estar alzada la Alpujarra , despachó ir
gran priesa una barca a la ciudad de Málaga, pidiendo que le socorriesen por
mar el Corregidor y Pedro Verdugo, proveedor de las armadas de su majestad.
Envió el Corregidor luego al capitán Hernán Vázquez de Loaisa con cien hombres
en bergantines, y el proveedor los bastimentos y municiones que pudo aprestar
para socorro de la presente, necesidad; y llegando también una fragata con
gente de Almería, se aseguró la plaza, y se pudieron salvar en ella muchos
cristianos que huyeron de Berja y de Dalías y de otras partes. Y corriendo
Diego Gasca los lugares de aquella comarca con la gente que le acudía de la
ciudad de Málaga, hizo algunos buenos cielos contra los alzados.
Capítulo XIX
Cómo los lugares de la
taa de Berja se alzaron, y la descripción della
La
taa de Berja confina a poniente con la tierra de Adra, a levante con la taa de
Dalías, al mediodía con el mar Mediterráneo, y a tramontana tiene la sierra de
Gádor y parte de la taa de Andarax. Es toda ella tierra fértil, de mucho pan,
trigo y cebada, y de mucha yerba para los ganados. La cría de la seda es allí
muy buena, y tienen los moradores muchas huertas de arboledas de frutas
tempranas, que se riegan con el agua de los arroyos que proceden de fuentes que
nacen en la sierra de Gádor. Hay en ella catorce lugares, llamados Río Chico,
Benínar, Rigualte, Berja, Inavid, Bena Haxin, Pago, Virgualta, Almentolo,
Alcobra, Castala, Capileira, Ílar y Jerea. En el lugar de Castala nos
certificaron muchos moriscos y cristianos que no se crían gurriones, y que si
los llevan allí vivos, mueren luego; y que algunas veces se ha visto pasar por
cima de las casas volando y caerse muertos; y que en el de Bena Haxin no pueden
las zorras asir las gallinas con la boca, y las ven muchas veces andar tras
dellas dándoles con las manos, porque no pueden abrir la boca para morderlas;
cosa que parecería ridiculosa si no hubieran certificádolo personas de mucho
crédito, clérigos y legos; mas no saben decir la causa por que esto sea:
solamente entienden que es por encantamiento que hizo allí un moro
antiguamente.
Berja
es el lugar principal desta taa: está media legua de la orilla de la mar;
alzose el primer día de pascua [202] de Navidad: algunos de los cristianos que allí vivían se
acogieron luego a la villa de Adra, y otros, confiados en unas torres fuertes
que tenían hechas en sus casas por miedo de los cosarios turcos, se metieron
dentro con sus mujeres y hijos; y los que no tuvieron comodidad de hacer lo uno
ni lo otro, se fueron a recoger a la torre de la iglesia. Los que fueron a Adra
se salvaron, y todos los demás se perdieron, porque los enemigos de toda verdad
los aseguraron con buenas palabras, diciendo que no les harían mal, y desque
los tuvieron en su poder, los desnudaron y trataron cruelísimamente: solos
Celedron de Enciso y Juan Muñoz se pudieron escapar descolgándose de sus torres
y acogiéndose a Adra. Siendo pues ganadas las torres, los enemigos de Cristo, y
especialmente los monfís y gandules, destruyeron y robaron la iglesia,
deshicieron los altares, patearon las aras, los cálices y los corporales,
derribaron el arca del Santísimo Sacramento, tomaron un Cristo crucificado, y
con voz de pregonero le anduvieron azotando por toda la iglesia, y haciéndole
pedazos a cuchilladas, le arrojaron después en un fuego, donde tenían puestos
los retablos y las imágines. Y derribando una imagen de bulto de Nuestra
Señora, que estaba sobre el altar mayor, la arrojaron por las gradas abajo,
diciendo los herejes por escarnio: «Guárdate, no te descalabres». Y a las
cristianas que estaban allí presentes les decían que por qué no favorecían a su
Madre de Dios, y otras muchas blasfemias, deshonrándolas de perras y
amenazándolas con la muerte. Luego el siguiente día hincaron muchos palos en la
plaza del lugar, y con grande fiesta de atabalejos y dulzainas sacaron a
ajusticiar a los cristianos, llevándolos de cuatro en cuatro; y atándolos en
aquellos palos, les tiraban a terrero con los arcabuces y ballestas,
escarneciéndolos y haciendo burla porque se encomendaban a Jesucristo y a su
bendita Madre; y desta manera los fueron matando a todos, sin dejar ninguno que
pasase de doce años. Duró el justiciar a los legos hasta la oración y entonces
sacaron a los clérigos, que eran cuatro beneficiados, llamados Pedro Venegas,
Martín Caballero, Francisco Juez y Luis de Carvajal. A éstos llevaron desnudos,
las manos atadas atrás, por donde estaban las mujeres cristianas, azotándolos
con voz de pregonero, hasta los palos donde los habían de poner; y porque iban
rezando y encomendándose a Dios, les daban de bofetadas y de puñadas en la
boca, y les decían que llamasen a Mahoma, y verían cómo los libraba de allí
mejor que su Cristo, y otras muchas blasfemias. Llegados a los palos, los
ataron, y les tiraron con los arcabuces, y después llegaron ellos con las
espadas, y los hicieron pedazos a cuchilladas. Habían los crueles herejes
dejado cinco cristianos que enterrasen a los muertos, y desque los hubieron
enterrado, los sacaron a matar a ellos, y con sogas a los pescuezos los
entregaron a los muchachos, que los llevasen arrastrando hasta unos barrancos
fuera del lugar. No sé cómo exagerar la bestialidad destos bárbaros de Cristo,
que aún no se preciaban de poner las manos en los cristianos muertos, haciendo
asco dellos. Fue cruel perseguidor de nuestra gente en este lugar y en los de
su taa un moro vecino de allí, llamado el Rendedi. No hacemos mención de lo que
hicieron en los otros lugares, porque todos iban por un rasero; y siendo éste
el principal acudió casi toda la gente a él. Sólo diremos que todos
desampararon los pueblos, y se subieron con sus mujeres y hijos y bienes
muebles a la sierra de Gádor, y se llevaron las cristianas captivas luego que hubieron
hecho justicia de los hombres.
Capítulo XX
Cómo los lugares de la
taa de Andarax se alzaron, y la descripción della
La
taa de Andarax está entre dos grandes sierras: a poniente confina con la taa de
Ugíjar, a tramontana tiene la
Sierra Nevada y la parte della que cae sobre el marquesado
del Cenete, donde está el Puerto de Guevíjar, no menos dificultoso de atravesar
que el de la Raguaha ,
por su aspereza y altura y por la mucha y continua nieve que carga en las
cumbres dél. Al mediodía tiene las taas de Berja y de Dalías, y a levante la de
Lúchar y parte de la sierra de Gádor. Por medio desta taa atraviesa un río que
baja de la Sierra Nevada ,
que pasando por ella, le llaman río de Andarax. Después va a la taa de Lúchar,
y juntándose con otro río que baja de la sierra que está sobre el lugar de
Oháñez, cerca del lugar de Rague, entra por la taa de Marchena y se va a meter
en la mar, dando muchas vueltas, con nombre de río de Almería, junto a la
propria ciudad, llevando consigo otras aguas. Esta taa de Andarax es la mejor
tierra de toda la Alpujarra ,
y así lo significa el nombre árabe, que quiere decir la era de la vida, porque es muy fértil de
pan de toda suerte, abundante de yerba para los ganados, el cielo y el suelo
muy saludable y templado, y tiene muchas fuentes de agua fresca y muy delgada,
con las cuales se riegan hermosas arboledas de frutas por extremo lindas y
sabrosas, y especialmente la cría de la seda es mucha y muy buena. Hay en ella
quince lugares, llamados Dayárcal, Alcudia, Paterna, Harat, Alguacil, Iñiza,
Harat, Albolot, Harat Aben Muza, Guarros, Alcolava, Lauxar Al Hican, Codbaa,
Horinica, Beni Ail y el Fondón; de los cuales Codbaa tiene título de ciudad; y
en el Lauxar estaba antiguamente una fortaleza grande, en sitio fuerte, a un
lado del camino por donde se sube al puerto de Guevíjar, que agora está
destruida.
Los
lugares de Iñiza y Guarros fueron los primeros que se alzaron en esta taa el
viernes víspera de pascua de Navidad. Lo primero que los rebeldes hicieron fue
ir a casa de su beneficiado, que se decía el bachiller Biedma, y no le hallando
allí, porque en oyendo el alboroto se había escondido en casa de un vecino que
tenía por amigo, le saquearon la casa. Luego fueron a la iglesia, y la
destruyeron y robaron, sin perdonar cosa sagrada, y la quemaron; y con deseo de
vengar su ira en el sacerdote de Jesucristo, fueron a la casa donde estaba, y
rompiendo las puertas, le sacaron y le llevaron desnudo y descalzo, las manos
atadas atrás, por las calles, haciéndole muchos malos tratamientos; y
presentándole delante de los monfís y de los regidores de aquellos lugares, le
dijeron dos dellos, llamados Benito de Abla y Diego de Abla, si quería ser
moro, que le dejarían la vida. Y como les respondiese que tenían poca necesidad
de darle tan mal consejo, porque él era cristiano sacerdote de Jesucristo, y
que había de morir por su santa fe católica, le hicieron asentar en el suelo
delante dellos, y mandaron a los moros mancebos que [203] le jugasen a la
ballesta, y después de haberle asaeteado, le dieron muchas cuchilladas y
lanzadas, y echándole una soga al pescuezo, le entregaron a los muchachos, que
lo llevasen arrastrando hasta un barranco fuera del lugar.
Los
moriscos del lugar de Alcudia y de Paterna se alzaron el primer día de pascua
de Navidad, y como los cristianos que allí moraban entendieron el alboroto que
traían, y que se querían rebelar, tomando sus mujeres y hijos consigo, se
fueron a guarecer a la torre de la iglesia, que era fuerte. Y los moros, viendo
que no se podían aprovechar dellos, los aseguraron diciendo que se volviesen a
sus casas, porque los del lugar no querían alzarse, y que ellos mesmos los
defenderían cuando fuese menester; los cuales, confiados en sus falsas
palabras, se salieron de la torre; y porque no pareciese que dejaban de cumplir
lo que les habían prometido, cuando los vieron vueltos a sus casas enviaron a
llamar a los monfís forasteros, los cuales los prendieron y les robaron cuanto
tenían, y los unos y los otros con grandísima ira entraron en la iglesia, y la
saquearon y robaron, y destruyeron todas las cosas sagradas. El beneficiado
Arcos se escondió en casa de un moro que solía tener por amigo, llamado Agustín
el viejo, el cual le pagó la amistad con entregarle luego a sus enemigos, y
ellos le llevaron desnudo y descalzo a la iglesia, adonde estaban los otros
captivos que tenían presos, y después los sacaron a matar. Los primeros fueron
el beneficiado y Diego López de Lugo, hombre muy rico, señor de la mayor parte
del lugar. A éstos los desnudaron en cueros, y dándoles muchas bofetadas y
puñadas, porque se encomendaban a Dios y a su bendita Madre, los llevaron desde
el lugar a una cruz que está en el camino que va a Iñiza, y atándolos al pie
della, los asaetearon, y después les dieron muchas estocadas y cuchilladas,
hasta que los acabaron de matar; y de la mesma manera mataron a todos los otros
cristianos que tenían presos: hubo algunos que tuvieron lugar de huir por las
sierras, antes que los prendiesen, y éstos se salvaron. Fueron crueles perseguidores
de cristianos en este lugar cuatro moriscos, llamados Gaspar Rojo, Hernando de
Málaga, Pedro de Escobar y Bernardino de Escobar.
Codbaa,
como queda dicho, tiene título de ciudad, porque moró allí el rey Abí Abdilehi
el Zogoybi, que rindió a Granada. Están tres lugares juntos, que parecen
barrios, que son Codbaa, Lauxar y el Fondón: todos los cristianos que vivían en
estos lugares y en otros allí cerca, se recogieron a la iglesia de Codbaa en
sintiendo que los otros lugares se levantaban, y queriéndose ir a guarecer en
la ciudad de Almería, por parecerles que no estaban allí seguros, un morisco
regidor, llamado Pedro López Aben Hadami, que era de los más ricos y
principales de la taa, les aconsejó que no se fuesen hasta ver en qué paraba el
negocio: llevó a su casa al beneficiado Juan Lorenzo y a un hermano suyo con
toda su familia, y los tuvo el lunes en la noche haciéndoles mucho regalo.
Luego el siguiente día, que fue martes 28 de diciembre, entraron en el lugar
muchos moros de Alcolea y de otras partes, y los monfís que iban alzando la
tierra; y Aben Hademi, pareciéndole que no estaban seguros los cristianos que
tenía en su casa, porque aun hasta entonces debía de tener voluntad de
salvarles la vida, los metió en un aposentillo bajo que estaba junto al corral,
y echándoles unos haces de cañas de alcandía a la puerta, se fue a la plaza a
ver lo que se hacía, y halló muchos moros forasteros y del lugar, que andaban
con banderas tendidas robando las casas de los cristianos; los cuales le
dijeron cómo el reino todo estaba alzado, y que Granada y sus fortalezas eran
de moros. Entonces, viendo que la cosa debía ir de veras, entró con ellos en la
iglesia y hizo prender todos los cristianos clérigos y legos que allí había, y
haciendo pedazos los retablos y las cruces y el arca del Santísimo Sacramento,
le pusieron a todo fuego y lo quemaron. No mucho después Hernando el Gorri, que
era el principal caudillo de aquel partido y vecino de Lauxar, y Alonso Aben
Cigue y el mesmo Pedro López Aben Hademi mandaron que matasen todos los
cristianos que tenían presos, como se había hecho en los otros lugares; y
juntándose en la plaza mucha gente, tocando sus atabalejos y dulzainas,
cantando canciones a contemplación del día tan deseado que veían, sacaron los
primeros a Diego Ortiz y a Juan Ortiz, su hermano, y desnudos en cueros los
llevaron ante el Gorri, el cual mandó que los arcabuecasen, y que lo mesmo se
hiciese de todos los demás. De allí los llevaron a una rambla que está antes de
llegar al Fondón, y les tiraron con los arcabuces y ballestas, y después los
acabaron con las espadas y alfanjes. Desta manera mataron los cristianos que
habían prendido en los tres lugares, y a los de Guécija, lugar del marquesado
del Cenete, que también los trajeron allí. Solos los huéspedes de Aben Hademi
no murieron por entonces, mas desde a quince días, enfadado de tenerlos
escondidos tanto tiempo, o por miedo de Abenfarax, alguacil mayor de Aben
Humeya, que había venido a lo de Andarax, y mandaba que, so pena de muerte,
nadie fuese osado de dar vida a hombre cristiano, denunció dellos ante él, el
cual mandó al Hoceni y a otros sus compañeros llevasen luego ante él al
beneficiado Juan Lorenzo, y haciéndole desnudar en cueros, atados los pies y
las manos, le mandó poner de pies sobre un brasero de fuego ardiendo en casa de
Lanxi, y desta manera le asaron de las rodillas abajo; y porque llamaba a
Jesucristo a su bendita Madre y se encomendaba a ellos, el hereje traidor le
hizo dar con una suela de una alpargata sucia en la boca y muchos palos y
puñadas en la corona, y escarneciendo dél, decía: «Perro, di agora la misa; que
lo mesmo hemos de hacer del Arzobispo y del Presidente, y hemos de llevar sus
coronas a Berbería». Y para darle mayor tormento trajeron allí dos hermanas
doncellas que tenía, para que le viesen morir, y en su presencia las
vituperaron y maltrataron, y por escarnio les preguntaban si conocían aquel
hombre que se estaba calentando al fuego. Y habiéndole tenido desta manera un
buen rato, le llevaron arrastrando con una soga fuera del lugar, y en un
cerrillo lo entregaron a las moras, para que también ellas se vengasen, las
cuales le sacaron los ojos con cuchillos y se acabaron de matar a pedradas.
Luego fueron a traer a su hermano, y junto a él le hicieron pedazos, y un hereje
le hizo abrir la boca antes que espirase, y le echó dentro un buen golpe de
pólvora y le puso fuego, de enojo de ver que se encomendaba a Dios tan de
veras, glorificándole por su lengua. También mataron al sacristán Francisco [204] de Medina, entregándole
a los muchachos que le apedreasen, porque les enseñaba la doctrina cristiana, y
hicieron una grandísima crueldad en Luis Montesino de Solís, de quien diremos
adelante en el capítulo de Guécija. A Diego Beltrán, mocito de edad de catorce
años, martirizaron dos herejes, llamados el Huceni y el Caicerani, el cual,
estándole atando para llevarle al lugar del martirio, preguntó a su madre que
dónde le querían llevar; y ella respondió varonilmente: «¡Hijo, a ser mártir!
Muere por Jesucristo. Bienaventurado tú, que le gozarás presto; encomiéndate a
él, y no temas de morir por tan buen señor». Y ansí lo hizo el mocito, y lo
mataron los sayones a cuchilladas.
Capítulo XXI
Cómo los lugares de la
taa de Dalías se alzaron, y la descripción della
La
taa de Dalías es en la costa del mar Mediterráneo: a poniente confina con la
taa de Berja, a levante con tierra de Almería, al mediodía tiene la mar, y a
tramontana parte de la sierra de Gádor, que cae entre ella y la taa de Andarax,
y es también de Almería. Toda esta taa está en tierra llana, donde hay
hermosísimos campos para apacentar ganados de invierno. Cógese en ella mucha
cantidad de pan, trigo y cebada, y hay grandes arboledas, y la cría de la seda
es buena. Hay en ella seis lugares, llamados Asubros, Odba, Célita, Elchitan,
Almecet y Dalías, que es el principal, donde están los campos que dicen de
Dalías, famosos por el mucho ganado que allí se cría.
Contáronnos
algunos moriscos, y aun cristianos, que el mesmo día que se alzaron los de
Berja fue al lugar de Dalías aquel moro que dijimos, llamado el Rendedi, y que
estando todos los vecinos a la puerta de la iglesia para entrar en misa, llegó
con cuatro banderas y mucha gente armada, y se puso a vista del lugar, en un
viso que se hace en una serrezuela que cae por bajo de la sierra de Gádor a la
parte de levante; y que a un mesmo tiempo habían asomado otras cuatro banderas
a la parte de poniente sobre una punta de la mesma sierra, y que los vecinos se
alborotaron con aquella novedad; y juntándose los regidores, que todos eran
moriscos, salieron con alguna gente a ver qué banderas eran aquéllas, y que el
Rendedi bajó a ellos con cincuenta tiradores, y les dijo que se alzasen luego,
porque todos los lugares de la
Alpujarra estaban alzados; y como le respondiesen que ellos
no entendían hacer mudanza por entonces, el moro se enojó mucho, y les dijo que
no había venido a otra cosa, y que se habían de alzar mal de su grado; el cual
entró con toda la gente en el lugar, y mandó pregonar por todo él que, so pena
de la vida, todos los vecinos saliesen luego a la plaza con sus armas los que
las tuviesen; y porque algunos hombres ricos no salieron tan presto, los hizo
matar y saquearles las casas, diciendo que eran cristianos enemigos de Mahoma.
Corriendo pues los rebeldes con grandísimo ímpetu a la iglesia, entraron en
ella, y la saquearon y robaron, y haciendo pedazos los retablos y las imágines
que estaban en los altares, y la pila del baptismo, destruyeron todas las cosas
sagradas y le pusieron fuego. Y porque una mujer morisca de las principales de
la taa les reprendió los sacrilegios y maldades que hacían, y quitó a los
muchachos las hojas de un misal que traían haciendo pedazos, le cortó un hereje
de aquellos la cabeza. Algunos cristianos, así clérigos como legos, fueron
presos y muertos en sus mesmas casas; otros muchos se habían ido con tiempo a
la villa de Adra. A los beneficiados Antonio de Cuevas y maestro Garavito
mataron luego dentro de sus casas. Un hermano del maestro Garavito, y con él
algunos cristianos de aquel lugar y de los otros de la taa se metió en la
fortaleza vieja de Dalías la alta, y allí se defendieron tres días; mas los
enemigos de Dios juntaron mucha leña, y zarzos de cañas y tascos, y les
pusieron fuego; y al fin viéndose sin defensa y sin remedio de socorro, y que
se quemaban vivos, pidieron que los recibiesen a partido; mas, los traidores,
haciendo burla dellos, y deseando matarlos con sus manos, les dijeron que se
echasen de la torre abajo, que ellos los recogerían, pues no podían bajar por
la escalera; los cuales, huyendo del fuego, que los cercaba ya por todas
partes, se arrojaron de arriba, así hombres como mujeres. Unos se
perniquebraban, otros se descalabraban y quedando aturdidos del golpe, porque
la torre era muy alta, el refrigerio que hallaban era el cuchillo de los
crueles verdugos, que los acababan de matar. Desta manera los mataron a todos,
y fueron muy pocas las mujeres y niños que tomaron captivos, y con la mesma
crueldad trataron a los de los otros lugares que se alzaron en el mesmo tiempo.
Digamos agora la entrada que hizo Aben Humeya en la Alpujarra , y lo que
proveyó en ello; que luego diremos cómo se alzaron los lugares de las otras
taas.
Capítulo XXII
Cómo Mahamet Aben Humeya
entró en la Alpujarra
después de electo en Béznar, y lo que proveyó en ella
Partido
Abenfarax de Béznar, luego le siguió Aben Humeya, acompañado de muchos moros,
con temor de que se haría alzar por rey en la Alpujarra ; y llegando a
Lanjarón, halló que había quemado la iglesia y muerto unos cristianos que
estaban dentro. De allí pasó a Órgiba, donde los cercados de la torre se
defendían, y les requirió con la paz; y viendo que no querían oír su embajada,
repartió la gente en dos partes: la una dejó en el cerco con el Corceni de
Ugíjar, carpintero, y con él Dalay; y la otra se llevó consigo a Poqueira y a
Ferreira. El día de los Inocentes estuvo en su casa en Válor, y a 29 de
diciembre entró en Ugíjar de Albacete, con deseo, a lo que él decía después, de
salvar la vida al Abad mayor, que era grande amigo suyo, ya otros que también
lo eran; y cuando llegó ya lo habían muerto. Allí repartió entre los moros las
armas que habían tomado a los cristianos, y el mesmo día fue al lugar de
Andarax, y hizo que confirmasen su elección los de la Alpujarra. Y siendo
jurado de nuevo por rey, dio sus patentes a los moros más principales de los
partidos y más amigos suyos, para que con su autoridad gobernasen las cosas
convinientes al nuevo estado y nombre real, aunque vano y sin fundamento:
mandándoles que tuviesen especial cuidado de guardar la tierra, poniendo gente
en las entradas de la
Alpujarra ; que alzasen todos los lugares del reino, y que los
que no quisiesen alzarse los matasen y les confiscasen los bienes para su
cámara. Hecho esto, volvió a Ugíjar, dejando por alcaide de Andarax [205] a Aben Zigui, de los
principales de aquella taa; y allí dio sus poderes a Miguel de Rojas, su
suegro, y le hizo su tesorero general, porque, demás del deudo que con él
tenía, era hombre principal del linaje de los Mohayguajes o Carimes, antiguos
alguaciles de aquella taa en tiempo de moros; y por ser muy rico y de aquel
linaje, le respetaban los moros de la Alpujarra ; el cual no se tenía por menos ofendido
de las justicias que Aben Humeya, porque demás de haberle tenido preso muchos
días sobre delitos de monfís, le habían defendido que no trujese armas teniendo
licencia para poderlas traer, y no le habían dejado acabar una torre fuerte que
hacía en su casa; antes se la habían querido derribar. Finalmente Aben Humeya
hizo todas las diligencias dichas en Ugíjar en un día, y aquella mesma noche se
fue a dormir a Cádiar, y dio patente de su capitán general a don Hernando el
Zaguer, su tío; y dejando gente de guarnición en la frontera de Poqueira y
Ferreira, donde pensaba residir, a 30 días del mes de diciembre estuvo de
vuelta en el valle de Lecrín, para si fuese menester defender la entrada de la Alpujarra por aquella
parte al marqués de Mondéjar, y nombró por alcaide principal de aquel partido a
Miguel de Granada Xaba el de Ferreira.
Capítulo XXIII
Cómo los lugares de la
taa de Lúchar se alzaron, y la descripción della
La
taa de Lúchar confina a poniente con la taa de Andarax, a tramontana con la Sierra Nevada , s
mediodía tiene la sierra de Gádor, y a levante la taa de Marchena. Hay en ella
diez y siete lugares, llamados Béyres, Almoazata, Mutura, Bogairaira, Muleira,
Nieles de Lúchar, Alcola, Padules, Bolinebar, Canjáyar, Oháñez, Cumanotolo,
Capeleira de Lúchar, Pago, Julina, Guibidique, Benihíber y Rooches. Esta taa es
tierra fértil por razón del río de Andarax, que atraviesa por ella, y de otro
que baja de la sierra de Oháñez y se va a juntar con él cerca de Rague, lugar
de la taa de Marchena. Hay por toda ella muy buenos pastos para los ganados, y
muchas arboledas, frutales y morales para la cría de la seda; y en el lugar de
Bogairaira hay una herrería, donde se labra el hierro que sacan de una mina que
está allí cerca.
Estos
lugares se alzaron el tercer día de Pascua, y estando los cristianos que vivían
en ellos descuidados, los prendieron a todos y les robaron las casas; también
robaron las iglesias y destruyeron los altares, y hicieron pedazos los retablos
y las cruces y las campanas, y no dejaron maldad ni sacrilegio que no
cometieron.
En
el lugar de Canjáyar, que es el principal desta taa, pregonaron los herejes por
mandado de Abenfarax con instrumentos y grandes regocijos, que, so pena de
muerte, ninguna persona diese vida a cristiano que pasase de diez años; y para
solenizar la fiesta, degollaron luego a un niño cristiano de nueve años, que se
llamaba Hernandico, y cortándole la cabeza, la pusieron en la carnicería en una
esportilla, donde el cortador ponía el dinero de la carne que vendía a los
cristianos, y el cuerpo desollado sobre el tajón, y hinchendo el pellejo de tascos,
le quemaron. Desque hubieron acabado un hecho tan inhumano en una criatura
inocente, desnudaron en cueros a Francisco de la Torre y a Jerónimo de San
Pedro, vecinos de Granada, y pelándoles las barbas, les quebraron también los
dientes y las muelas a puñadas, y muy de su espacio les cortaron las orejas y
narices, y les sacaron los ojos y lengua, y después les dieron muchas
cuchilladas y estocadas, no pudiendo llevar a paciencia los descreídos ver que
se encomendaban a Jesucristo y a su Madre gloriosa. Y no contentos con éste,
cuando los vieron muertos los abrieron por las espaldas, y les sacaron los
corazones, y un moro se comió crudo a bocados delante de todos el corazón de
Francisco la Torre. Luego
desnudaron al beneficiado Marcos de Soto y a su sacristán Francisco Núñez, y
los llevaron a la iglesia; y haciendo al beneficiado que se asentase en una
silla de caderas, en el lugar donde se solía poner para predicar, pusieron
junto a él al sacristán con el padrón de todos los vecinos en la mano, y tañendo
una campanilla para que todos los del lugar acudiesen a la iglesia; y cuando
estuvo llena de gente, mandaron al sacristán que llamase por aquel padrón como
solía, para ver si faltaba alguno; el cual los comenzó a llamar, y como salían
por su orden, ansí hombres como mujeres llegaban al beneficiado y le daban de
bofetadas y de puñadas en la corona, y algunos le pelaban las balas y las
cejas. Cuando hubieron pasado todos chicos y grandes, llegaron a él dos sayones
con dos navajas, y coyuntura por coyuntura le fueron despedazando, comenzando
de los dedos de los pies y de las manos. Y porque el sacerdote de Jesucristo
invocaba su santísimo nombre y le glorificaba, le sacaron los ojos, y se los
dieron a comer, y luego le cortaron la lengua; y cuando hubo dado el alma a su
Criador, le abrieron, y le sacaron el corazón y las entrañas, y las dieron a
comer a los perros. Y no contentos con esto, llevaron el cuerpo arrastrando con
una soga al pescuezo, y poniéndole al pie de un olivo, ataron par dél al
sacristán, y les tiraron a terrero con las ballestas, y después hicieron una
hoguera muy grande, donde los quemaron. Y con la mesma crueldad mataron veinte
y cuatro personas hombres y mujeres, que aun éstas no quisieron perdonar, y
entre ellos algunos de los que habían captivado en el Boloduí.
Capítulo XXIV
Cómo los lugares de la
taa de Marchena se alzaron, y la descripción della
La
taa o condado de Marchena confina a poniente con la taa de Lúchar, a tramontana
con la Sierra Nevada ,
a levante con tierra de Almería, y al mediodía con la sierra de Gádor. Hay en
ella doce lugares, Rague, Instinción, Ragol, Alhabia, Guécija, Alicum, Surgena,
Alhama la Seca ,
Gádor Hor, Terque, Abentarique, Ílar, el Soduz, Santa Cruz y el Hizan. Esta
tierra no es tan fértil de arboledas como la de arriba, especialmente de
morales. Críanse en ella muchos ganados, y por medio pasa el río que dijimos
que atraviesa por la taa de Lúchar, el cual de aquí para adelante hasta la mar
llaman río de Almería. Alzáronse estos lugares cuando los de Lúchar saquearon y
destruyeron los templos y las casas de los cristianos y hicieron grandísimos
sacrilegios y crueldades en ellos, y especialmente en el lugar de Guécija, que
es el principal de la taa, del [206] cual diremos solamente en este capítulo, por excusar prolijidad.
El
segundo día de Pascua de Navidad llegó a Guécija una carta de don García de
Villarroel, que, como queda dicho, estaba por cabo de la gente de guerra de la
ciudad de Almería, para el licenciado Gibaja, alcalde mayor desta taa, que es del
duque de Maqueda; por la cual le enviaba a decir muy encarecidamente que
recogiese todos los cristianos que había en aquellos lugares, y se fuese a
meter en Almería antes que los moros los degollasen, porque tenía aviso cierto,
por cartas de la costa, que el reino se levantaba y no tenía gente con que
poderle socorrer. El cual, entendiendo que no podía pasar el negocio muy
adelante, le respondió que no desampararía aquellos vasallos, antes pensaba
vivir o morir con ellos, por no perder en un día lo que había ganado en sesenta
años; y luego mandó que todos los cristianos se recogiesen con sus mujeres y
hijos a una torre fuerte que había en el lugar, arredrada un poco de la esquina
de un monasterio de frailes augustinos, y que metiesen consigo agua y todo el
bastimento que pudiesen, por si fuese menester defenderse algunos días en ella.
Con esta desorden se encerraron en la torre más de doscientas personas de los
lugares de la taa; y no habían bien acabádose de recoger, cuando Mateo el Rami,
llamado por otro nombre el Hubini, alguacil del lugar de Instinción, llegó con
las cuadrillas de los monfís y con otra mucha gente, tocando atabalejos y
dulzainas, y con banderas tendidas que andaban levantando la tierra; y lo
primero que hicieron en entrando en el lugar fue robar y destruir las casas de
los cristianos y la iglesia. Luego fueron a combatir la torre, y entrando en el
monasterio, que hallaron desamparado, porque los frailes se habían recogido con
el alcalde mayor, robaron los ornamentos, cálices y frontales, deshicieron los
altares y los retablos, y no dejaron maldad que no cometieron, como si en
aquello estuviera su felicidad. Otro día de mañana enviaron a requerir los
cercados que se rindiesen y les entregasen las armas y que los dejarían ir
libremente adonde quisiesen. Este partido pareció bien a muchos de los que allí
estaban; mas luego se entendió que los moros les trataban engaño, porque yendo
a salir de la torre dos doncellas nobles, llamadas doña Francisca Gibaja y doña
Leonor Vanegas, les tiraron un arcabuzazo, y mataron a Pedro de Horozco, hombre
viejo que iba acompañándolas. Viendo esto los cristianos, cerraron a gran
priesa la puerta de la torre, dejándose fuera a doña Francisca Gibaja, que no
la pudieron recoger, y se pusieron en defensa. No mucho después los moros
acordaron de poner fuego a la torre, y para poderlo hacer más a su salvo
echaron algunos tiradores descubiertos al derredor del monasterio, y mientras
los cristianos estaban embebecidos en tirarles desde las troneras y desde las
almenas, llegaron a una esquina de la torre, y horadándola con picos, sin ser
sentidos de los nuestros ocuparon la bóveda baja, y metiendo en ella la madera
de los retablos y de las imágines que habían deshecho, y mucha leña y tascos
untados con aceite revueltos en ella, le pusieron fuego: por manera que cuando
los cristianos, mal pláticos y poco avisados, sintieron el humo y la llama, ya
el primer sobrado y la escalera de la torre ardía. Viéndose pues quemar vivos,
comenzó el llanto de las mujeres y niños: unas llamaban a sus padres, otras a
sus maridos o hermanos, y muchos hombres, que estando solos fueran animosos,
desmayaron, venciéndolos, la piedad de sus mujeres y hijos, y a gran priesa
comenzaron a descolgarlas con sogas o como mejor podían, a la parte que no ocupaba
el fuego, entregándolas, y entregándose también ellos, a merced de los crueles
enemigos, que como iban bajando los desnudaban, y dándoles muchos palos y
puñadas, los maniataban. El alcalde mayor y los frailes y otros muchos que no
quisieron rendirse, viendo que el fuego crecía cada hora más, se confesaron y
se encomendaron a Dios, y trayendo el alcalde mayor un Cristo crucificado en
los brazos, anduvieron gran rato peleando con el fuego, procurando apagarlo con
tierra y ropa que echaban encima; mas aprovechábales poco, porque los enemigos
de Dios lo cebaban con más leña y aceite; y fue creciendo el humo y la llama de
manera que, cercando y cubriendo la torre por todas partes, perecieron de
diferentes muertes, unos ahogados y otros abrasados del fuego; solo un fraile y
dos mozos del monasterio acertaron a quedar vivos, y estos hinchados y llenos
de vejigas. Murieron dentro de la torre el alcalde mayor, los beneficiados de
aquel lugar y de Alhama la Seca ,
el capellán de Instinción y muchos legos, y algunas mujeres y criaturas que no
hubo lugar de poderlas descolgar. No libraron mejor los que se rindieron que
los que se quemaron en la torre, porque los moros los degollaron en la alberca
de un molino de aceite del monasterio, que estaba allí cerca. A Luis Montesino
de Solís, de quien hicimos mención en el capítulo de Andarax, llevaron con las
cristianas captivas a la sierra de Gádior y después a Codbaa, donde enviaron a
doña María de Solís, su hija, y a doña Francisca Gibaja, hija del alcalde
mayor; y teniéndolas en casa de un moro muy rico, llamado Zacaría, apartadas de
otras cristianas, con cuarenta moros de guarda, para enviarlas presentadas al
rey de Marruecos, dieron en su presencia cruelísima muerte a Luis Montesino de
Solís. Desnudáronle en cueros, y colgándole de los dedos pulgares de los pies,
de una ventana que estaba frontero de la casa donde tenían presa a su hija,
allí fueron cortándole los miembros con una navaja, coyuntura por coyuntura,
hasta los hombros; y porque glorificaba a Jesucristo, le sacaron la lengua y
los ojos y le cortaron las narices y las orejas, y dándole humo y después
fuego, le quemaron. Volviendo pues a los moros de Guécija, luego que hubieron
quemado la torre recogieron la gente de los lugares de la taa, y con sus
mujeres y hijos y bienes muebles se subieron a la sierra de Gádor, llevando por
delante los bagajes y ganados: dejaron quinientos moros que aguardasen hasta
que el fuego se apagase, por ver si había que robar en la torre; los cuales
entraron otro día dentro, y hallando aquellos tres cristianos que dijimos,
medio quemados, no los quisieron matar luego, sino llevarlos consigo la vuelta
de la sierra; y al vadear del río de Canjáyar, que se pasa muchas veces en
aquel camino, les hicieron que los pasasen a todos a cuestas; y siendo ya
noche, no pudiendo dilatar más el deseo de venganza, mataron a cuchilladas al
fraile, desollaron vivo a uno de los mozos, y del otro no supimos lo que
hicieron: sólo se presume que también matarían por manera que de [207] todos los cristianos que
había en los lugares desta taa solos tres escaparon con las vidas, que los
escondieron unos moriscos sus amigos, y los pusieron después en salvo.
En
el lugar de Terque se recogieron los cristianos con sus mujeres y hijos en la
torre de la iglesia, pensando poderse defender en ella; más los moros le
pusieron fuego y los quemaron a todos juntamente con la iglesia y con la torre.
Hacían después mucho sentimiento las moras de pesar que tenían, porque se había
quemado en este lugar el hafiz de la seda de aquella taa, no por lástima que
tenían dél, sino porque quisieran mucho poderle atormentar de su espacio,
porque le querían muy mal.
Capítulo XXV
Cómo los lugares del río
de Boloduí se alzaron, y la descripción dél
El
río del Boloduí nace en la parte más alta y más oriental de la Sierra Nevada : a
poniente tiene la taa de Marchena, a mediodía la tierra de Almería, a levante
las sierras de Baza, y a tramontana las de Guadix y los lugares de Abla y
Lauricena. Hay en este río cinco lugares, llamados Alhizán, Santa Cruz,
Cochuelos, Bilumbin y Alhabia; baja entre Abla y Lauricena, y va a dar a Santa
Cruz, que es el lugar principal, y después se va a juntar con el río de
Almería, entre Alhabia y Guécija. Es tierra de muchas arboledas, y los
moradores tienen muy buena cría de seda; cogen cantidad de pan, trigo y cebada,
y tienen muchos ganados, y siembran la alheña, que es una hoja como la del
arrayán, más delgada, y la precian mucho los moros. Era alcalde mayor destos
lugares, que son de don Diego de Castilla, señor de Gor, el licenciado Blas de
Biedma, el cual tenía su casa en Santa Cruz, y pudiera muy bien ponerse en
cobro con todos los cristianos de aquel partido, si la confianza que tenía en
que los moriscos de aquel partido no se levantarían, no le engañara, porque don
García de Villarroel le escribió también a él, cuando al licenciado Gibaja,
rogándole, y aun requiriéndole, que se retirase con tiempo a la ciudad de
Almería, y tampoco lo quiso hacer.
Alzáronse
estos lugares el segundo día de Pascua de Navidad, y los del lugar de Santa
Cruz corrieron a las casas de los cristianos, y prendiéndolos, les robaron
cuanto tenían, y destruyeron la iglesia. Al alcalde mayor hicieron morir
cruelísimamente: siguiendo el ejemplo de los de Canjáyar le deslindaron en
cueros delante de cuatro doncellas cristianas, que las tres eran hijas suyas y
la otra del jurado Bustos, vecino de Almería, y su sobrina; y atándole las
manos atrás, llegó un hereje a él, y le cortó las narices, y se las clavó con
un clavo de hierro en la frente; luego le cortó las orejas y se las dio a
comer; y porque loaba a Dios mientras le estaban martirizando, le cortaron la
lengua y las manos y los pies; y abriéndole la barriga, se los metieron dentro;
y un sayón le abrió el pecho, y le sacó el corazón, y comenzó a dar bocados en
él, diciendo: «Bendito sea tal día, en que yo puedo ver en mis manos el corazón
deste perro descreído». Y después desto quemaron el cuerpo, y a los demás
cristianos, así hombres como mujeres, los llevaron al lugar de Canjáyar, donde
también los mataron después.
Alzáronse
los de Alhizán cuando los de Santa Cruz, y el beneficiado Juan Rodríguez
recogió todos los cristianos en una torre que tenía en su casa. Los moros
saquearon las casas y la iglesia, y destruyendo todas las cosas sagradas,
fueron luego a la torre y le pusieron fuego por todas partes, y quemaron vivos
a todos los que se habían metido dentro, excepto al beneficiado y a tres
doncellas sobrinas suyas. Mas después, queriendo regocijar el pueblo con la
muerte de aquel sacerdote de Jesucristo, le desnudaron en cueros, y se lo
entregaron a las mujeres moras para que ellas le matasen; las cuales le sacaron
los ojos con almaradas, y le hirieron con cuchillos y piedras, hasta que dio el
alma a su Criador, encomendándose siempre a Jesucristo, y glorificando su
santísimo nombre. Lleváronse las captivas cristianas a Canjáyar, donde las
mataron después con otras muchas, cuando el marqués de los Vélez hubo vencido a
los moros de Filix, como diremos en su lugar. Dejemos agora de tratar de los
otros lugares que se alzaron, que a su tiempo volveremos a ellos, y digamos lo
que en este tiempo se hacía en la ciudad de Granada.
Capítulo XXVI
De lo que se hacía en
este tiempo en la ciudad de Granada para asegurarse de los moriscos, y las
desculpas que daban ellos
Mucho
sentimiento hubo en la ciudad de Granada cuando se supo que la gente que había
ido con el marqués de Mondéjar no había podido alcanzar a los monfís, y crecía
cada hora más con las nuevas que venían de los sacrilegios y crueldades que
iban haciendo en los lugares que alzaban en la Alpujarra ; y movido el
vulgo a ira con deseo de venganza, hablaban con libertad, culpando y
desculpando a quien les parecía, y al fin buscando todos el remedio. Unos le
hallaban en la equidad, otros en el rigor de la justicia, y todos en la fuerza
de las armas. Habiéndose pues juntado el Acuerdo con el presidente don Pedro de
Deza en la sala de la real Audiencia este día, como lo habían hecho otros, para
tratar del negocio, el licenciado Alonso Núñez de Bohorques, oidor del real
consejo de Castilla y de la general Inquisición, que entonces lo era de la
dicha audiencia, propuso que el camino más breve para atajar la maldad de los
morisco, alzados, y que los demás no se alzasen, consistía en sacar todos los
que moraban en el Albaicín y en los lugares de la vega de Granada, y meterlos
veinte leguas la tierra adentro, donde no pudiesen acudirles con avisos, con
gente, armas y consejo; cosa que no se podría excusar teniéndolos en la ciudad,
donde venían y entendían cuanto se hacía y trataba. Este parecer fue bien
recebido de todos los que allí estaban; más hallaron dificultad en la ejecución
dél, pareciendo cosa grave y peligrosa querer echar tanto número de gente de
sus casas. Al fin se dio noticia a su majestad; y si por entonces no hubo
efeto, después vino a hacerse con menor escándalo y peligro del que se
representaba, como se dirá en su lugar. Por otra parte, el marqués de Mondéjar,
queriendo usar el rigor de las armas, avisó a las ciudades y señores de la Andalucía y reino de
Granada que con brevedad aprestasen la gente de guerra, por si fuese menester
acudir a oprimir el rebelión, y el Acuerdo despachó provisiones en conformidad
de lo que el Marqués pedía. Y porque se tenía ya nueva que el alzamiento pasaba
hacia los [208] lugares del reino de
Murcia, acordaron que sería bien avisar a don Luis Fajardo, marqués de los
Vélez y adelantado de aquel reino, para que haciendo junta de gente de guerra
por aquella parte, estuviese apercebido para lo que su majestad enviase a
mandar, a quien se daría luego aviso de aquella diligencia. Temían mucho los
moriscos al marqués de los Vélez, y parecía que sólo oír su nombre bastaría
para ponerlos en razón y con este acuerdo el presidente don Pedro de Deza, mandó
llamar a un licenciado Carmona, abogado de la Audiencia real, que
solicitaba los negocios del marqués de los Vélez, y le dijo que le despachase
luego un correo avisándole de su parte como los moros habían entrado a levantar
el Albaicín de Granada, y pregonado en él la seta de Mahoma con instrumentos de
guerra y banderas tendidas, y que sería de mucha importancia que se acercase al
reino de Granada con el mayor número de gente de a pie y de a caballo que
pudiese juntar, y que brevemente ternía orden de su majestad de lo que había de
hacer con ella, porque él le escrebía sobre ello. Luego como esto se publicó en
la ciudad, los moriscos se turbaron; y viendo tantas prevenciones como se
hacían, procuraron por todos los medios de humildad echar de sí la sospecha que
se tenía, cargando la culpa a los monfís. Juntándose pues los principales del
Albaicín el tercer día de Pascua, fueron con su procurador general a hablar a
todos los ministros, y a cada uno por sí les hicieron su razonamiento,
significando estar inocentes de lo que se les imputaba, y exagerando el
atrevimiento de aquellos perdidos, que habían entrado en el Albaicín a hacerles
tanto mal, y diciendo que si los prendieran luego, se entendiera quién eran los
culpados, y castigando aquellos, se apagara el fuego de la sedición antes que
pasara tan adelante. Decían más: que la premática no había alterádolos a ellos,
y si la habían contradicho, había sido con buen celo, y que ya estaban
contentos con ella, sabida la voluntad de su majestad, y viendo que se ejecutaba
con tanta equidad, que cesaban los inconvenientes que habían tenido; y que
estaban prestos de servir a su majestad con sus haciendas, para que los malos
fuesen castigados y los buenos honrados, como se había hecho en aquel reino en
tiempos más trabajosos, estando recién ganado y poco después. A estas y otras
cosas que los moriscos decían, les respondieron mansamente y con amor,
especialmente el Presidente, cargando la culpa a los que trataban mal de sus
honras, y diciendo que siempre habían sido tenidos por leales vasallos de su
majestad, y ansí se lo habían escrito, y volverían a escrebírselo de nuevo; y
los ofreció de su parte que miraría por ellos, y no daría lugar que recibiesen
agravio en el cumplimiento de la premática, encargándoles que perseverasen en
la fe y lealtad que decían, pues de lo contrario no podría venirles menos que
destruición general, ofendiendo a Dios y a un príncipe tan poderoso, que siendo
necesario, haría en un mesmo tiempo guerra por mar y por tierra a todos los
príncipes del universo. Con las cuales razones, y con otras muchas desta
calidad, procuraban quietarlos lo mejor que podían, proveyendo por otra parte
las cosas que parecía convenir para la seguridad de aquella ciudad y del reino.
Y con todas las sospechas y temores, sólo un día se dejó de hacer audiencia en
las salas, y todos los demás durante el rebelión los oidores y alcaldes
hicieron sus oficios a las horas acostumbradas; lo cual fue de tanta
importancia, que los moriscos no osaron hacer novedad en la ciudad ni en las
alcarías comarcanas, temiendo tanto y más la horca que la espada. Luego se dio
orden que las compañías de las parroquias hiciesen cuerpo de guardia en la
audiencia, de donde salía el Corregidor tres y cuatro veces cada noche a rondar
el Albaicín y la Alcazaba ;
y porque había poca gente, y no poco temor, para que los moriscos no lo
entendiesen, se usaba de un ardid, que algunas veces suele aprovechar, y era,
que después de haber entrado los soldados acompañando sus banderas por la
puerta principal, volvían a irse uno a uno por otra puerta falsa, y tornaban a
entrar en otras compañías. Esto se hacía una y más veces con tanta destreza,
que aun los proprios ciudadanos no lo entendían. Y porque los capitanes y
gentiles hombres tuviesen algún entretenimiento hacia el Presidente ponerles
mesas de juego, y les mandaba dar de cenar y colaciones; mas con todas estas
prevenciones los malaventurados, que ya se habían desvergonzado, no dejaban de
proseguir en su maldad, como se entenderá por el discurso desta historia.
Capítulo XXVII
Cómo los lugares de
tierra de Salobreña se alzaron, y la descripción della
Salobreña
es una villa muy fuerte por arte y por naturaleza de sitio: está en la orilla
del mar Mediterráneo, puesta sobre una peña muy alta; adelante tiene una isleta,
y a poniente della una pequeña playa abrigada de levante, donde llegan a surgir
los navíos. La villa está cercada de muros; no se puede minar, porque es la
peña viva marmoleña, ni menos se puede batir, por ser muy alta y tajada al
derredor, sino es a la parte de levante, donde está la puerta principal. En lo
más alto hacia el cierzo tiene un fuerte castillo, que solamente desde las
casas de la villa se puede combatir, y por allí le fortalecen dos muros anchos
y terraplenados con sus barbacanas; todo lo demás cerca la peña tajada, y hay
dentro un pozo de agua manantial, que no se le puede quitar en ninguna manera.
Esta tenencia era de don Diego Ramírez de Haro, vecino de la villa de Madrid, y
fue de sus antepasados, que se la dieron los Reyes Católicos cuando
conquistaron el reino de Granada. Tiene Salobreña a levante la villa de Motril,
a poniente la ciudad de Almuñécar, al mediodía el mar Mediterráneo, y a
tramontana el valle de Lecrín. Hay en sus términos seis lugares, llamados
Lobras, Itrabo, Mulvízar, Guájar la alta, Guájar de Alfaguit y Guájar del
Fondón. Todos estos lugares estaban poblados de moriscos, mas los vecinos de la
villa eran cristianos, la cual fuera capaz de seiscientas casas si estuviera
toda poblada, mas en este tiempo no tenía más de ochenta vecinos. Es tierra
áspera y muy fragosa a poniente y a tramontana, y cógese en ella poco pan. Los
lugares altos están en una quebrada que hace la sierra, por donde baja un río
que procede de unas fuentes que nacen en ella, y después se va a juntar con el
río de Motril. Hay muchas arboledas de huertas, olivos y morales por aquellos
valles, y tienen los moradores muy buena cría de seda, aunque la principal
granjería es agora la de azúcar, porque en una vega que está a levante hacia
Motril tienen muchas [209] hazas de cañas dulces, y abundancia de agua con que regarlas, y
junto a los muros un ingenio muy grande, y otros en las alcarías allí cerca,
donde se labran las cañas.
Los
moriscos de las Guájaras se alzaron el primero y segundo día de Pascua de
Navidad, cuando los del Valle; mas no hicieron daño en las iglesias ni a los
cristianos, antes dijeron al beneficiado que dijese su misa, y el alguacil del
lugar, llamado Gonzalo el Tartel, que era su amigo, le prometió que no le
enojaría nadie, y, que si fuese menester, le pondría en salvo, como en efeto lo
hizo. Los de Lobras y Trabo y Mulvízar se subieron luego a las sierras de las
Guájiras, y desampararon sus casas por huir de los daños que los vecinos de
Salobreña y Motril les hacían; los cuales podremos decir que los alzaron, o a
lo menos les dieron priesa a que se alzasen, porque luego que se supo lo que
habían hecho los de Órgiba, salían en cuadrillas a robarles las casas y los
ganados, y les hacían otros malos tratamientos, y tampoco hicieron daño en las
iglesias por entonces. Cuando comenzaron estas revoluciones don Diego Ramírez
estaba con su casa y familia en la villa de Motril, y siendo avisado por carta
del marqués de Mondéjar, se fue a meter en su fortaleza, y viendo que en la
villa no había bastante número de gente, ni él tenía consigo más que sus
criados, hizo con el concejo que enviasen un vecino llamado Claudio de Robles a
Arévalo de Zuazo, corregidor de la ciudad de Málaga, pidiéndole alguna gente de
guerra qué meter en la villa, entendiendo que los alzados procurarían ocuparla
por causa de la fortaleza de la comodidad de aquél puerto; el cual envió a
Diego Barzana con cincuenta tiradores, que aseguraron algo a los vecinos.
Finalmente, don Diego Ramírez puso la fortaleza en defensa, encabalgó la
artillería, que estaba toda por aquel suelo sin cureñas ni ruedas, y proveyó en
todo lo que a buen alcaide convenía. Y no solo defendió la plaza, mas salió
muchas veces en busca de los enemigos, y hizo muchos y muy buenos cielos, como
se dirá en su lugar.
Capítulo XXVIII
Cómo los moros
combatieron la torre de Órgiba
El
domingo, segundo día de Pascua de Navidad a 26 de diciembre, acordaron los
moros de combatir la torre de Órgiba, y para este combate juntaron muchos haces
de leña y zarzos de cañas untados con aceite, pensando quemar los cristianos
dentro. El alcaide Gaspar de Sarabia echó luego fuera veinte hombres, que
mataron algunos moros y quemaron todos aquellos haces en el lugar donde los
tenían recogidos. Los enemigos corrieron a la iglesia, y hallándola sin
defensa, entraron dentro, y con grandísima ira quebraron los retablos
deshicieron el altar, rompieron la pila del baptismo derramaron el olio y la
crisma, arcabucearon la caja del Santísimo Sacramento, con enojo de que no
hallaron allí la santa forma de la Eucaristía , que los beneficiados la habían
consumido en todos aquellos lugares; y arrojando todas las cosas sagradas por
el suelo, no dejaron abominación ni maldad que no hicieron. Luego subieron a la
torre del campanario, y en lo más alto dél pusieron un reparo de colchones y
mantas, para desde él arcabucear a los cristianos, y aquella noche les enviaron
un moro del lugar de Benizalte, llamado el Ferza, hijo de Alonso el Ferza, para
que les dijese de su parte que se rindiesen, y que entregasen las armas y el
dinero y les dejarían las vidas, porque de otra manera no podían dejar de
morir. Este moro llegó con una banderilla blanca a la torre, y propuso su
embajada diciendo que Granada era perdida, que los moros tenían ya la fortaleza
del Alhambra por suya, que el rey don Felipe no les podía enviar socorro,
porque estaba cercado de luteranos, y que las cosas de los moros iban tan
prósperas, que esperaban muy en breve llegar vitoriosos a Castilla la Vieja. Y como un clérigo
de los que estaban en la torre le preguntase si hablaba como cristiano o como
moro, respondió el hereje que como moro, porque ya no había en aquella tierra
más que Dios y Mahoma, y que harían cuerdamente los que allí estaban en
tornarse moros si querían tener libertad. Estas palabras sintieron mucho los
nuestros, y no pudiendo oír semejante blasfemia, le respondieron que se
alargase luego de allí, si no quería que le matasen con los arcabuces,
apercibiéndole que ni él ni otro no volviesen con aquel recaudo, porque no les
iría bien dello, mas no por eso les dejaron de acometer otras veces con la paz,
por ver si los podrían engañar. No mucho después acordaron de hacer dos mantas
de madera para picar el muro por debajo y dar con la torre en el suelo; mas los
cercados se dieron tan buena maña, que les quemaron la una, teniéndola a medio
hacer; la otra acabaron, y cuando estuvo puesta en orden, hicieron reseña de
toda la gente, y se apercibieron al combate. Esta manta era hecha de maderos
gruesos, cubierta de tablas aforradas por defuera de cueros de vaca, y sobre
los cueros y la madera colchones de lana mojada, para que resistiesen las
piedras y el fuego; y estando asentada sobre cuatro ruedas bajas, los proprios
que iban dentro della la llevaban rodando, y de un cabo y de otro iban
arrastrando grandes haces de cañas y de leña seca y tascos, un lado todo con
aceite para poner con ellos luego a la torre cuando el muro estuviese picado y
apuntalado con maderos. Fue la determinación de los enemigos tan grande,
teniendo presente el odio y la ira, que, aunque los cristianos mataban muchos
dellos con los arcabuces, no dejaron de arrimar su manta. Los nuestros
procuraron deshacérsela arrojando gruesas piedras sobre ella desde arriba; y
viendo que no aprovechaba, porque la madera era recia, y los reparos que
llevaba encima despedían la piedra, tomaron unos ladrillos mazarís que acertó a
haber en la torre, y arrojándolos de esquina donde se descubrían los colchones,
rompieron el lienzo, y echando sobre ellos dos calderas de aceite hirviendo de
lo que Leandro había traído, y cantidad de tascos de cáñamo y de lino ardiendo,
prendió el fuego de manera, que en breve espacio se quemaron los colchones y la
manta; y los que habían ya comenzado a picar el muro, se salieron huyendo con
harto peligro de sus vidas. No se halló Aben Humeya en este asalto porque había
pasado do largo, como queda dicho, a Pitres de Ferreira a proveer en otras
cosas, y cuando supo el ruin suceso que había tenido, mandó que cesasen los
asaltos, y que solamente tuviesen la torre cercada, para que no le entrase
bastimento; y desta manera estuvo diez y siete días hasta que el marqués de
Mondéjar la socorrió, como diremos adelante. [210]
Capítulo XXIX
De lo que se hizo estos
días a la parte de Almería, y la descripción de aquella tierra y de algunos
lugares que se alzaron en ella
La
ciudad de Almería antiguamente se llamó Viji: está puesta sobre la costa de la
mar, sus términos son muy grandes; tienen a poniente las taas de Dalías y de
Andarax, a tramontana las de Lúchar, de Marchena y del Boloduí; a levante el
río de Almanzora y las ciudades de Mojácar y Vera, y al mediodía comprehende en
la costa del mar Mediterráneo desde una torre llamada Rábita, que está en el
paraje de Fílix a la parte de poniente, hasta la mesa de Roldán, que está a
levante. Hay en estos términos de Almería treinta y siete lugares y villas,
cuyos nombres son: Ínix, Fílix, Vícar, Turrillas, Obrevo, Inox, Carbal,
Alquitán, Pedregal, Alhadara, Vaitor, Güércal, Alguayán, Benahaduz, Bechina,
Alhama de Berchina, Rioja, Gádor, Guyciliana, Santa Fe, Níjar, Mondújar,
Guézhen, Alocainona, Sorbas, Ulela del Campo, Ulela de Castro, Belefique,
Babrin, Alhamilla, Tavernas, Gérgal, Castro, Bacares, Elbeire, Bayarca y
Macael. Atraviesa por esta tierra el río de Andarax, el cual pasando por la taa
de Marchena se va a juntar con otro río que sale por bajo del castillo de
Gérgal, y por las faldas meridionales de la sierra de Baza va al Jugar de cuya
ribera están Tavernas, Alhamilla y la rambla de Tavernas, y por Gádor y Benahaduz
se mete en el Mediterráneo cerca de la ciudad de Almería; la cual está puesta
en sitio hermoso y agradable, y tenía en este tiempo más de dos mil y
quinientos vecinos, aunque el ámbito de los muros es capaz de mayor número de
casas, porque tienen de circuito seis mil seiscientos y cincuenta pasos, y a un
cabo una fortaleza en un sitio inexpugnable, sentada sobre una peña viva muy
alta, que no da lugar a minas, baterías ni asaltos por las tres partes, y por
la otra tiene un solo padrastro hacia la sierra; mas está en medio entre él y
la fortaleza un valle muy hondo, y toda está cercada de peña tajada muy alta, y
la muralla terraplenada. A levante de la ciudad hay una playa espaciosa y
larga, y muy segura de levante, donde pueden surgir dos mil navíos y más, y a
poniente tiene otra, que no es tan segura, aunque hay algún abrigo con las
sierras que despuntan en la mar hacia aquella parte. Son todos estos términos
abundantes de yerba para los ganados; tienen los moradores mucha y muy buena
cría de seda, y en las riberas de los ríos grandes arboledas. Cógese en ellas
alguna cantidad de pan, aunque no es tanto, que les baste para todo su año; mas
provéense de la comarca. En Almería ciudad muy populosa en tiempo que la
poseían los moros, y tan estimada, que quiso competir con Granada, y así, la
llamaban Almereya, que quiere
decir el espejo. Solía tener grandes arrabales; armar mucha cantidad de navíos
de remos; mas después se fue disminuyendo en población, en trato y en todo lo
demás; y cuando comenzó la guerra deste levantamiento, moraban en ella muchos
caballeros y gente principal, y tenía más de seiscientas casas de moriscos de
los muros adentro, y dos compañías de gente de guerra ordinaria, la una de
caballos y la otra de infantería, para correr los rebatos de la costa y tener
cargo de la guardia della. Viendo pues los moriscos de las alcarías de la taa
de Marchena y lugares comarcanos a Almería, que su negocio iba muy adelante y
que los turcos no acudían a su pretensión, determinando de hacerlo ellos, escogieron
ciento y cincuenta hombres de hecho, a quien tuvieron dada orden que con cargas
de harina y de otros bastimentos se fuesen a la alhóndiga de la ciudad, que
estaba junto a la fortaleza, y descargando allí, como lo solían hacer do
ordinario, pasasen diez o doce dellos con cargas de leña y de paja, so color de
llevarlas presentadas al alcaide, y al entrar de las puertas de la fortaleza se
atravesasen de manera, que los cristianos no las pudiesen cerrar, y acudiendo
los de la alhóndiga, se metiesen dentro, y matando al alcaide y a los que con
él hallasen, se hiciesen fuertes en ellas, y diesen aviso con humo, para que
los lugares de la tierra les acudiesen luego; y para tener entendido por dónde
podrían entrar sin que los de la ciudad lo estorbasen, había negociado aquellos
días Mateo el Rami, alguacil de Instinción, que era grande amigo de Álvaro de
Sosa, que le llevase un día a comer con él a la fortaleza, porque deseaba irse
a holgar a Almería con su mujer, y con esta ocasión había reconocido los muros,
los adarves y las torres andando con el alcaide por toda ella; aunque no le
había dejado entrar en la torre del Homenaje, diciendo que sólo el Rey y él la
podían ver. Y como el astuto moro vio al alcaide con más recato que otras veces
y aquella escuadra de soldados en la primera puerta, sospechando que habían
sentido los cristianos algo de lo que trataban, acordó de dejar aquel consejo,
y tomar otro que pudiera ser más dañoso a la ciudad, porque mostrando querer
vencer de cortesía y liberalidad a su amigo, le rogó que fuese otro día a
holgarse con él a su alcaría, y que llevase todos sus amigos y parientes,
porque le quería festejar y dar de comer a su usanza; y habiéndolo el alcaide
aceptado y convidado el moro de su parte todos los hombres de valor, de quien
entendió que podían defender la ciudad, los hubiera hecho matar aquel día, si
no sucediera una revuelta entre algunos de los que habían sido convidados, por
donde el alcaide mayor los tuvo encarcelados; y así, no hubo efeto el convite.
Estando pues las cosas en este estado, el segundo día de Pascua de Navidad
llegó a él la guarda de una de las torres de la costa de poniente, y le dio la
carta de aviso que dijimos que le envió el capitán Diego Gasca, que decía desta
manera: «A la hora que ésta escribo, que serán las once del día, hoy primero de
Pascua de Navidad, he tenido aviso que van trescientos moros la vuelta de
Ugíjar de la Alpujarra.
Voy en su seguimiento; vuestra merced me socorra. Fecha en
Dalías ut supra». Esta carta
puso en mucha confusión a don García de Villarroel, porque entendió que no eran
moros los que Diego Gasca decía, ni era posible serlo, a causa de que había más
de quince días que andaba la mar muy brava con tiempo de mediodía, que no tiene
abrigo en nuestra costa; tuvo por cierto que eran moriscos de la tierra que se
alzaban; y parándose a considerar el inconveniente que había en salir de la
ciudad, y lo poco que podría aprovechar su ida, porque en caso que frieran
moros de Berbería los que Diego Gasca decía, cuando él llegase estarían ya
embarcados, solamente hizo demostración de salir de los muros, con intento de
no apartarse mucho dellos. Mandando pues tocar a recoger, dio priesa para que
los soldados saliesen; [211] y estando ya fuera, ordenó a la infantería que hiciese alto en la
cantera a vista de la ciudad, y él con los caballos se estuvo quedó
entreteniendo la gente cerca de los muros; y luego se volvió a meter dentro de
la ciudad; pareciéndole más conveniente atender a la guardia della que ir en
socorro de Diego Gasca a cosa incierta. Vuelto don García de Villarroel a la
ciudad, la justicia y regimiento hicieron diligencia, y haciéndola él por su
parte, despacharon luego un soldado al marqués de Mondéjar, pidiéndole socorro
de gente y bastimentos y municiones, porque de todo había falta en Almería; y
entendiendo que no podría socorrer con la brevedad que el caso pedía,
despacharon también al marqués de los Vélez, y a las ciudades del reino de
Murcia, y a Gil de Andrada, a cuyo cargo andaban las galeras de España,
certificándoles que era cierto el levantamiento de los moriscos de todo el
reino, para que socorriesen aquella plaza. Hicieron también diligencia con los
cristianos clérigos y legos de los lugares de tierra de Almería, para que se
recogiesen con tiempo a la ciudad, mediante la cual se salvaron muchos; y
escribieron a los alcaldes mayores del condado de Marchena y del Boloduí que
hiciesen lo mismo. Este día a las cuatro de la tarde llegaron a Almería dos
escuderos de la compañía de Diego Gasca, y dijeron que estando en un lugar de
la taa de Lúchar, los habían querido matar los moriscos, y que habían escapado
por gran ventura a uña de caballo, porque de todos los lugares por donde
pasaban les salía gente armada para atajarles el camino. Luego despacharon
otros dos correos a los dos marqueses, tornándoles a certificar el
levantamiento, y se puso más gente de guerra en la puerta de la fortaleza, y
mandaron pregonar por los lugares comarcanos que todos los moriscos que
quisiesen recogerse a la ciudad con sus mujeres y hijos, lo hiciesen; y se
ordenó a Pedro Martín de Aldana, teniente de la compañía de caballos de don
García de Villarroel, que fuese al campo de Níjar, y hiciese que los pastores
cristianos se recogiesen con tiempo con sus ganados, y metiesen en Almería los
que hallase ser de moriscos, para provisión de la ciudad. Andando en esto,
llegó otra nueva el tercero día de Pascua, como Ugíjar de Albacete se había
alzado, y que los cristianos estaban cercados en la torre de la iglesia; y
luego el martes 28 de diciembre se supo cómo eran ya perdidos, y que desde allí
hasta Almería estaba toda la tierra levantada. Entonces se juntaron las
justicias y regidores en su cabildo, según lo que don García de Villarroel nos
contó: nombraron personas que fuesen a su majestad, y de camino llegasen donde
estaba el marqués de los Vélez y le diesen una carta, en que le pedían que
fuese a socorrerlos con brevedad, por estar aquella plaza en mucho peligro. El
mesmo día se comenzaron a recoger a la ciudad y a las huertas y arrabales
muchos moriscos de los lugares de la tierra con sus mujeres y hijos y porque
había mucha gente entre ellos que podían tomar armas, los cristianos se
recogieron a la
Almedina. También vino aquel día en la tarde otra espía de
Güécija, y avisó cómo los moros tenían cercado el monasterio y la torre, y que
había encontrado a los de Ínix, Fílix y Vícar, que iban a juntarse con ellos, y
le habían dicho que Granada y todo el reino era ya de moros; que no les quedaba
más que Almería por ganar, más que presto la ganarían, porque en tomando la
torre de Guécija y el castillo de Gérgal, se había de juntar mucha gente para
ir sobre ella; y por señal de que había estado con ellos, trajo las hojas rotas
de un misal que habían hecho pedazos en la iglesia de Alhama la Seca. Esta nueva confirmó
luego otra espía que llegó el mesmo día, que puso un poco de más cuidado a la
ciudad, por verse sin bastimentos y con tan poco remedio de proveerse por la
tierra; mas esto se remedió muy brevemente, porque los soldados que fueron con
Pedro Martín de Aldana al campo de Níjar, trajeron mil vacas y mucha cantidad
de ganado menudo de lo que había de moriscos, con que se reparó la gente y
tuvieron que comer muchos días. Fue también de mucha importancia esta salida,
porque se recogieron todos los ganados de cristianos y los pastores que andaban
con ellos en aquella tierra, y pudieron salir seguros con tiempo por las
sierras de Níjar y Filabres y Tavernas; porque como el marqués de los Vélez
comenzaba a juntar gente por aquella parte no osaron los moriscos de aquellas
sierras levantarse, y lo mesmo hicieron los de la hoya de Baza, del río de
Almanzora, de Vera y Mojácar y de toda la jarquía; que si se levantaran, fuera
grandísimo el daño que hicieran, por ser mucho número de gente. Alzáronse
algunos lugares de la tierra de Almería que estaban hacia la parte de la Alpujarra , como fueron
Ínix, Fílix, Vícar y Gérgal, y otros donde ejercitaron los herejes sus
crueldades, no con menor rabia que en los otros lugares que hemos dicho, de los
cuales diremos agora.
Los
lugares de Ínix, Fílix y Nícar caen a poniente de la ciudad de Almería, en una
rinconada que hace la sierra de Gádor cuando va a despuntar sobre el mar
Mediterráneo, y los moradores dellos se alzaron cuando los de Guécija; y cuando
hubieron robado y destruido las iglesias, y muerto algunos cristianos y
prendido otros, fueron muchos dellos en favor de los que combatían la torre de
Guécija. La cual ganada, como queda dicho, volvieron a sus lugares, y ordenaron
dejar cruel muerte al bachiller Salinas, su beneficiado, y a dos sacristanes
que tenían presos. Hiciéronlo vestir como cuando decía misa, y asentándole en
una silla debajo de la peaña del altar mayor, pusieron los sacristanes a los
lados con las matrículas de los vecinos en las manos, mandándoles que llamasen
por su orden, como cuando querían saber si había faltado alguno para penarle; y
como iban llamándolos, llegaban hombres y mujeres, chicos y grandes, al
beneficiado, y le daban de bofetones o puñadas, y le escupían en la cara
llamándole de perro. Y cuando hubieron llamado a todos, llegó un hereje a él
con una navaja y le persignó con ella, hendiéndole el rostro de alto a bajo y
por través, y luego le despedazó coyuntura por coyuntura y miembro a miembro,
de la mesma manera que habían hecho a su beneficiado los de Canjáyar; y porque
el sacerdote de Cristo glorificaba su santísimo nombre, le cortaron la lengua.
Después los llevaron arrastrando fuera del lugar y los asaetearon juntos. Hecho
esto, se recogieron todos a un cerro alto que está junto a Fílix, con sus
mujeres y hijos y ganados, creyendo poderse defender allí por la disposición
del sitio, que es fuerte.
Luego
que los lugares de la taa de Marchena y del Boloduí se alzaron, el Gorri y el
Rami enviaron seis [212] banderas de monfís y de otros hombres sueltos y bien armados, a
que alzasen los lugares del río de Almería y recogiesen toda aquella gente. Los
cuales llegaron al lugar de Gérgal, que es del conde de la Puebla , el tercero día de
Pascua, y el alcaide del castillo, que también era alcaide mayor del lugar,
estando ya prevenido en su traición, dijo a los cristianos que se recogiesen
luego a la fortaleza con sus mujeres y hijos, porque allí se podrían guarecer,
y cuando los tuvo dentro, hizo que los matasen a todos. Degolló al vicario Diego
de Acebo y a su madre, que era ya mujer mayor, y al beneficiado Paz y a su
hermana, y a Bernal García, escribano de su juzgado, y a todos los otros
cristianos y cristianas, chicos y grandes, cuantos allí vivían, y mandó echar
los cuerpos en el campo. Quedaron dos mujeres mal degolladas, que estuvieron
siete días desnudas en el campo, sin comer ni beber, sustentándose con sola
nieve; y éstas fue Dios servido que se salvasen, porque llegaron por allí acaso
unos soldados de Baza, que iban a correr la tierra, y hallándolas de aquella
manera, las recogieron y abrigaron, y las enviaron a la ciudad, donde fueron
curadas y sanaron de las heridas. Este hereje se llamaba en lo exterior
Francisco Puerto Carrero, y en lo interior Aben Mequenun, nombre de moro; el
cual, en sintiendo que el marqués de Vélez entraba por aquella parte, no osó
aguardar, y desamparando el castillo, se fue con toda la gente a la Alpujarra , como adelante
se dirá.
Capítulo XXX
Cómo se alzaron Abla y
Lauricena, lugares de tierra de Guadix, y la descripción della
La
ciudad de Guadix, que los moros llaman Guet Aix, que quiere decir río de la Nida , está nueve leguas a
levante de Granada: su sitio es una loma pequeña que baja de un cerro, y en las
faldas delante dél tiene una vega espaciosa y llana, por la cual atraviesa un
río, de donde tomó el nombre de la ciudad, cuya fuente está en lo alto de
Sierra Nevada, cerca del puerto de Loh, y bajando por entre Jériz y Alcázar, va
a dar al Quif y a la
Calahorra , lugares del marquesado del Cenete, y a Alcudia y
Zalabin y a Ixfiliana, y a los muros de la ciudad de Guadix, llevando siempre
su corriente hacia el cierzo, y con hermosísimas riberas de arboledas de un
cabo y de otro riega las huertas y hazas de la Vega , y saliendo della, vuelve a poniente, haciendo
algunos senos, y se va a juntar con el río de la Peza , por entre aquellas
sierras recogiendo otras aguas, corre a juntarse con el río de Genil, una legua
a levante de la ciudad de Granada, donde está al pie de la sierra de Güejar la
puente del río de Aguas Blancas. Tiene Guadix a poniente y al cierzo los
términos de la ciudad de Granada, al mediodía el marquesado que dicen del
Cenete, que es tierra de señorío, y la Sierra Nevada ; y a levante la ciudad de Baza.
Caen en sus términos veinte y cuatro lugares; sin los del marquesado del
Cenete, cuyos nombres son éstos: la
Peza , los Baños, Veas, Alares, Purrillena, Almáchar, Cortes,
Greyena, Lubros, Fonelas, Lopera, Darro, Diezma, Moreda, Alcudia, el Sigení,
Salabin, Cogollos de Guadix, Paulanza, Ixfiliana, Fiñana, Gor, Abla y
Lauricena. Toda esta tierra es muy fértil, abundante de pan y de muchos
ganados; críase en ella mucha seda de morales, los lugares estaban poblados por
la mayor parte de moriscos, y aun en la propria ciudad había más de
cuatrocientas casas dellos, en medio de la cual está un castillo antiguo y
maltratado, puesto en lo más alto della. Solos dos lugares de los que hemos
dicho se alzaron en está rebelión, que eran de señorío, llamados Abla y
Lauricena; y éstos están a la parte de Sierra Nevada, de los cuales diremos en
este lugar, porque adelante diremos de los del marquesado del Cenete.
Abla
y Lauricena se alzaron el tercero día de Navidad, porque llegaron a levantarlos
dos cuadrillas de monfís y moros alzados que el Gorri, capitán del partido de
Oháñez, envió para aquel efeto; los cuales destruyeron las iglesias y mataron
los cristianos que pudieron haber a las manos. Y los de Abla, cuando hubieron
desbaratado el altar y quebrado los retablos de la iglesia, tomaron un puerco
que tenía un cristiano en su casa, y lo degollaron sobre el altar mayor, y
hicieron otros muchos sacrilegios y maldades. Hecho esto, recogieron sus
mujeres y hijos y los enviaron la vuelta de la Alpujarra , y ellos
fueron a levantar la villa de Fiñana, pensando ocupar la fortaleza, porque
sabían que no había gente de guerra dentro, mas no hicieron por aquella vez
efeto, porque los moriscos que allí vivían no quisieron irse con ellos; y lo
mesmo hicieron los de los lugares del marquesado del Cenete, que tampoco se quisieron
alzar, hasta que después volvió más gente a llevarlos, como se verá en su
lugar.
Capítulo XXXI
Cómo don Diego de
Quesada fue a ocupar a Tablate, lugar del valle de Lecrín, y los moros le
desbarataron, y la descripción de aquel valle
Llámase
valle de Lecrín la quebrada que hace la sierra mayor, tres leguas a poniente de
Granada, donde comienza a levantarse la Sierra Nevada.
Tiene a poniente la sierra de Manjara, que contina con el río de Alhama; al
cierzo la vega de Granada y los llanos del Quempe; al mediodía confina con las
Guájaras, que caen en lo de Salobreña, y con tierra de Motril; y a levante con
Sierra Nevada y con la taa de Órgiba. Hay en este valle veinte lugares,
llamados Padul, Dúrcal, Nigüelas, Acequia, Mondújar, Harat, Alarabat, el Chite,
Béznar, Tablate, Lanjarón, Ixbor, Concha, Guzbíjar, Melegix, Mulchas, Restábal,
las Albuñuelas, Salares, Lújar, Pinos del Rich o del Valle. Es abundante toda
esta tierra de muchas aguas de ríos y de fuentes, y tiene grandes arboledas de
olivos y morales y otros árboles frutales, donde cogen los moradores diversidad
de frutas tempranas muy buenas, y muchas naranjas, limones, cidras y toda
suerte de agro, que llevan a vender a la ciudad de Granada y a otras partes.
Los pastos para los ganados son muy buenos, y cogen cantidad de pan de secano y
de riego en los lugares bajos, y la cría de la seda es mucha y muy buena.
Corren por este valle seis ríos, que proceden de la sierra mayor. El primero
hace a la parte de poniente, y llámanle río de las Albuñuelas, porque nace de
dos fuentes junto al lugar de las Albuñuelas; el cual pasa cerca de los lugares
de Salares y Pinos del Valle, y se va después a juntar con el río de Motril. El
segundo nace par del lugar de Melegix, y se va a juntar con el de las
Albuñuelas por bajo de Restábal. El tercero nace de la Sierra Nevada , y va
a dar [213] en una laguna grande
que se hace entre los lugares del Padul y Dúrcal, y de allí va a juntarse con
el río de las Albuñuelas. El cuarto nace también en la Sierra Nevada , en el
paraje del lugar de Acequia, y antes que llegue al lugar se parte en dos
brazos, y tomándole en medio, va el uno a dar al lugar del Chite y el otro a
Tablate, y de allí al río de las Albuñuelas y al de Motril. El quinto baja
también de la Sierra
Nevada y va al lugar de Lanjarón, y de allí al río de Motril.
Y el sexto, que nace más a levante de la mesma sierra, es el que divide los
términos del valle y de la taa de Órgiba, el cual se va a meter en el río de
Motril por los lugares de Sortes, Benizalte y Pago, que caen en lo de Órgiba.
Los lugares bajos del valle de Lecrín se alzaron el segundo día de Pascua,
cuando Abenfarax y los otros monfís que venían de Granada llegaron a Béznar,
porque hicieron encreyente a los moriscos que la ciudad y el Alhambra era suya,
y que el Albaicín quedaba levantado, y como hubieron robado las iglesias y
muerto muchos cristianos de los que vivían en ellos, pasaron a levantar los
otros lugares de la
Alpujarra ; mas los que moraban en el Padul, Dúrcal, Nigüeles,
las Albuñuelas y Salares, que son los más cercanos a Granada, no se alzaron por
entonces, aunque se fueron muchos dellos a la sierra, que hicieron después
harto daño en busca de su perdición. Uno de los lugares alzados fue Tablate,
que está puesto cerca de un paso importante, por donde de necesidad se había de
ir para pasar a la
Alpujarra. Queriendo pues el marqués de Mondéjar tenerle
ocupado para cuando fuese menester, mandó a don Diego de Quesada que, con la
gente que tenía en Dúrcal y la que le enviaba para aquel efeto, se fuese a
poner en Tablate, y que el capitán Lorenzo de Ávila volviese a Granada, y de
allí fuese a recoger la gente de las siete villas, porque entendía salir con
brevedad a castigar los rebeldes. Luego que llegó esta orden a Dúrcal, don
Diego de Quesada, con toda la gente de a pie y de a caballo que allí había, se
fue al lugar de Béznar, y hallando las casas solas y la iglesia destruida y
quemada, pasó a Tablete, donde halló también las casas solas y los moradores
subidos a la sierra. A este lugar llegó la gente muy fatigada, así la gente
como los caballos, y como se desmandasen luego por las calles y casas
desordenadamente, sin poner centinela a lo largo, y con harto menos recato del
que convenía a gente de guerra, los moros, que los estaban mirando desde lo alto
de los cerros, vieron buena ocasión para acometerlos, y juntándose muchos
dellos, bajaron lo más encubierto que pudieron, y los acometieron
impetuosamente en las casas y calles, y mataron y hirieron muchos cristianos.
Hubo algunos escuderos que no teniendo tiempo de enfrenar los caballos, que
estaban comiendo, se los dejaron y salieron del lugar huyendo a pie; y hicieran
los moros mucho más daño, si no fuera por unos soldados que se habían
desmandado sin orden a buscar qué robar por aquellos cerros; los cuales, viendo
que bajaban de la sierra desde lejos, y sospechando lo que iban a hacer, dieron
grandes voces a los nuestros, y les capearon con una capa, para que se pusiesen
en arma, y hicieron tanto, hasta que el proprio don Diego de Quesada, que
andaba por la plaza del lugar con algún tanto de cuidado más que los otros, oyó
las voces, y entendiendo lo que podía ser, hizo tocar a arma a gran priesa, y
con la gente que pudo recoger de presto, salió al campo y ordenó un escuadrón,
donde guareciesen los que salían huyendo del lugar; y cuando le pareció que
convenía, se retiró, y dejó el paso que se le había mandado guardar, teniendo
poca confianza en aquella gente tímida, mal plática y poco experimentada que
llevaba consigo, y por los lugares de Béznar y de Dúrcal pasó al Padul, yendo
siempre escaramuzando con los moros; los cuales le siguieron hasta el barranco
de Dúrcal, y de allí se volvieron, no osando pasar adelante, por ser tierra
donde era superior la caballería.
Capítulo XXXII
De los apercebimientos
que el marqués de Mondéjar y la ciudad de Granada hicieron estos días
Con
el suceso de Tablate cobraron los rebeldes mayor ánimo; y el marqués de
Mondéjar, sabido que don Diego de Quesada se había retirado al Padul sin su
orden, envió a mandarle que se viniese a Granada, y en su lugar fueron el
capitán Lorenzo de Ávila con la gente de las siete villas, y el capitán Gonzalo
de Alcántara, hombre plático, criado en Orán, con cincuenta caballos, y orden
que se metiesen en Dúrcal, y procurasen mantener aquel lugar y los otros
comarcanos del valle de Lecrín, que aun no se habían alzado, en lealtad,
mientras llegaba la gente que se aguardaba de las ciudades de la Andalucía y reino de
Granada. Porque viendo que los rebeldes hacían demostración, no sólo de
defender sus casas, más aun de ofender a los cristianos en las suyas, y que
andaban en la Alpujarra
y cerca de Granada con banderas tendidas, levantando los lugares por do
pasaban, y no dejando hombre a vida que tuviese nombre de cristiano, quería
formar ejército con que poderlos oprimir; y hallándose falto de gente, de
artillería y de municiones, y de todas las otras cosas necesarias para ello,
porque en Granada no la había, ni menos se podía valer de la gente de guerra
que estaba en los presidios de la costa, por ser poca y estar donde era bien
menester, había despachado correos a toda diligencia a los grandes y a las
ciudades y villas del Andalucía, dándoles aviso del levantamiento, y de cómo
quería salir a allanarlo en persona, y la falta con que se hallaba de gente de
a pie y de a caballo para poderío hacer, ordenándoles de parte de su majestad
que le enviasen el mayor número que pudiesen. Y porque los corregidores y
alcaldes mayores tardaban en hacerlo, pareciéndoles que debía de ser lo que
otras veces, que habían sido apercebidas las ciudades, y se había vuelto la
gente sin ser menester, el Acuerdo había despachado provisiones con grandes
penas, mandándoles que con toda diligencia cumpliesen las órdenes del marqués
de Mondéjar. El cual mientras se juntaba esta gente dio orden en aprestar
vituallas y municiones dentro de la ciudad de Granada y fuera della, y hizo
apercebir todas las cosas necesarias para formar un campo; lo cual todo se
aprestó y puso a punto desde 26 días del mes de diciembre hasta 2 de enero, no
embargante que de presente no había dinero de su majestad de que poderlo hacer,
proveyéndose de otras partes lo mejor que pudo; y porque los lugares de la
costa estaban faltos de gente y de bastimentos, y no se podían proveer por
tierra, escribió a la ciudad de Málaga, y al proveedor Pedro Verdugo,
encargándoles [214] que con toda brevedad los proveyesen en bergantines y barcos por
mar, o como mejor pudiesen. Era corregidor de aquella ciudad y de la de Vélez
Francisco Arévalo de Zuazo, caballero del hábito de Santiago, hombre prático
por la edad, y muy cuidadoso de las cosas de su cargo; el cual envió luego a
Castil de Ferro, donde no había más que el alcaide y dos mozos, a Sanchíznar
con veinte hombres y algunos mosquetes; a Salobreña a Diego Barzana con cincuenta
tiradores, y a Motril a Diego de Mendoza con otros sesenta; y el proveedor
proveyó aquellas plazas y la de Almuñécar, y las que hay hasta Almería, de
bastimentos y municiones lo mejor que pudo para reparo de la necesidad
presente. También se acordó en el cabildo de Granada que, pues la gente de
guerra ordinaria era poca, y el peligro grande y común, sería bien que se
armasen todos los vecinos, y se hiciese una milicia dellos, sin reservar a
nadie, y que en cada parroquia se nombrase un capitán que arbolase una bandera,
a la cual se recogiesen todos los parroquianos, ordenándoles que rondasen y
velasen cada noche la ciudad por sus parroquias y cuarteles, y que el cuerpo de
guardia se hiciese en las casas de la Audiencia Real por estar cerca de la plaza Nueva,
donde había de ser la plaza de armas; lo cual se puso luego por la obra; y
porque estaban desarmados los ciudadanos, se buscaron las armas que se pudieron
haber, y se las dieron; yen un punto se mudaron todos los oficios y tratos en
soldadesca, tanto, que los relatores, secretarios, letrados, procuradores de la Audiencia , entraban con
espadas en los estrados, y no dejaban de parescer muy bien en aquella
coyuntura. También hicieron los mercaderes ginoveses que moraban en aquella
ciudad una compañía de por sí, que en armas y aderezos de sus personas hacia
ventaja a las demás. Y desde luego se comenzó la ronda, y se pusieron los
cuerpos de guardia y centinelas en las partes y lugares que pareció ser
conveniente; y el presidente y oidores mandaron pregonar que todos los vecinos
estantes y habitantes en Granada acudiesen a lo que el Corregidor les mandase;
aunque esto no duró mucho tiempo, porque su majestad escribió a la Audiencia y al
Corregidor agradeciéndoles el cuidado que de la guardia de la ciudad tenían, y
mandándoles que obedeciesen al marqués de Mondéjar, su capitán general, y
estuviese todo lo de la guerra a su orden; y lo mesmo escribió al cabildo,
porque así convenía a su servicio.
Capítulo XXXIII
Cómo don Juan Zapata fue
con ciento y cincuenta soldados a favorecer el lugar de Guájaras del Fondón, y
los moros los mataron
El
lugar de Guájaras del Fondón era de don Juan Zapata, vecino de Granada, el cual
se hallaba estos días en la villa de Motril; y queriendo asegurar aquellos
vecinos que no recibiesen daño de los monfís que andaban levantando la tierra,
juntó ciento y cincuenta tiradores de los soldados de la costa, y el jueves 30
días del mes de diciembre, entre las cuatro y las cinco de la tarde, se fue con
ellos a su lugar. Los moriscos se alborotaron luego que le vieron venir con
aquella gente armada, y rogaron al beneficiado que le dijese como los lugares
estaban alborotados y llenos de moriscos forasteros que venídose huyendo de
otros lugares, y andaban de mala manera, y que sería bien que se volviese a
Motril antes que le sucediese alguna desgracia. El beneficiado fue a hablarle,
y con él Gonzalo Tertel, alguacil, y algunos de los regidores del lugar; los
cuales le pidieron ahincadamente que le volviese a Motril, porque su estada allí
no era para más que acabar de alborotar la tierra; mas él les respondió que
aquellos soldados los traía a su costa para defenderlos de los monfís, si
acudiesen por allí a hacerles daño, y que era menester que los pagasen y les
diesen de comer, y que le trajesen luego docientos ducados, y pan y vino y
carne a la iglesia, donde se recogerían, porque no quería que diesen pesadumbre
en las casas. Y como le replicasen que no había orden de cumplir nada de lo que
pedía, por estar la tierra de la manera que veía, los amenazó que si no le
daban lo que pedía, saquearía las casas donde se habían recogido los moriscos
forasteros, y podría ser que a las vueltas fuesen las haciendas de los vecinos.
Con esta respuesta se volvieron los moriscos al lugar, quedándose con él el
beneficiado, el cual le importunó mucho que se fuese antes que anocheciese,
porque había diez moros para cada cristiano, y podría ser que le hiciesen daño.
Y viendo que no aprovechaban los ruegos ni temores que le ponía, le dejó, y se
fue al lugar de Guájar la alta, donde tenía su casa; que no quiso quedarse con
él aquella noche, por mucho que se lo rogó. Los moros pues, indignados de ver
la respuesta que don Juan Zapata les había dado, determinaron de matarle a él y
a los soldados que traía consigo, y para esto juntaron toda la gente armada, y
caminaron la vuelta de la iglesia. El alguacil tomó consigo al beneficiado y a
su gente, porque no los matasen, y los encerró en un aposento de su casa debajo
de llave, y con ellos otros cristianos del lugar. Lo primero que hicieron los
moros fue tomar las puertas de la iglesia, para que los cristianos, que
inconsideradamente se habían metido dentro, no pudiesen salir a pelear; y
haciendo traer muchas haces de leña, cañas y tascos untados con aceite, le
pusieron fuego a hora que anochecía. Los soldados viéndose cercados de llamas,
quisieran salir al campo, mas los arcabuceros y ballesteros que estaban puestos
delante de las puertas, y el grandísimo fuego que ardía alderredor, se lo
defendía; y si algunos atrevidos se aventuraron, fueron luego muertos.
Creciendo pues la llama por todas partes, los techos de la iglesia se
encendieron, y se fueron quemando hasta que vinieron abajo, y cayendo tierra,
tejas, ladrillos y maderos quemados encima dellos, perecieron todos de diferentes
muertes: unos ahogados de humo y del polvo, otros aporreados, otros abrasados
entre llamas; por manera que en el espacio de una hora perecieron todos,
excepto tres que tuvieron lugar de poderse descabullir. Don Juan Zapata fue
muerto queriendo hacer camino a los demás para que saliesen a pelear, y con él
algunos animosos soldados que le siguieron. Este infelice caso estuvieron
mirando el beneficiado y los cristianos que estaban con él en casa de Gonzalo
Tertel desde una ventana, bien temerosos de que irían luego los moros a hacer
otro tanto dellos; mas el morisco les acudió, y los aseguró dende a tres días
con enviarlos a Motril acompañados de cincuenta moriscos sus amigos, que los
llevaron hasta cerca de aquella villa, donde entraron [215] salvos y seguros con
los bienes muebles que pudieron llevar; y no solamente hicieron esta buena
obra; pero antes desto, viendo la determinación de los moros y el peligro en
que estaba don Juan Zapata, envió a gran priesa un morisco al marqués de
Mondéjar, avisándole de lo que pasaba para que proveyese con tiempo de algún
socorro, antes que se perdiese; el cual envió luego a mandar al capitán Lorenzo
de Ávila, que estaba alojado en Dúrcal, que fuese a socorrerle con quinientos
arcabuceros. Y partiendo otro día a hacer el socorro, cuando llegó a una venta
que está en la cuesta que llaman de la Cebada , donde se aparta el camino que va de
Granada a Motril, supo como eran perdidos todos los cristianos, y se volvió sin
hacer efeto a su alojamiento.
Capítulo XXXIV
Cómo los moros quisieron
alzar los lugares del río de Almanzora, y la causa porque no se alzaron
Luego
que se levantó el lugar de Gérgal, el Gorri envió a dar aviso a los lugares del
río de Almanzora de como la tierra estaba toda levantada, para que hiciesen
ellos lo mesmo, apercibiéndoles que si luego no lo hacían, iría sobre ellos y
los destruiría. Andando pues las espías que había enviado persuadiendo a los
moriscos a rebelión, el viernes, postrero día del mes de diciembre, aquella
mesma noche acertó a venir allí Diego Ramírez de Rojas, alcaide de Almuña, que
con el alboroto de la
Alpujarra había ido a llevar su mujer y familia a la villa de
Oria; y llegando cerca del lugar, encontró con unos cristianos que por aviso de
ciertos moriscos sus amigos se iban a guarecer en la misma fortaleza; de los
cuales supo como habían llegado moros de Gérgal y de otras partes a levantar la
tierra por mandado del Gorri, y aunque le rogaron que no pasase adelante por el
peligro que había, no lo quiso hacer. Y prosiguiendo su camino, entró en Almuña
antes que amaneciese; y sin apearse del caballo se fue derecho a la plaza, y
dando voces de industria para que le oyesen los vecinos, llamó al tendero, que
tenía cargo de vender pan amasado, y le preguntó la cantidad de harina que tenía
en casa; y como le respondiese que era muy poca, le dijo que fuese luego a su
casa y le daría veinte hanegas, y que las amasase, porque eran menester para
provisión del campo del marqués de los Vélez, que llegaba aquel mesmo día al
río con más de quince mil hombres; y apeándose en su posada, tomó luego tinta y
papel, y delante de los moriscos del lugar escribió cuatro cartas a los
concejos de Bacares, Serón, Tíjola y Purchena, avisándoles que tuviesen
prevenidos muchos bastimentos para aquel efeto, y se las envió con cuatro
moriscos. Luego se publicó la nueva por todos los lugares del río y sierras de
Baza, de como el marqués de los Vélez entraba poderoso por aquella parte; y los
moros que el Gorri había enviado, teniéndola por cierta, dieron vuelta hacia la Alpujarra , echando
ahumadas por las sierras, y algunos dellos llegaron a Gérgal y lo dijeron a
Puerto Carrero; el cual, no se teniendo por seguro en aquel castillo, lo
desamparó, y se fijé con toda la gente a la taa de Marchena. Este ardid de
Diego Ramírez de Rojas, intentado con tanta determinación, fue causa de que los
moriscos de aquellos lugares dejasen de alzarse por entonces. Y no les engañó
en lo que les dijo, porque el miércoles víspera de la fiesta de los Reyes llegó
el marqués de los Vélez al lugar de Olula con tres mil infantes y trescientos
caballos; y de allí pasó a dar calor a lo de Almería, y se alojó en Tavernas;
por manera que si el alcaide acrecentó el número de la gente, no dejó de
decirles verdad en cuanto a su venida.
Capítulo XXXV
Que trata de la
descripción de Marbella y su tierra, y cómo los moriscos del lugar de Istán se
alzaron
Está
la ciudad de Marbella puesta en la costa del mar Mediterráneo iberio, cercada
de muros y torres con un castillo antiguo: su sitio es en tierra llana; tiene
ochocientas casas de población. Llamose antiguamente Marbilli, y los moros no le mudaron el
nombre. Sus términos son todos de sierras ásperas y muy fragosas: sola una
campiña llana tiene delante, que se extiende cuatro leguas hacia poniente,
donde hacen sus simenteras los vecinos y los de los otros lugares de su tierra.
Son las sierras, aunque ásperas, abundantes de viñas y de arboledas de morales,
castaños, nogales y de otros árboles desta suerte, y de mucha yerba para los
ganados. La granjería principal desta tierra es la de la pasa y del vino que
van a cargar cada año en aquel puerto los navíos que vienen de Flandes, de
Bretaña y de Inglaterra, y la cría de la seda. Solía haber en tiempo de moros
muchos lugares de su jurisdición metidos entre aquellos valles, la mayor parte
de los cuales despobló Narváez, alcaide de Gibraltar, en tiempo de guerra,
llevándose los moradores captivos; y otros se despoblaron para irse después a
Berbería, habiendo los Reyes Católicos ganado el reino de Granada. Solos cinco
lugares han quedado en pie, que son Hojen, Istán, Daidin, Benahaduz y Estepona.
Tiene Marbella a poniente la ciudad de Gibraltar, al mediodía la mar, a levante
la ciudad de Málaga, y al cierzo la de Ronda. En los términos de Marbella tiene
principio la Sierra
Bermeja , la cual prosigue hacia poniente por la tierra de
Ronda más de seis leguas, hasta los postreros lugares del Havaral o Garbia,
llamados Casares y Gausin, yendo siempre apartada una legua, poco más o menos
de la mar. Solo un río atraviesa por la tierra de Marbella, que es el río
Verde, tan celebrado por una notable rota que allí hubo nuestra gente; el cual
nace cuatro leguas de la mar en otra sierra alta que le cae al cierzo, llamada
Sierra Blanquilla, del cual y de otros que nacen en ella haremos mención cuando
tratemos de la descripción de la ciudad de Ronda. Este río baja por unos valles
muy hondos, y sale a las huertas de Istán; y dejando el lugar a la mano
izquierda, y la sierra de Arboto, principio de Sierra Bermeja, a la derecha, se
mete en la mar una legua a poniente de Marbella.
Istán
fue siempre lugar rico, y en este tiempo lo era más que otro ninguno de aquella
comarca. Levantose el día de año nuevo, y la causa del levantamiento fue un
morisco vecino de allí, llamado Francisco Pacheco Manxuz. Este había estado
seis meses pleiteando en la chancillería de Granada sobre la libertad de un
sobrino suyo; y entendiendo la determinación de los del Albaicín por
comunicación de Farax Aben Farax y de otros, se había ofrecido a hacer que se
levantasen los moriscos de los lugares de Sierra Bermeja, y el solene [216] traidor le había dado
orden por escrito de lo que había de hacer, y patente de capitán de su partido.
Con estos recaudos llegó el Manxuz a Istán muy ufano, y dando a entender a los
vecinos del lugar, que todos eran moriscos, que Granada y todo el reino se
alzaba, y que el negocio de los moros iba próspero, los movió a rebelión,
confiados en la sierra de Arboto, sitio fuerte por su aspereza, donde se
pensaban recoger; y para que los ganados y bagajes pudiesen subir arriba cuando
fuese menester, les hizo desmontar y abrir las antiguas veredas, que de no
usadas, estaban ya cerradas de monte y deshechas. Estando pues los vecinos
movidos por las persuasiones de aquel mal hombre, a 31 días del mes de
diciembre llegaron sesenta monfís que enviaba Farax Aben Farax para dar calor a
su traición; los cuales, confirmando lo que el Manxuz les había dicho, hicieron
que se levantasen luego, solicitándolos de uno en uno aquella noche, de manera
que cuando fue de día estaban todos fuera del lugar; que no quedaron dentro
sino solos dos moriscos, llamados Pedro de Rojas Huzmín y Lorenzo Alazarac, que
no quisieron irse con ellos. Era beneficiado deste lugar el bachiller Pedro de
Escalante, el cual había poco que estaba en él; y por no tener casa propria,
moraba en una torre antigua de tiempo de moros, que estaba hecha a manera de
fortaleza; y queriéndole prender los moriscos al tiempo que se alzaban para
matarle, fue uno dellos a llamarle muy de priesa, diciendo que saliese a
confesar una morisca que se estaba muriendo; el cual receló de salir, no porque
sospechase la maldad del rebelión, como nos lo dijo después, sino por ser de
noche y no morar en el lugar otro cristiano más que él; y respondiendo al que
le llamaba que esperase hasta que amaneciese, y que no se moriría tan presto la
mujer, que no tuviese lugar para confesar de día, dende a un rato volvieron con
otro recaudo, y le dijeron que por amor de Dios abriese la puerta de la torre,
porque la gente de Marbella venía a matarlos y querían meter las doncellas
dentro; y tampoco le pudieron engañar. No mucho después llegaron a una ventana
del aposento donde dormía los dos moriscos que dijimos que habían quedado en el
higar, y le rogaron que los dejase entrar dentro, porque todos los vecinos iban
huyendo al campo y no querían ir con ellos; mas no por eso se quiso fiar hasta
que fue de día claro, y entonces llegó un cristiano sastre que acaso se halló
allí aquella noche y había sentido el alboroto de la gente cuando se iban, y
juntándose con él, fueron hacia la iglesia para entender qué novedad era
aquella; y encontrando en el camino a Huzmín y a su mujer, que todavía iban a
recogerse a la torre, estando hablando con ellos, vieron un golpe de mancebos armados
de ballestas y arcabuces, que venían a atajarles la calle por donde iban, uno
de los cuales encaró el arcabuz contra el beneficiado, y no le saliendo, tuvo
lugar de meterse de presto con su compañero en la casa de Huzmín; y apenas
habían cerrado la puerta y echado una aldaba recia que tenía, cuando los
herejes estaban ya dando golpes para romperla diciendo a grandes voces: «Sal
fuera, perro alfaquí». Entonces dijo el Huzmin al beneficiado que mirase por
sí, porque le querían matar; el cual arrojó la ropa y la vaina de la espada que
llevaba por bordón, y ayudándoles el morisco, subieron él y el sastre por una
pared arriba, y pasando por los terrados de otras casas, quisieron tomar una
puerta que salía al barrio de la torre; y viendo que los moros la tenían ya
tomada con temor de la muerte se metieron en una caballeriza. No se descuidó
Huzmin en ayudarles todo lo que pudo para que se salvasen, y cuando vio
apartados de la puerta los que la querían derribar, buscando los dos
cristianos, fue a ellos, y los bajó por la mesma pared donde habían subido, y
abriéndoles la puerta, les dijo que no convenía parar en el lugar, porque los
matarían; los cuales no fueron perezosos en tomar el campo, saltando vallados y
peñas, como si fueran por tierra llana, por los bancales de las huertas abajo,
hasta que tomaron la sierra que está entre el lugar y Marbella. Allí los
devisaron los mancebos gandules, y saliendo una cuadrilla tras dellos, los
siguieron más de una legua; mas no los pudieron alcanzar, porque los unos iban
huyendo y los otros corriendo. Llegaron a la ciudad dos horas antes de mediodía
faltos de aliento y llenos de sudor y de rascuños, que aún hasta entonces no
habían sentido, de las zarzas y espinos que habían atropellado. El beneficiado
fue el primero que llegó y dio rebato, diciendo que los moriscos de Istán se
habían alzado y querídole matar; y a penas había quien lo creyese: tanto era el
crédito que los ciudadanos tenían de la gente de aquel lugar, por ser rica, que
no podían persuadirse a que se hubiesen querido perder; y ansí había muchos que
le consolaban con decir que debían de haberle tomado entre puertas con alguna
mujer. Había dejado el beneficiado en la torre una sobrina doncella que tenía
consigo, llamada Juana de Escalante, y una moza de servicio; mientras él iba
huyendo, los moros hallando la puerta abierta, como él la había dejado,
entraron dentro, y robando trigo y aceite y otras cosas que había en la primera
bóveda, prendieron la moza, que acertó a hallarse abajo; la cual comenzó a
llorar y les rogó que la dejasen subir arriba con su señora. Tenía la torre una
escalera angosta, alta y muy derecha, y la sobrina del beneficiado, que veía el
peligro en que estaba, había puesto en el postrer escalón una gran piedra, y
junto a ella otras muchas que acertó a haber en el sobrado alto para una obra
que se había de hacer en él; y como tuvo la moza consigo, determinó de no dejar
subir a nadie arriba. Los hombres cargaron del despojo y salieron de la bóveda;
y como unos mozuelos quisiesen ir donde ellas estaban, poniéndose en defensa,
echó a rodar la piedra por la escalera abajo, y matando al uno, los otros
dieron a huir. La doncella pues, que vio la torre desocupada, sin perder tiempo
bajó a gran priesa, y cerrando la puerta, la atrancó con una fuerte viga y
tornó a subirse arriba. No tardaron mucho los moros en volverá llevarlas a ella
y a su compañera, y hallando la puerta cerrada, quisieron derribarla con un
vaivén; mas defendióselo animosamente la doncella, como lo pudiera hacer
cualquier esforzado varón, arrojándoles gruesas piedras por el ladrón y por
encima del muro, con que los tuvo arredrados y descalabró algunos dellos; y
aunque le dieron una saetada, que le atravesó un brazo por junto al hombro, no
dejó de pelear ni se paró a sacar la saeta en más de tres horas que duró la
pelea, deshaciendo las paredes para sacar piedras que poder tirar cuando hubo
gastado las que había sueltas. A este tiempo llegó Bartolomé Serrano, [217] alférez de la compañía
de caballos de don Gómez Hurtado de Mendoza, capitán de la gente de guerra de
Marbella, que había salido al rebato con treinta escuderos y trecientos
infantes; y siendo ya dos horas después de mediodía, halló los moros
combatiendo la torre, y escaramuzando con ellos, los retiró, mas no los pudo
romper, porque se subieron a unas peñas que están entre el lugar y el río,
donde no podían hacer efeto los caballos; y habido su acuerdo, se volvió
aquella noche a Marbella, llevando la doncella y la moza consigo, y dejando la
tierra alzada.
Capítulo XXXVI
Cómo las ciudades de
Ronda, Marbella y Málaga acudieron luego contra los alzados, y de las
prevenciones que Málaga hizo en sus lugares
El
domingo 2 días del mes de enero se juntaron en Marbella al pie de tres mil
hombres, y habiendo enviado aviso a las ciudades de Ronda y Málaga como la los
moriscos e habían alzado, volvieron en su demanda; los cuales no se teniendo
por seguros en las peñas donde se habían retirado aquella mañana, habían
subídose a la sierra por las veredas que tenían abiertas, llevando los ganados
y los bagajes cargados por delante, y se iban a meter en el fuerte de Arboto,
que está al norte del río Verde, una legua de Istán. Nuestra gente no pudo
tampoco acometerlos este día, por la aspereza y fragosidad de la sierra donde
estaban metidos, y tornando por el río abajo camino de Ronda, fueron a poner su
campo en el proprio lugar de Arboto, que, estaba despoblado, al pie de Sierra
Bermeja, donde llegó otro día el licenciado Antonio García de Montalvo,
corregidor de Ronda y Marbella, con más de cuatro mil hombres; y por discordia
que hubo entre él y don Gómez Hurtado de Mendoza, a cuyo cargo venía la gente
de Marbella, no acometieron aquel día a los alzados, dejándolo para el martes
siguiente. Los moros no osaron aguardar, y desamparando bien de mañana el
fuerte, huyeron todos, hombres y mujeres, dejando puesto fuego a las barracas y
a los bastimentos que tenían dentro. No gozaron desta caza los que la
levantaron, porque fueron a dar en manos de otra gente que iba de Monda, Guaro,
Telex, Cazarabonela, Teba, Hardales, Campillo, Alora, Coin, Cartama y Alhaurín
a juntarse con ellos, y encontrando las mujeres, niños y viejos, que iban
derramados huyendo por aquellas sierras, los captivaron a todos, y solamente se
les fueron los hombres sueltos y libres de embarazo.
Luego
que sucedió el levantamiento de Istán, la ciudad de Málaga, confiando poco en
los moriscos de su hoya, ordenó que los cristianos de Coin se metiesen en
Monda, los de Alora en Tolox, por ser lugares sospechosos, para que no los
dejasen alzar, y que ocupasen dos casas fuertes que el marqués de Villena,
cuyas son aquellas villas, tenía en ellas; avisó a don Cristóbal de Córdoba,
alcaide de Cazarabonela, que fuese a meterse en su fortaleza, por ser aquel
paso importante y estar maltratada, y la ciudad la hizo reparar luego, y le dio
ciento y cincuenta soldados que tuviese en la villa; y como no fuesen allí
menester, por estar aquellos moriscos pacíficos, los enviaron después a
Yunquera, donde hicieron una desorden muy grande, que saquearon la villa, y
captivaron todas las mujeres moriscas; y trayéndolas la vuelta de Alozaina, en
las cuestas que dicen de Jorol, encontró con ellos Gabriel Alcalde de Gozón,
vecino de Cazarabonela, que andaba asegurando la tierra con cincuenta
arcabuceros por mandado de Arévalo de Zuazo, y se las quitó y prendió algunos
soldados, que fueron castigados. A la torre de Guaro, que está junto a Monda,
fue Gaspar Bernal con cien hombres; y haciendo reparar la fortaleza de Almoxía,
mandó que se metiesen dentro los cristianos vecinos del lugar, avisó a los
alcaides de las fortalezas de Alora, Alozaina y Cartama, que estuviesen
apercebidos, y que los vecinos de aquellas villas las velasen y rondasen por su
rueda. El marqués de Comares envió una compañía de infantería y veinte y cinco
caballos a la fortaleza de Comares, con que la aseguró, porque aquella villa
estaba toda poblada de moriscos; y habiendo puesto los ojos en ella los
alzados, tenían hecho trato con ellos para ocuparla, según lo que después se
supo. Con estas prevenciones se aseguró aquella tierra, y los de Istán, dejando
captivas las mujeres y los hijos, y juntándose con otros que venían huyendo de
tierra de Ronda y de la hoya de Málaga, quedaron hechos montaraces por aquellas
sierras. Volvamos a lo que en este tiempo se hacía a la parte de levante.
Capítulo XXXVII
Cómo los moriscos de los
lugares del marquesado del Cenete se alzaron, y la descripción de aquella
tierra
El
marquesado del Cenete está en la falda de la Sierra Nevada que
mira hacia el cierzo; a la parte de mediodía Alpujarra; y por todas las otras
tiene los términos de la ciudad de Guadix. Es tierra abundante de aguas de
fuentes caudalosas que bajan de las sierras. Atraviesa por ella el río que
después pasa por junto a la ciudad de Guadix, y por eso le llaman río de
Guadix; aunque más verisímil es haber dado el río nombre a la ciudad, porque Gued Aix, como le llaman los moros,
quiere decir río de la Vida.
Hay en él nueve lugares, llamados Dólar, Ferreira, Guevíjar,
el Deyre, Lanteira, Jériz, Alcázar, Alquif y la Calahorra. Los
moradores dellos eran todos moriscos, gente rica y muy regalada de los
marqueses del Cenete, cuyo es aquel estado; vivían descansadamente de sus
labores y de la cría de la seda y del ganado, porque tienen muchas y muy buenas
tierras, pastos y arboledas en la sierra y en lo llano, donde poder sembrar y
criarlos. La nueva de como los moriscos de la Alpujarra se levantaban,
y del daño que hacían en los cristianos y en las iglesias, llegó a la Calahorra el primero día
de Pascua de Navidad; y el alcalde Molina de Mosquera, que estaba entonces en
aquel lugar procediendo contra los monfís, como queda dicho, se subió luego a
la fortaleza con su mujer, que tenía consigo, y con sus criados y veinte
arcabuceros que llevaba para guarda de su persona y ejecución de la justicia, y
metió dentro sesenta monfís moriscos que tenía presos, haciéndolos encarcelar
en unas bóvedas del castillo, porque no se tuvo por seguro con ellos donde
estaba. De todo esto holgó el gobernador del estado, llamado Juan de la Torre , vecino de Granada,
porque entendió que estaría la fortaleza más a recaudo con la presencia del
alcalde, y sería mejor socorrida si se viese en aprieto; y cada uno por su
parte escribieron [218] luego a las ciudades de Guadix y Baza, avisando rebelión y del
peligro en que estaban aquella fortaleza y la de Fiñana, pata que les enviasen
gente de guerra que se metiese dentro y las asegurase. Ordenaron a los concejos
de los lugares del Cenete que les proveyesen de leña y bastimentos, y que los
cristianos que moraban en ellos se recogiesen a la fortaleza con sus mujeres y
hijos. Los vecinos del Deyre, temiendo que si venía mayor número de gente de la Alpujarra , levantarían
los lugares por fuerza, acudieron al Gobernador, y le pidieron docientos soldados,
y que ellos los pagarían a su costa para que los defendiesen, por estar
desarmados. El cual, como no los tenía, ni orden como podérselos dar, procuró
asegurarlos con buenas palabras, amonestándoles que fuesen leales, y
ofreciéndoles que cuando fuese menester socorrerlos les acudiría con la gente
de Guadix; y para que estuviesen más seguros, les mandó que recogiesen las
mujeres y los niños en la fortaleza, los cuales holgaron dello; y lo mesmo
hicieron los de la Calahorra ,
y hicieran después todos los demás lugares, si pudieran caber dentro, porque
fueron grandes los robos y malos tratamientos que la gente de Guadix les
hacían, so color de irlos a favorecer, y los moros de la Alpujarra porque se
alzasen. Finalmente, siendo mal defendidos, el día de año nuevo envió el Gorri
gente de la Alpujarra
con orden que los alzasen, y si no se quisiesen alzar, los robasen y matasen. Y
llegando a Guevíjar y a Dólar a tiempo que la mayor parte de los vecinos
andaban en el campo en sus labores, alzaron aquellos lugares, y luego los de
Jériz, Lanteira, Alquif y Ferreira; y a los del Deyre no hicieron fuerza, por
tener las mujeres en la fortaleza; mas ellos se dieron buena maña para sacarlas
de allí; porque, como viesen que todo iba ya de rota batida, tomaron por
intercesor al alcalde Molina de Mosquera para con el Gobernador, que no quería
dárselas, diciendo que mientras allí estuviesen no se alzarían sus maridos y
padres. El cual le porfió tanto que se las hubo de entregar, y juntamente con
este yerro, que fue muy grande, se hizo otro de mayor importancia para el
desasosiego de aquellos lugares, y fue que el Gobernador, temiendo que los
sesenta monfís que estaban presos en las bóvedas de la fortaleza podrían
alzarse una noche con ella, por no tener la guardia que convenía, requirió al
alcalde Molina de Mosquera que los sacase de allí, y los enviase a la cárcel de
Guadix o a otra parte. El cual los mandó bajar al lugar y meter en una casa al
parecer fuerte, de donde, después los sacaron los alzados cuando cercaron
aquella fortaleza; y viéndose en libertad usaron éstos de grandísimas
crueldades contra los cristianos que pudieron haber a las manos, en venganza de
su injuria; que por tal tenían aquella prisión y el tratamiento que se les
había hecho.
Capítulo XXXVIII
Cómo los moros alzados
acabaron de levantar los lugares del río de Almería, y se juntaron en Benahaduz
para ir a cercar la ciudad
Luego
que la taa de Marchena se alzó, los moros alzados de aquella comarca, habiendo
levantado los lugares altos del río de Almería, comenzaron a juntarse para ir a
cercar la ciudad, no les pareciendo dificultoso ganarla, por la falta de gente,
de bastimentos y de municiones de guerra que sabían que había dentro. Teníase
aviso por momentos en Almería de lo que los alzados hacían y del desasosiego
con que andaban los que no se habían aún declarado, porque demás de su poco
secreto, como había en la ciudad más de seiscientas casas de moriscos, iban y
venían cada hora con seguridad a las alcarías y sierras, so color de entender
el estado en que estaban sus cosas, y traían avisos ciertos; y aun los mesmos
alzados, como hombres bárbaros de poco saber, que no les cabía el secreto en
los pechos ocupados de ira, enviaban soberbiamente recaudos para poner miedo a
los cristianos, acrecentando las cosas de su vanidad y poco fundamento. Un
morisco que venía de Guécija dijo un día a don García de Villarroel
públicamente como Brahem el Cacis, capitán de aquel partido, se le encomendaba
y decía que el día de año nuevo se vería con él en la plaza de Almería, donde
pensaba poner sus banderas; que tomase su consejo y diese la ciudad a los
moros, pues no les quedaba otra cosa por ganar en el reino de Granada, y
excusaría las muertes y incendios que se esperaban entrándola por fuerza de
armas. Otro le trajo una carta del alguacil de Tavernas, llamado Francisco
López, en que cautelosamente le decía cómo se iba a recoger en aquella ciudad
con la gente de su lugar y de otros que, como buenos cristianos fieles al
servicio de su majestad, querían abrigarse debajo de su amparo, y que por venir
su mujer en días de parir, se deternía tres o cuatro días en los baños de
Alhamilla. Mas luego se entendió el engaño deste mal hombre por aviso de una
espía, que certificó ser mucha la gente que traía consigo, y que venía entreteniéndose
mientras se juntaban los moros de Gérgal, Guécija, Boloduí y de la sierra de
Níjar para ir luego a cercar la ciudad. Estos y otros avisos tenían a los
ciudadanos con cuidado; fatigábales la falta de pan, aunque tenían carne, y
mucho más la de las municiones y pertrechos; y con todo eso, ayudados de la
gente de guerra, hacían sus velas y rondas ordinarias y extraordinarias, y
salían cada día a dar vista a los lugares comarcanos, así para proveerse, como
para mantenerlos en lealtad, o a lo menos entretenerlos que no se alzasen de
golpe. Sucedió pues que el día de a lo nuevo, habiendo salido don García de
Villarroel con algunos caballos y peones a correr los lugares del río, llegan
no cerca del lugar de Gádor, vieron andar los moriscos fuera dél apartados por
los cerros, que no querían llegarse a los cristianos como otras veces; y como
se entendiese que andaban alzados, quisiera don García de Villarroel hacerles
algún castigo, si no se lo estorbaran los moros de Guécija, que a un tiempo
asomaron por unos cerros con once banderas, y se fueron a meter en el lugar. El
cual, desconfiado de poder hacer el castigo que pensaba, se volvió a poner
cobro en la ciudad, temeroso de algún cerco que la pusiese en aprieto, porque
veía que había dentro de los muros al pie de mil moriscos que podían tomar
armas, y de quien se podía tener poca confianza; que los cristianos útiles para
pelear no llegaban a seiscientos, y esos mal armados; y que dé necesidad se
habían de juntar muchos moros, y teniendo tan largo espacio de muros rotos y
aportillados por muchas partes que defender, de fuerza habían de poner la
ciudad en peligro.
Vuelto
pues don García de Villarroel a Almería, los alzados se alojaron aquella noche
en Gádor, y otro día de [219] mañana se bajaron el río abajo, y se fueron a poner una legua de
la ciudad en el cerro que dicen de Benahaduz, donde traían acordado de
juntarse; y como nuestros corredores de a caballo, que andaban de ordinario en
el río, avisasen dello, hubo muchos pareceres en la ciudad sobre lo que se
debía hacer. Unos decían que se atendiese solamente a la defensa de los muros
mientras venía socorro de gente, pues la que había en la ciudad era poca para
dividirse; y otros, con más animosa determinación, querían que se fuese a dar
sobre los enemigos, que estaban en Benahaduz, para desbaratarlos antes que se
juntasen con ellos los demás, afirmando que solo en esto consistía su bien y
libertad. Finalmente se tomó resolución en que don García de Villarroel con
algunos caballos y infantes fuese a reconocerlos, y a ver el sitio donde
estaban puestos, y el acometimiento que se les podría hacer; y con esto se fue
la gente a sus posadas aquella noche, donde los dejaremos hasta su tiempo.
Capítulo XXXIX
Cómo los lugares de las
Albuñuelas y Salares se alzaron
Las
Albuñuelas y Salares son dos lugares muy cercanos el uno del otro en el valle
de Lecrín, y habían dejado de alzarse cuando la elección de Aben Humeya en
Béznar, por consejo de un morisco de buen entendimiento, llamado Bartolomé de
Santa María, a quien tenían mucho respeto, el cual, siendo alguacil de las
Albuñuelas, los había entretenido con buenas razones diciéndoles que
escarmentasen en cabezas ajenas, y considerasen en lo que habían parado las
rebeliones pasadas, el poco fundamento que tenían contra un príncipe tan
poderoso, y lo mucho que aventuraban perder, la poca confianza que se podía
tener de los socorros de Berbería, y el gran riesgo de sus personas y haciendas
en que se ponían y como después vio que la gente andaba desasosegada, que los lugares
se henchían de moros forasteros de los alzados de tierra de Salobreña y Motril,
que crecían cada día los malos y escandalosos, y que no era parte para
estorbarles su determinación precipitosa, porque iba todo de mala manera,
llamando al bachiller Ojeda, su beneficiado, que aun hasta entonces no se había
ido del lugar, le dijo que recogiese los cristianos que pudiese y se fuese a
poner en cobro, si no quería que le matasen los monfís, certificándole que si
lo habían dejado de hacer, había sido por tenerle a él respeto, sabiendo que
era su amigo; y porque pudiese irse con seguridad y los monfís no le ofendiesen
en el camino, le dio cincuenta hombres, que le acompañaron dos leguas hasta el
lugar de Padul, donde le dejaron en salvo el día de año nuevo. No fue poco
venturoso el beneficiado en tener tal amigo; porque dentro de dos días,
sobrepujando la maldad, se alzaron aquellos lugares, y en señal de libertad,
aunque vana, sacaron los vecinos de las Albuñuelas una bandera antigua, que
tenían guardada como reliquia de tiempo de moros, y arbolándola con otras siete
banderas que tenían hechas secretamente para aquel efeto, de tafetán y lienzo
labrado, se recogieron a ellas todos los mancebos escandalosos, y lo primero
que hicieron fue destruir y robar la iglesia y todas las cosas sagradas. Luego
robaron las casas del beneficiado y de los otros cristianos, y dejando las
suyas yermas y desamparadas, por no se osar asegurar en ellas, se subieron a
las sierras con sus mujeres y hijos y ganados. No les faltó aun en este tiempo
el alguacil Santa María con su buen consejo, el cual viendo idos la mayor parte
de los monfís, persuadió al pueblo a que se volviesen a sus casas y procurasen
desculparse con los ministros de su majestad, diciendo que los malos les habían
hecho que se alzasen por fuerza y contra su voluntad, y que desta manera
podrían aguardar hasta ver en qué paraban sus cosas, y tomar después el partido
que mejor les estuviese, como adelante lo hicieron. Vamos agora a lo que el
marqués de Mondéjar hacía en este tiempo.